En Cartagena hay quienes tienen a los que bailan champeta 'entre ojos'

Hablar de Cartagena es hablar de la champeta, porque solo en esta parte de la geografía colombiana los ritmos africanos y caribeños se amalgamaron después de los años 60 con los sonidos y vivencias de los habitantes de los sectores populares.

Esto terminó dando como resultado un género contagioso y sui generis, bautizado con el nombre de los cuchillos hechizos que usaban los campesinos en los mercados públicos y luego en las fiestas para protegerse pero en lengua palenque.

La champeta, entonces, nació en Cartagena y después de experimentar años de fusión con el folclor local de los descendientes cimarrones y otros instrumentos musicales, empezó a crecer con los llamados picós (adaptación del término pick up) o aparatosos sistemas de sonidos pintados y apodados con curiosos nombres.

Ahora es impensable creer que exista una Cartagena sin champeta. ¿Qué sería de una caseta o verbena sin el retumbar del potente ‘Rey de Rocha’ o ‘El Príncipe’ sin moverse al ritmo de ‘El Choque’ o los ‘Tres golpes’, bailes callejeros al que solo parecen cogerle el paso y el voltaje  los nacidos en esta tierra. 

Dos pequeños colisionando sus caderas al son de una de esas frenéticas canciones de moda con letras de doble sentido, herederos de la costumbre adulta de danzar pegados en un tercio de metro cuadrado como en una especie de ritual en homenaje al cuerpo. 

La champeta y los bailes que la acompañan son un espectáculo exótico para cualquier foráneo. La mejor postal para llevar en la cámara de un celular. 

Pero para otros, lejos de ser una expresión cultural que representa a una ciudad, es un grave detonante social. Concejales de Cartagena como Antonio Salim Guerra, quien basado en algunos estudios psicológicos y en las leyes colombianas que hacen prevalecer los derechos de los menores, se opuso a la imagen emblemática de la Cartagena que muestra a dos niños bailando “lujuriosa y públicamente” al son de una melodía promocionada en las fiestas y en la radio como champeta. 

Fue así como lideró un proyecto de acuerdo con el fin de  “regular los bailes sexuales o eróticos en los menores de edad del distrito de Cartagena”. El concejal sustenta parte de la iniciativa que ya pasó su segundo debate en los 3.893 embarazos de niñas menores de 18 años que registró esta ciudad en 2014 y en la “preocupante popularización de actos que despiertan la erotización temprana y afectan la formación sexual y reproductiva de los niños y niñas de Cartagena sin distinción de clase social.

“Yo en campaña iba a los barrios populares y hablaba con los papás que me preguntaban por qué estaba en contra de la champeta. No es que esté en contra de la champeta que también la escucho y me gusta como a todos. Son esos bailes obscenos que hacen que les pregunte ¿tú quieres que a tu hija la amen o la deseen?"

La propuesta, a solo una firma del Alcalde para convertirse en norma, causó más revuelo que los libidinosos pasos y poses de moda sobre todo en los sectores populares del Corralito de piedra donde bailar ‘la camita’, ‘la grapa’ o ‘el tornillo’ es como comer pescado.

Bailes de los que Viviano Torres, uno de los creadores del género, afirma que no tienen esa carga tan provocativa y han sido confundidos al echarlos junto con otros movimientos derivados al mismo saco de la champeta, perjudicando el nombre y las raíces del género musical.

“Primero hay que tener claridad, sin investigar, sin caracterizar no es claro el objetivo. Deberían hacer socializaciones del baile y decir qué es reggaeton, dancehall o champeta para no confundir”, dice Viviano.

Del lado de los ‘champeteros’ que no congenian con la propuesta se muestran algunos sociólogos como el máster en educación y profesor de comunicación de la universidad de Cartagena, Ricardo Chica, quien asegura “que la medida es inocua e impracticable porque si quieren parar eso no es a través de la prohibición de la práctica cultural, es a través de un abordaje social y educativo. 

“El abordaje tiene que ser integral, no de moralidad pública sino de salud pública que implica analizar el problema del turismo sexual, el abuso a menores, la guerra social en Cartagena, la pobreza, es un fenómeno multidimensional que no se controla solo en las escenas escolares, porque se presenta en el barrio, en la familia, en los bailes de picó, en las manifestaciones festivas, es un problema de fondo que están ocultando.”

De seguir el poco curso que le queda a favor, el acuerdo concederá facultades a la Secretaría de Educación Distrital, comisarías de familia y demás autoridades encargadas para regular actos, bailes o eventos en instituciones educativas públicas o privadas que conlleven a la erotización temprana de los niños.

La medida no es contra la champeta, aclaran sus autores, pero según los críticos podría conducir sin querer queriendo a la satanización de un género arraigado en el corazón y en la historia misma del pueblo cartagenero tan susceptible a variaciones e influencias de otros aires musicales como para desembocar en lo que hoy el resto del país identifica como champeta cuando según sus defensores hay que aclarar que “el choque” o “los 3 golpes” son bailes a los que habría que bajarle el tono para dar un mejor ejemplo a los niños. 

Aunque prohibir su difusión en las emisoras, en las fiestas o en las calles sería como dejar a Cartagena sin sus legendarias murallas.