Relatos salvajes

La percepción de inseguridad crece y la sensación de que la autoridad no obra, empeora todo.


Gustavo Nieto

Gustavo Nieto

marzo 16 de 2024
08:43 a. m.
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Mientras leía cada página y repasaba cifra tras cifra de la encuesta del ministerio del interior sobre percepción de inseguridad y convivencia, fue imposible no reflexionar con crudeza sobre lo que nos pasa como país. Cada resultado se fue convirtiendo en una bofetada que sin contemplación me recordaba lo lejos que estamos de alcanzar un mínimo de paz si en lo más elemental no estamos siendo capaces de aguantarnos.

Las actividades más básicas las logramos convertir en pequeñas guerras que de a poco nos hacen la vida invivible y nos convierten en seres mezquinos llenos de rabia. La furia es la consejera y los golpes y la altanería sus compinches más fieles.

Una fiesta puede terminar en tragedia, el manejo de las basuras fácilmente desemboca en una gresca entre vecinos y pasear la mascota es por momentos la antesala de una pesadilla, así como lo leen. 

Según el informe, en Colombia todo puede salir tan mal como nos lo podamos imaginar; no importa el estrato, la posición económica o incluso el nivel educativo. Sin distingo, todos nos podemos convertir en el peor enemigo de nuestro vecino o la más implacable amenaza para otro conductor que tenga el infortunio de cruzarse en nuestro camino.

La encuesta consultó a 4.028 personas en Bogotá, Antioquia, Valle y Caribe. El 70 por ciento aceptó haber tenido problemas de convivencia por ruido, riñas, mascotas, manejo de basuras, consumo de drogas o agresiones. Y peor aún, la gente no denuncia y busca resolver la situación como pueda. Básicamente, porque es muy baja la creencia de que se pueda hacer justicia. La consecuencia es que la percepción de inseguridad crece y la sensación de que la autoridad no obra, empeora todo.

Es apenas lógico pensar que una sociedad enfurecida difícilmente logra entender las bondades de vivir pacíficamente y el día a día se va convirtiendo en una suerte de batalla en la que no hay vencedores. Se nos hace inconcebible tramitar nuestras diferencias con diálogo y respeto. 

Los casos nos desbordan. En el momento en el que escribo estas líneas Bogotá conoce otro hecho marcado por la intolerancia y la agresividad. Un hombre embistió a otros vehículos, entre ellos una buseta escolar con varios niños abordo. En medio de su aparente borrachera y sin saber muy bien lo que acababa de hacer, se bajó furioso de su carro y comenzó a disparar, un choque simple que agravado por la insensatez puso en riesgo la vida de 10 menores. 10 pequeños en manos de un energúmeno que medio inconsciente casi desata una tragedia. Y así se describen la mayoría de los hechos referidos en el informe, situaciones simples que se salen de control y desencadenan en graves problemas que pueden costar vidas.

Si el respeto fuera nuestra premisa, la policía no hubiera tenido que mediar en al menos 130 mil discusiones en el 2023, eso sin contar con que el 34 por ciento de las personas se decidió por la justicia por mano propia. Si la autoridad no tuviera que desgastarse en temas como estos, que en cualquier otro país se resolverían con una conversación, cuántos atracos no se hubieran podido evitar.

Hay temas que preocupan al hombre moderno y por supuesto nos incumben: el cambio climático, la transición energética, la hambruna, las guerras, la inteligencia artificial, la pesca de ballenas, la invasión de las redes, todos marcan el derrotero de estos tiempos, pero de qué sirve tener tan elevados propósitos si en nuestro barrio, manejando el carro o paseando el perro somos más cavernícolas que hace 10 mil años. 

Cómo entender que el mismo hombre que ha sido testigo de la conquista del espacio o de la cura de decenas de enfermedades, sea el mismo incapaz de convivir con sus vecinos porque no puede poner la música a niveles normales o recoger los excrementos de su mascota o parquear donde le corresponde.

En las ciudades estamos cada vez más amontonados como en las colmenas o los hormigueros, pero es claro que tanto las abejas como las hormigas nos dan lecciones de organización y eficiencia. Deberíamos observar con más interés a la naturaleza y aprender las lecciones que nos da, tal vez la respuesta a tanto despropósito esté más cerca de lo que creemos, tal vez esté al alcance de una mirada respetuosa a lo que pisoteamos con desdén, tal vez cuando vemos una fila de laboriosas hormigas trasladando pedazos de hojas o cuando descifremos el misterio oculto tras una colmena, entendamos que más allá de los defectos propios de la condición humana hay un espíritu bondadoso, un espíritu que, al parecer, sí puede caber en el cuerpo de una abeja o una hormiga. 

Gustavo Nieto 
@NietoHuerta

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