Ponerse en los zapatos del vecino | Por: María Fernanda Navia

Este flagelo del egoísmo es la peor enfermedad que nos aqueja. A veces no pensamos en los demás, solo en nosotros mismos.


Maria Fernanda Navia

María Fernanda Navia

marzo 28 de 2021
06:00 a. m.
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Por: María fernanda Navia C.*
@MafeNaviaC en Twitter

¿Ha sido víctima o victimario de problemas de convivencia en su comunidad, en su barrio, en su conjunto residencial o en su edificio?

En algún momento se ha preguntado ¿soy empático? ¿me preocupo por la situación que puedan estar viviendo mis vecinos, sus necesidades o dificultades y según esto autorregulo mis actividades o hábitos?

Es tan importante ponernos en los zapatos de los demás para poder convivir, tener claridad en que nuestro espacio va hasta donde comienza el del otro, pero si lo invadimos abruptamente y egoístamente pensando solo en nuestro bienestar y satisfacción, estamos rompiendo el respeto y por ende el equilibrio de una sana convivencia. Y es que me he encontrado unos casos recientes, tan incómodos y crónicos que por eso me decidí a escribir sobre este tema.

Por ejemplo, existen personas con distintas labores que trabajan toda la noche, locutores radiales, personal de seguridad o personal de la salud, entre muchos otros.

Este es el caso de un piloto de una aerolínea reconocida, cuyos vuelos asignados casi siempre son durante la noche y la madrugada. El pobre hombre debe dormir un número de horas reglamentarias, profunda y tranquilamente, para poder cumplir con su labor activa y lúcidamente y, por su puesto, procurar la seguridad de los pasajeros a quienes transporta.

Sin embargo, tiene unos vecinos que disfrutan del reguetóna cualquier hora del día, sorpresivamente, y están estrenando unos parlantes que hacen temblar el edificio. Por supuesto, les encanta sacarles toda su potencia sin importarles la tranquilidad de los demás.

Ocurre otro caso similar en otro edificio donde unos vecinos disfrutan también el alto volumen de la música y afectan constantemente el sueño de un bebé recién nacido.

Este bebé, además, también sufre con el humo del cigarrillo que entra por la ventana del baño del cuarto donde está su cuna, porque esta ventana da justo al balcón de un vecino fumador, que no le importa ni su salud ni la del bebé ni la de nadie.

Individuos fumadores que también viven en el apartamento de en frente de una señora con fibrosis pulmonar y que depende del oxígeno, y a su apartamento también llega el humo de su cigarrillo. Con lo cual empeora su estado porque esto dificulta su respiración.

Por otra parte, existen personas con otras enfermedades difíciles, algunas crónicas, otras terminales, cuyos síntomas hacen que requieran quietud, tranquilidad y serenidad y los ruidos excesivos de otros vecinos o de las calles no les ayudan para nada en sus estados.

Pero lo más triste de todo esto es que este flagelo del egoísmo es la peor enfermedad que nos aqueja. A veces no pensamos en los demás, solo en nosotros mismos.

Con respecto a la contaminación sonora o auditiva, que perturba los espacios de las personas, hay infinidad de ejemplos como las alarmas que se encienden en la madrugada, despiertan a todos y nadie las apaga.

Su función es advertir alguna presencia extraña, claramente, pero una vez atendida la alarma ¡por favor, que alguien la apague! Y más cuando deciden encenderse todos los domingos sin falta, tipo 5 de la mañana, y sobre todo cuando pertenecen a un local que debería ser restaurante, pero que extrañamente desde la noche del jueves se convierte en un lugar de fiesta y tiene la música en altos niveles hasta las 3 de la mañana.

Y como si esto fuera poco, gente gritando, riéndose escandalosamente o peleando en la calle, perturbando los agridulces sueños de todo el vecindario.

Y volviendo al tema del humo, incluso hay personas que se suben, o fumando o con su ropa y todo su ser, repugnando a cigarrillo al ascensor de un edificio, con lo cual dejan el ascensor impregnado y ni qué decir cuando no les importa quién más vive en su edificio y fuman otras sustancias distintas a pesar de que haya niños circulando.

Vamos ahora con las mascotas: respetar a los demás es también recoger el excremento o no permitir que unos perros ataquen a otros, controlar nuestras propias mascotas. Supe de una señora que tenía un perro pequeño y otro más grande y agresivo se salió de su apartamento, vino directo a donde el pequeño y lo atacó letalmente. El grande no tenía ni bozal, ni correa. Y esto nunca lo pudieron solucionar porque el dueño del perro agresivo nunca respondió. Igual, ahí ya no había nada por hacer.

Y, seguramente, algunos o muchos de nosotros hemos incurrido en alguno de estos errores por no pensar en los demás. Pero por favor, a partir de que me lean preguntémonos, cada vez más, cómo nuestras acciones pueden estar molestando al otro y mejoremos para vivir en mayor armonía.

*Periodista y presentadora

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