Migrar y no 'morir' en el intento
La idea de vivir afuera, de explorar nuevas culturas y quizás construir una vida en otro lugar, quizás te lleve a estrellarte si no estás preparado.
06:00 a. m.
Migrar… una palabra que lleva consigo todo un universo de expectativas, sueños y, claro, miedos. Me costó años entender que este no era simplemente un deseo de aventura, sino algo más profundo, más íntimo. Desde que era joven, veía con fascinación países como Estados Unidos o Canadá. La idea de vivir afuera, de explorar nuevas culturas y quizás construir una vida en otro lugar, siempre rondó por mi mente, pero se convirtió en un objetivo firme cuando conocí Calgary, Canadá, en 2014. Recuerdo esas montañas imponentes y el aire tan limpio que casi parecía irreal. Pasé cinco meses allí, experimentando una forma de vida que parecía encajar con el futuro que me imaginaba.
Aquel viaje se quedó grabado en mi memoria, y aunque regresé a Colombia, mi sueño de emigrar siguió latente. Con el tiempo, este deseo ya no era solo mío. Al casarme, mi esposa y yo comenzamos a construirlo juntos, a planear, a fantasear con ese estilo de vida que, para ser sincero, parecía sacado de una película. Pero la realidad es que detrás de ese sueño había sacrificios y decisiones difíciles que ninguno de los dos preveía.
Hay algo importante que quiero aclarar: no quería migrar porque no amara mi país. Colombia tiene un encanto que, al vivirlo a diario, muchas veces damos por sentado. No, mi deseo de salir iba más allá. Era una búsqueda de algo diferente, de un lugar donde pudiera sumergirme en lo desconocido y aprender cosas que, creía yo, solo se pueden aprender al vivir fuera de la zona de confort. Pero me prometí que no lo haría en un mal momento. Quería irme cuando tuviera mis cuentas claras, sin deudas agobiantes, con estabilidad emocional. Irse con una mochila llena de problemas no era una opción; yo buscaba la oportunidad de construir, no de escapar.
Nueve años después de aquel primer viaje, finalmente lo logramos. Con mi esposa, aterrizamos en Canadá, con maletas llenas de ilusiones y ese brillo en los ojos que uno tiene cuando está a punto de cumplir un sueño. Claro, acá hago una pausa para mencionar que hay una gran verdad detrás de esa frase que todos repiten: “los sueños se cumplen”. Es cierto, pero solo cuando trabajas en ellos con todo lo que tienes. En mi caso, me di cuenta, ya estando allá, de que había muchos aspectos de los que no me había ocupado lo suficiente. La romantización de “el sueño de viajar” me había cegado a la realidad.
Permíteme entonces, querido lector, compartir algunos consejos, no desde la perfección, sino desde los errores y aprendizajes que tuve durante mi aventura en Canadá.
- Asesoría: Un error común es confiar en el primero que nos promete el cielo y las estrellas. Yo caí en eso. Quienes me vendieron el paquete de estudios pintaron la experiencia como algo sencillo, casi mágico. Pero cuando llegamos, nos dimos cuenta de que, sin una asesoría profesional y realista, enfrentábamos más dificultades de las previstas. Invertir tiempo y recursos en asesorarse con los mejores, en entender bien los pasos a seguir, no tiene precio.
- Ahorros: Este punto es crucial. Cuando uno llega a un país extranjero, la cuenta bancaria se convierte en un factor que puede determinar tu nivel de tranquilidad. Por supuesto, sabía que emigrar implicaba gastos, pero no dimensioné realmente cuánto. Hubo momentos donde los gastos parecían multiplicarse por arte de magia, especialmente cuando mi esposa quedó en embarazo. Sin un seguro médico adecuado, los costos se dispararon. Tener un fondo de ahorros sólido te da una base sobre la cual construir tu nueva vida, con menos sobresaltos.
- Paciencia: Al principio, llegas pensando que en pocos meses te habrás hecho un hueco en la nueva sociedad, pero pronto descubres que esto es una maratón, no un sprint. Las expectativas iniciales muchas veces chocan con la realidad de los trabajos temporales y las largas jornadas. Lo importante es recordar que el primer paso es solo eso: un paso. Tu carrera profesional, ese sueño de ser gerente, puede estar en el horizonte, pero para alcanzarlo tal vez tengas que lavar algunos platos. Eso no está mal. Lo que importa es saber hacia dónde te diriges y tener la paciencia de disfrutar el proceso.
- Adaptación cultural: Al migrar, nos llevamos el corazón lleno de costumbres y sabores de nuestro país. Y si bien eso es hermoso, hay que aprender a adaptarse. Al principio, me resistí a algunas costumbres canadienses, pero pronto comprendí que el proceso de adaptarse y adoptar nuevas costumbres es lo que realmente te permite sentirte parte de una comunidad. La comida, las festividades y la forma de ver el mundo en Canadá son diferentes, y es un privilegio poder explorarlo.
- Planificación detallada: Sin duda, uno de mis mayores errores fue no haber investigado lo suficiente sobre el sistema de salud canadiense. Al enfrentar el embarazo de mi esposa sin más cobertura que un seguro estudiantil, descubrí que no conocer el país al que migras es una receta para el desastre. Más allá de saber dónde están los mejores centros comerciales, hay que entender cómo funcionan los aspectos legales y de salud en tu nuevo destino.
- Disfrutar del proceso: Migrar no debería ser solo un medio para ganar más dinero. En Canadá, aprendí que, aunque el dinero es importante, no puede ser la única razón para migrar. Vivir en un país con tanto que ofrecer en cuanto a naturaleza, cultura y calidad de vida es algo que va más allá de lo económico. Aprender a disfrutar del entorno y no solo a sobrevivir en él es fundamental para sentirse pleno.
Y al final, después de todo, regresé a Colombia. Pero aunque volví, dejé una parte de mí allá. Cuando me fui de Colombia, despedí a mi familia, a mis amigos, a los lugares y cosas que siempre había conocido. Fue duro. Pero al regresar, me di cuenta de que allá también dejé otra familia, una que construí desde cero. Amigos que, sin tener mi misma sangre, se volvieron mi tribu, mi red de apoyo. Extraño tanto a Diego, Oscar, Felipe, Nataly, Andrés, Eduardo, Fari, Ras, Paulita, Jairito, Richie, Niko, y a tantos otros. Amigos con quienes compartí todo, y que hoy extraño con la misma intensidad con la que alguna vez extrañé a mi familia de sangre.
Regresar a Colombia no fue un fracaso, fue una lección. Aprendí que, si bien las metas y los sueños se cumplen, es fundamental estar preparados y, sobre todo, estar dispuestos a abrazar los altibajos. Migrar es un proceso que te cambia, te transforma. Y aunque no me quedé allá, hoy miro atrás y veo que, gracias a esta experiencia, valoro mucho más lo que tengo aquí.
Quizás, en el fondo, uno nunca termina de migrar del todo, pues siempre llevas un pedazo de cada lugar contigo. Pero si algo me quedó claro, es que volver no significa retroceder. A veces, es en el regreso donde realmente encontramos lo que siempre estuvimos buscando.