La historia no contada del Bronx: del infierno del crimen a un escenario para renacer

El pasado del Bronx está marcado por muerte, narcotráfico y terror. Tras seis años de su desalojo, sus calles ahora son símbolo de reconstrucción y memoria.


Katheryne Ávila

agosto 05 de 2022
04:30 p. m.
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Son las nueve de la mañana en la capital. El frío, como ha sido costumbre en este 2022, cristalizaba los huesos. Las dudas se acentuaban en mi imaginario: ¿era el Bronx un lugar infernal?, ¿se trataba de un sitio oscuro y prohibido? Así emprendí mi camino para desmitificar este pensamiento.

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La primera imagen que me encontré en esas calles, ubicadas en la carrera 15 con calle 10, fue un grafiti en el que se podía leer ‘Bronx distrito creativo’. Sus trazos eran gruesos y estaban acompañados por dos palomas. No eran animales normales, tenían piernas y zapatos, lo que me causó curiosidad. Era una figura imponente y muy colorida.

En realidad, todo el espacio estaba lleno de matices, pinturas y colores. Me llevaban a lugares de Colombia como caño cristales o a pueblos mágicos como Barichara. Pero al avanzar un poco más, entendí que, pese a lo llamativo, aquí había pasado algo.

Bronx Distrito Creativo

Di unos cuantos pasos y solo bastó con mirar hacia un lado, me di cuenta que la contrariedad del Bronx está por todas partes. En medio de las casas demolidas hay escombros, uno que otro ratón, la basura que no fue recogida y las paredes agrietadas que guardan los secretos de lo que ocurrió allí.

A pesar de las ruinas, sobre esos muros, que aún quedan en el Bronx, hay plasmados mensajes de esperanza: sanación, creación, memoria, son las palabras que se leen en las vigas de colores que sostienen una edificación que está a punto de caerse.

La hierba y las plantas como el cardo mariano han florecido en el pavimento. Es sorprendente porque esta planta crece aún en medio de la dificultad, como lo hacen los habitantes de calle; sobrevive al sol, al agua, a la falta de condiciones para vivir, a lo que sea y sus raíces se atrincheran en el escombro, en los ladrillos. ¿Cómo renace y cómo se aferra a la vida? De la misma forma que una persona que habita la calle lo hace.

Una ‘olla’ que explotó en el corazón de Bogotá

A cinco cuadras de la Presidencia de la República y la Alcaldía de Bogotá, con un Batallón del Ejército y una estación de Policía a pocos metros, existía un lugar en el que se cometían crímenes y delitos inimaginables. Por más de una década, el Bronx fue un escenario de violencia, angustia, desesperación y abandono. Se habló de brujas, cocodrilos, perros caníbales y hasta pozos con ácido en donde se desaparecían los cuerpos; un lugar sin Dios ni ley, que en la madrugada del 28 de mayo del 2016, fue irrumpido por las Fuerzas Militares y tras dos días de una intensa intervención, fue desalojado.

Es una realidad que esas calles guardan dolor; es la innegable historia que todos conocen, pero, dentro del entramado de delitos y atrocidades que allí se cometieron, también había humanidad; y no lo digo yo, lo cuenta una mujer que vivió el Bronx en carne propia y encontró un hogar en ese “infierno”, una familia en las personas que lo habitaban y un lugar en el que no era marginada ni tratada como una “desechable” para la sociedad.

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Andrea es el nombre de la mujer que guía mi recorrido. Antes de conocerla solo sabía su nombre y que había vivido en el Bronx. En medio de todos los prejuicios e ideas equivocadas que pasaron por mi cabeza, cuando la vi me encontré con una expresión amable, un poco tímida, pero bajo sus ojos, una mujer muy alegre y con gran sentido del humor. Inmediatamente, inspiró mi admiración. Ella no solo vivió en el Bronx; ella lo pudo ver con otros ojos, encontrando la luz en un lugar lleno de oscuridad. Salió de allí, renació y volvió para ayudar a otros a hacer lo mismo.

Su historia en esas calles comienza desde muy temprano. Conoció por primera vez el Bronx desde que tenía 13 o 14 años. Llegó de nuevo a “la L” en 2012, a sus 18 años, como cualquier otra persona, a trabajar en una tienda para sobrevivir; pero anteriormente ya se había adentrado allí y había consumido cannabis. Pasaba todo el día sumergida y solo durante un día a la semana salía a descansar. Aún es consumidora, pero con un -“proceso de reducción y consumo responsable”-.

