"Cambiamos o nos cambian"

En medio de uno de los momentos más convulsionados del país, estas palabras dichas hace 23 años por un dirigente político parecen estar más vigentes que nunca.


Gustavo Nieto

Gustavo Nieto

octubre 14 de 2021
06:00 a. m.
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Al momento de escribir esta columna el polémico proyecto de ley que pretendía entregarles incentivos a los empleados públicos, entre ellos, a los congresistas, ya duerme el sueño de los justos. 

Pero no deja de llamar la atención que, aún en las circunstancias tan difíciles que vive el país, a un pequeño grupo de parlamentarios se le ocurra que es una buena idea entregarse más prebendas y ayudas de las que ya tienen, que de por sí son bastante exageradas.

Un congresista colombiano gana en total cerca de 33 millones de pesos cada mes. En esta cifra se incluyen 10 millones 700 mil de prima especial, 14 millones de gastos de representación, hasta 10 funcionarios a su servicio para la llamada UTL y como si fuera poco dos tiquetes aéreos semanales, sin contar claro, con el esquema de seguridad.

Pero más allá de semejantes privilegios en un país con tantas dificultades, preocupa cómo nos ven nuestros legisladores.

La desconexión entre un sector de nuestra dirigencia política y la realidad nacional es alarmante. Es que proponer semejante esperpento es casi un insulto cuando el mismo DANE confirma que, por ejemplo, en el año de la pandemia más de 509 mil micronegocios cerraron. 

Tomo el ejemplo de este tipo de negocio porque precisamente son actividades que significaban el único ingreso de familias enteras. Hablo de tiendas de barrio, pequeños talleres de mecánica, modestos almacenes de ropa, que simplemente sucumbieron ante el cierre de la economía, es decir, lo más sensible de nuestra sociedad literalmente en la calle.

Esto sin contar con los miles de despidos forzados por la crisis que hoy tratamos de sobrellevar más por el ímpetu de empresarios y comerciantes que en realidad porque al legislativo le interese. 

El reporte oficial de agosto confirma que el desempleo se ubica en un 12.3% y si vamos un paso más adelante, el más reciente estudio de la Fundación Corona y la Red de Ciudades Cómo Vamos asegura que durante la pandemia 3 de cada 10 colombianos solo comían dos veces al día. 

La informalidad crece en las calles y también en las calles el hampa reina y así en medio de este oscuro panorama los colombianos tratan de sacar la cabeza del barro. ¿Cuándo se legislará para ellos?

En cambio, cuando no están proponiendo despropósitos como el que motiva esta columna entonces los congresistas brillan por su ausencia. Decidieron que la semana de receso programada para colegios y universidades también los cobija, por eso, en estos días en el Capitolio asustan, pasillos y oficinas están tan solos como los salones de clase. 

Solo algunas comisiones están presentes, mientras tanto temas como el presupuesto nacional o proyectos como la disminución de las vacaciones para los parlamentarios o la reforma a la Policía deberán esperar. 

¿Tanto confían los políticos en su vieja forma de hacer política que piensan que estas reflexiones no pasan por la cabeza de cualquier ciudadano? ¿Acaso no vieron las calles incendiadas durante semanas por personas que, con o sin razón, de alguna manera mostraban su descontento? ¿No creen que los jóvenes que participarán en las elecciones de los consejos juveniles son capaces de descubrir su incapacidad para representarlos?

Cualquiera creería que, con este repaso superficial de algunas cifras, un congresista asumiría un papel más responsable y decididamente cercano a las necesidades de los ciudadanos que los eligieron. Pero salvo contadas excepciones, la triste realidad es otra.

Se avecina un año electoral muy especial en el que el país se juega gran parte de su futuro con unas elecciones que estarán tan marcadas por la polarización y la sobreinformación y es que las redes sociales dominan la opinión y las mentiras pueden ser verdades rápidamente. 

La convulsión social simplemente está en pausa y la injerencia de los grupos ilegales es muy clara. Algunos dicen que los jóvenes marcarán la diferencia como nunca antes y el sector productivo navega por aguas inciertas en medio del populismo y el oportunismo. 

El panorama no puede ser más confuso y cuando tratamos de mirar a nuestros dirigentes no podemos sentirnos más huérfanos.

Hace 23 años uno de los más poderosos políticos del momento fue capaz de leer lo que venía y lanzó una frase que en ese entonces sonó curiosa y, si se quiere coloquial, así lo dijo Fabio Valencia Cossio: "cambiamos o nos cambian". 

Hoy no puede ser más oportuna y contundente. En tan solo dos semanas el país ha conocido de dos hechos que dibujan clarísimamente su talante y créanlo o no, la paciencia se agota, han pasado días muy difíciles y lo último que alguien quiere es más de lo mismo. 

Como nunca tendrán la oportunidad de actuar con la grandeza y el decoro que las circunstancias ameritan. Ojalá el voraz apetito por los votos no les impida ver que lo que cuenta es quien vota.

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