Carta a Luz y Salvador

Luz y Salvador murieron en dos de los tantos bloqueos instalados en las carreteras del país por estos días de paro.


Gustavo Nieto

Gustavo Nieto

mayo 27 de 2021
12:59 p. m.
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Luz tenía unas horas de nacida, Salvador ni siquiera alcanzó a nacer. Dos historias que no pudieron ser.

Luz y Salvador, tuvieron que venir al mundo en el país más extraño, contradictorio, violento y al mismo tiempo el más hermoso y exuberante que hubieran podido soñar.

No es difícil imaginar lo que hubiera sido su vida: seguro ambos de origen humilde, uno en la calurosa y húmeda Costa Pacífica, el otro, a miles de kilómetros, en las frías montañas que enmarcan el altiplano cundiboyacense.

Luz, seguramente embebida de toda la alegría de quienes nacen junto al mar, con la música en su alma, influenciada por la cultura de sus antepasados, llevaría permanentemente una hermosa y amplia sonrisa, con la que seguro se ayudaría a sobrellevar las dificultades, pero también con la que alegraría la existencia de otros.

Salvador, a lo mejor más tímido, como son los que nacen en el frío, con la cara enmarcada por un par de cachetes colorados, experto en perseguir gallinas y domar cucarrones, ante todo disciplinado y honesto.

No les digo que el camino habría sido fácil. Mentiría si les dijera que todo estaba dispuesto para que crecieran felices, estudiaran sin inconvenientes y en unos años se convirtieran en unos profesionales reconocidos y bien remunerados.

No, ese dolorosamente, no es el destino de la mayoría en nuestro país. A los que nacemos en Colombia nos toca más difícil que a quienes nacen en otros países, es verdad.

Pero no quiere decir que estuvieran predestinados para el sufrimiento y el fracaso. Como quienes los antecedieron, seguro les habría sido necesaria una fuerte dosis de resiliencia y carácter, estas tierras no son para los débiles.

Seguro habrían tenido que esforzarse el doble para conseguir lo que en otras latitudes está al alcance de la mano. No digo que esté necesariamente bien. ¿Por qué tanta dificultad para algo que, algunos dirán, merecemos por derecho?

Pero es la realidad de los países que sufren el subdesarrollo, agravado por la corrupción y las malas administraciones. Podría sentarme a relatarles cómo miles de jóvenes abandonados a su suerte en las comunas y barriadas de las grandes ciudades terminaron en el sicariato y las drogas. Agobiados por la falta de oportunidades, buscaron en el delito lo que no les pudo ofrecer el Estado.

Es cierto, la falta de oportunidades ha llevado a muchos al desespero y como consecuencia a un destino desgraciado. Pero también puedo contarles de otros muchos, muchísimos que, a pesar de los pesares, estudiaron y se convirtieron en exitosos seres humanos, científicos, médicos, ingenieros, músicos, actores, bailarines y no sé cuántas más cosas. Ídolos del deporte que, bendecidos por el talento, nos han llenado de orgullo en las competencias más exigentes.

Otros que encontraron en el campo su rincón de paz, unos más que decidieron educar a los que vienen atrás, también quienes, desde abajo, escalaron y se convirtieron en prósperos empresarios. Incluso un arriero por allá en los 80’s llegó a presidente.

Tal vez esa la mayor virtud de este país, ese que no alcanzó a ser suyo, que es un crisol de contrastes y expectativas. Se unen la esperanza y la agonía; la gloria y el dolor; la vida y la muerte. Pero es lo que lo hace tan vital, tan distinto, tan amado.

Cómo habría sido de bueno verlos correr desprevenidos por las calles del barrio o los empinados potreros, llenarse de ilusión por su primer día de clase, sobrellevar el dolor de un despecho o incluso verlos marchar reclamando lo que creen justo.

Qué lástima saber que no conocerán de las gestas de Egan o Nairo o de los goles de Cuadrado, James o Muriel. Mariana no podrá dedicarles sus medallas y nunca bailarán al ritmo de Vives.

No sabrán del año de la pandemia y tampoco que un negro fue presidente del país más poderoso del mundo. Tampoco sabrán que, en este país, ese que no alcanzó a ser suyo, hay dos mares, un río de colores, un montón de nevados, un Kid Pambelé, decenas de gordas nacidas del pincel de un genio o un mundo mágico en las letras de un Nobel.

No es justo. Por estos días que se reclama tanta justicia, que ironía, se cometió el más injusto de los actos. Ni siquiera pudieron decidir. Ese mínimo derecho que nos diferencia de los otros seres vivientes, en su caso fue desagarrado de la manera más cruel. Sin posibilidad de apelación, sin atenuantes, alguien que se creyó Dios, ordenó que tú, Luz y tú, Salvador, no tenían derecho a escoger su futuro: si médico, si futbolista, si abogado, si policía, si agricultor, si escritor.

Fueron condenados sin fórmula de juicio. La más implacable de las sentencias fue impuesta por nadie sabe quién.

Esos jueces improvisados terminaron siendo más despiadados que los supuestos despiadados que señalan con tanta arrogancia; como el escorpión, se clavaron su propio aguijón.

Y a nosotros también nos negaron la posibilidad de conocerlos.

Luz y Salvador, quién sabe, a lo mejor entre ustedes estaba la afro presidente o el otro arriero que nos llegaría a gobernar.

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