En nuestra conversación, lo que más me sorprendió de Andrea es que me describió el Bronx como:

“Un lugar de mucho amor, fe, mucha tranquilidad y, obviamente, muy estigmatizado por lo que cuentan y lo que ven”.

Esperaba cualquier respuesta, menos esa. Y es que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de la L, de su familia y de la forma en que se sentía en casa allí.

Andrea no está en el Bronx de nuevo por casualidad, lo hace porque, como lo afirma con orgullo, ella se transformó, renació y está dispuesta a ayudar a sanar a quienes llegan en busca de una nueva oportunidad. Ahora es parte de los pares comunitarios que guían los recorridos del proyecto ‘La esquina redonda’.

El símbolo de la memoria que sigue con vida

La esquina redonda es una desgastada casa esquinera de tres pisos, la única que queda en pie en la calle de la L. Al verla jamás es posible imaginar todo lo que sucedía en cada habitación o detrás de sus paredes.Sus muros están sin pintar y ahora en ella reposan muebles viejos y arrumados.

Por ser la única vivienda de la zona que no fue demolida se convirtió en el símbolo del Bronx Distrito Creativo, una iniciativa liderada y apoyada por habitantes de calle, los mismos que un día presenciaron e hicieron parte de los horrores del Bronx y, ahora, luchan por su transformación a través del arte, la cultura, y la memoria. Este proyecto no busca construir sobre el cemento y pretender que nada sucedió, por el contrario, plantea jamás olvidar, reconstruir, recordar y no repetir.

Ahora este lugar se llena de música, bailes, conciertos, festivales, y actividades que muestran lo mejor de la humanidad. Es la manera en que se deconstruye lo que antes significaba la L para Bogotá.

Una exposición de arte se tomó esas calles para contar la historia no contada del Bronx a través de objetos encontrados luego de su desalojo. Parte mi recorrido lo pase allí, escuchando las historias de Andrea sobre el lugar. Al entrar al salón en donde se hace la exposición me encontré con unas paredes blancas, pero el color se interrumpía por palabras plasmadas en ellas, una especie de diccionario que contenía el lenguaje que utilizaban en el Bronx con significados propios, como ‘pulmón’, que no significa pulmón sino cuchillo; o bicha, que se refería a una dosis de bazuco para quienes vivían allí y entendían su propia forma de hablar.

La estación de la infancia

Me llamó la atención una serie de objetos que pertenecían a los niños que habitaban del Bronx. Y es que muchos vivieron su infancia allí. Dentro de esas pertenencias había un pequeño papel en el que estaban escritas, con poca ortografía, las onces de una pequeña cuando iba a estudiar.

- En el Bronx siempre prevalecían los niños -, relató Andrea.

“La niña se llama Sharick y, si lees, te das cuenta de que llevaba una lonchera muy saludable. El primer día un yogurt de fresas, un emparedado con queso y jamón y unas uvas”, dijo.

Entonces, “¿cómo esa madre podía tener en cuenta qué iba a comer su hija, estando en la calle de la L?, En un lugar marginado, pobre, con gente consumidora que mataba y violaba, ¿cómo podíamos entender esto?”, me preguntó Andrea. Puede ser el sentimiento de maternidad que se despierta incluso dentro de un lugar en donde prevalecía la inhumanidad.

El Bronx bajo los ojos de quien lo vivió

Una maqueta de la casa de la esquina redonda se ubica en el centro de la exposición. Fue construida por los habitantes que conocieron cada rincón de la casa y la recrearon. A simple vista parece una vivienda normal, pero para una familia gigante, con muchas habitaciones, cada una con su propia identidad. En unas, dibujos de equipos de fútbol, en otras, calcomanías de princesas; y como cualquier hogar normal, se encontraban partes de un baño y la cocina.

En el último piso había un jardín para niños que también existió. Quién iba a imaginar que, en una de las calles más peligrosas de la ciudad, aunque no en las mejores condiciones, había espacio para ser niño, para aprender.

Y al final de la exposición, en el fondo del salón, hay decenas de retratos enmarcados y puestos sobre la pared. Eran los rostros de las personas que vivían en el Bronx y un día desaparecieron. Sin un cuerpo, sin explicación, y con la carencia de una familia que los buscara. En este muro están los dibujos de todos los “hermanos” que otros habitantes de calle describieron detalladamente y recordaron con algo de tristeza.

Su foto está ahí, y cada trazo a blanco y negro evita que sean olvidados.  Ellos son la historia pasada del Bronx, buena o mala, son la realidad que hoy sirve de inspiración para construir un mejor presente, para que este lugar, algún día sea el símbolo de la resiliencia que caracteriza a los colombianos.

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