Igualdad y democracia

La afirmación del representante Miguel Polo Polo desestimando la desigualdad porque “nadie se ha muerto” como consecuencia, ha desatado una justificada polémica


Mauricio Jaramillo Jassir

Mauricio Jaramillo Jassir

diciembre 01 de 2022
07:52 a. m.
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La afirmación del representante a la Cámara Miguel Polo Polo desestimando la desigualdad porque “nadie se ha muerto” como consecuencia, ha desatado una justificada polémica. El tajante juicio fue respaldado por la senadora María Fernanda Cabal que fue más allá al calificar la igualdad de un “mito”, propio de una izquierda que la evoca solo para ganar adeptos a toda costa.  

¿Es siempre deseable la igualdad? ¿La desigualdad es sin condicionantes negativa? Tal debate merece la identificación de determinados matices. En primero lugar, la igualdad no debe ser entendida como un absoluto, y menos aún puede equipararse con uniformidad u homogeneización. 

Quienes ponen en tela de juicio la igualdad como valor, parten de un supuesto engañoso y es que se busca convertir en clones a los ciudadanos. Nada más alejado de la realidad. En efecto, la igualdad debe entenderse en un entorno democrático como la posibilidad de que todos los ciudadanos gocen de los mismos derechos y garantías, lo cual presupone el respeto por las múltiples manifestaciones de diversidad. Que dos o más seres humanos deban ser tratados según el principio de igualdad no quiere decir que sean idénticos. Por ende, la aclaración de la senadora Cabal de que “ningún ser humano es igual a otro, cada uno tiene ADN y capacidades diferentes” si bien es irrefutable, en nada le resta peso a la igualdad como un valor legítimo que, además el Estado colombiano debe promover y defender por mandato constitucional.  

Segundo, la democracia moderna está basada precisamente en el principio de la igualdad, que inspira el Estado de derecho, uno de los pilares fundamentales del régimen. Esta igualdad se expresa en que nadie pueda estar por encima de la ley ni del derecho. Alterar ese principio supondría la riesgosa vía del autoritarismo y del derecho al servicio de intereses particulares. 

Y lo más relevante en este debate ¿la desigualdad es nociva? La respuesta es que, en un Estado como el colombiano y en una región como América Latina y el Caribe, no caben dudas. Esta zona no es la más pobre del mundo, como ocurre con el Sur de Asia o el África Subsahariana pero sí la más desigual. Comprobadamente hemos crecido económicamente en los últimos años, salvo en la parálisis provocada por la pandemia, que dejó lecciones sobre nuestras vulnerabilidades por no contar con esquemas de protección social como ocurre en Europa, zona por excelencia del concepto Estado de bienestar que otorga unos mínimos de dignidad y a partir de los cuales es viable como posible un desarrollo equitativo. Desde los 2000, impulsadas por el boom de las materias primas, las economías latinoamericanas, con la excepción de Venezuela, han crecido, pero no todos los gobiernos fueron capaces de convertir ese crecimiento en una reducción considerable de la pobreza o la miseria a través de la generación y desconcentración de la riqueza.

En promedio en América Latina el 20% de la población más pobre se queda con el 4% del total del ingreso, mientras que el 20% más rico con casi la mitad. Cuando se alude a que la concentración es un problema, no se propone (al menos no desde el deber ser) despojar de bienestar material a quienes lo han conseguido de forma honrada. Se trata más bien de insistir en un sistema fiscal que pueda identificar cuales son esas manifestaciones más representativas de riqueza que deben contribuir para nivelar a quienes tienen menos. 

De otra parte, la creación de un Ministerio dedicado a la igualdad no va a resolver el tema de la noche a la mañana, ni constituye fórmula mágica. A la desigualdad no se le combate solo por decreto, pues son variopintas sus expresiones y consecuencias. Esa cartera en ciernes deberá explicar cuáles son las estrategias para lograr esa igualdad multidimensional -no económica-. Vale recordar una crítica al progresismo lanzada por Mariana Mazzucato y cuya opinión parece bien ponderada por los gobiernos de Argentina, Chile y Colombia, acerca del error que ha cometido la izquierda por desestimar el crecimiento en virtud de la redistribución.   

El debate debe servir para evitar dos extremos, pensar que la sola redistribución será suficiente, lo cual confirma un error del pasado; así como relativizar la igualdad como principio y valor indisociable de una democracia plural.         

Mauricio Jaramillo Jassir (Profesor de la Universidad del Rosario)
@mauricio181212

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