Germán Castro Caycedo

Con su muerte termina una época grandiosa del periodismo en Colombia y nos queda la responsabilidad de estar a la altura de su legado.


Gustavo Nieto

Gustavo Nieto

julio 19 de 2021
07:01 a. m.
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Yo creo que a Germán Castro Caycedo le debo la decisión de ser periodista. Sin saberlo, Germán sembró en mi corazón y seguro en el de muchos otros, la vocación de contar noticias, de decir lo que nadie dice, de buscar la verdad.

Los de mi generación tuvimos la posibilidad de crecer viendo "Enviado Especial" y de leer las magníficas crónicas plasmadas en sus primeros libros como "Colombia Amarga", "Perdido en el Amazonas", "El Karina" o "Mi alma se la dejo al diablo" y seguro desde ahí nos contagiamos de este oficio.

Los poderosos le temían y los más débiles le agradecían ser su voz. Son memorables sus reportajes sobre el oscuro poder del narcotráfico y sus denuncias contra la corrupción que desde siempre nos acompaña. Logró ponernos frente a la cara la desidia del estado y el abandono que sufrían comunidades enteras. Nos enseñó la belleza de la selva, pero también lo cruel e implacable que puede ser si alguien osa meterse con ella.   

Marcó historia en la televisión porque sacó las cámaras de los estudios y se las llevó a recorrer el país. Su serie sobre la Ruta Libertadora, por ejemplo, no solo reconstruyó los pasos del ejército de Bolívar, se encargó de mostrarnos con dolor y también con mucha indignación, como casi 200 años después, todo estaba igual o peor para quienes vivían a lo largo del tortuoso camino que escala la cordillera oriental. 

Su fascinación por la selva era la misma que compartía por los toros. Tuve la fortuna de escuchar de su boca las razones. 

Gran conversador, con una memoria prodigiosa, se remontaba a sus años de niño en Zipaquirá, se recordaba caminando por la carrera novena hasta llegar a la casa de los Cárdenas, una quinta antecedida de un frondoso jardín de magnolios, cauchos, duraznos y ciruelos. Y allí se aferraba a la reja de la puerta y miraba como hipnotizado ese verde que brotaba por todas partes y se imaginaba la manigua que años después recorrería para contarnos sus secretos y sus infortunios.

De los toros se hizo el mejor conocedor desde que los empezó a admirar en los potreros de la hacienda de doña Clara Sierra a donde llegaba como podía, siendo apenas un jovencito, para soñar como sería enfrentarlos apenas con un capote. ¿De qué está hecho un hombre que es capaz de enfrentar a un miura de 500 kilos armado solo con su valentía?, se preguntaba entonces, y pasó su vida averiguándolo cada domingo o cada vez que había una corrida digna de admirar.

No había un tema que lo apasionara más, sabía de todo, por conocimiento de causa, pero con los toros y los toreros su corazón se desbordaba. Los toros le dieron sus mejores amigos y también se los quitó, como el maestro Pepe Cáceres, muerto en su ley en la Plaza de Sogamoso.

Germán fue muy generoso conmigo y esa generosidad me permitió trabajar a su lado más de 4 años. Semejante fortuna aún no termino de agradecerla.

Cómo entender que llegaría a ese programa que veía admirado años atrás y que podría compartir con el personaje que se había encargado, sin saberlo, de hacerme ver que mientras exista periodismo habrá democracia y sobre todo verdad y algo de justicia. 

Sabía, sí, que la televisión era un misterio que quería resolver, pero desde mi esquina no lograba imaginar cómo podía acercarme a ese mundo.

Al fin y al cabo, ahí estaba, con toda mi ignorancia a cuestas, recién salido de la universidad, con más preguntas que respuestas, asustado, consciente de que no merecía semejante suerte, pero también decidido a aprender lo más que pudiera.

Así empezaron años de vértigo. Descubrir la concepción que Germán tenía sobre la responsabilidad de informar fue tal vez mi mayor premio, porque marcó mi vida en lo profesional y lo personal. Fue una clase permanente de ética y metodología. Verlo construir sus reportajes, ese olfato innato para saber dónde había una historia que merecía contarse, su sensibilidad frente a la injusticia, su compromiso con la verdad, nada quedaba al azar. "Siempre hay una pregunta más por hacer", me decía con vehemencia, cuando me veía convencido de haber hecho un gran trabajo, y claro, después de revisar minuciosamente el material grabado, descubría que decía lo cierto. 

La primera vez que entré a su oficina en R.T.I , sentenció: -"Ahora entre el barro es que vas a aprender" y cuánta razón tenía.

Recorrí el país y creo que aprendí a mirarlo con la agudeza que debe tener un periodista, llegué hasta donde nunca soñé llegar y conocí lugares y personas que solo se pueden conocer cuando uno se dedica a esta profesión.

De su mano aprendí del rigor que hay que tener para informar. Recuerdo claramente los primeros días cuando decidió abordar el tema de los 500 años del descubrimiento de América y "El Hurakán", sí con k, empezó a gestarse.

Divagaba sobre cómo sería lo que sintió, observó y escuchó Colón cuando vio tierra por primera vez. Se fascinaba imaginando ese momento, ¿cómo describir ese instante, sin vivirlo?, para él era imposible, tenía claro que la única manera de saberlo era recorriendo la misma ruta del conquistador. Unos meses después estaba embarcado en el buque Gloria siguiendo los pasos exactos del genovés.

Y así fue con "Perdido en el Amazonas", vivió meses en la selva para saber qué le pasó al protagonista del libro y los ejemplos son innumerables. Lo acompañé una vez al Cesar a escuchar algunos de los cuentos de los juglares que después le darían vida al "Cachalandrán Amarillo". Todos sus libros tienen esa característica esencial, el reportero no habla de lo que no conoce. 

Y es que eso fue: un reportero, con toda la simpleza pero también con toda la grandeza que resume esa palabra. 

Por eso tenía credibilidad porque sabía de lo que hablaba, porque era testigo directo de las historias que contaba, en un libro o en un reportaje de televisión. 

Por eso es y será un referente para sus lectores, para el periodismo y por supuesto para quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él y conocerlo como profesional y como ser humano.

En una entrevista con Bernardo Hoyos, el poeta Darío Jaramillo Agudelo dijo que después de García Márquez, el gran prosista colombiano era Germán Castro, una afirmación que seguro en su momento generó sorpresa, si se tiene en cuenta que la “crítica” siempre ha separado a los escritores de los periodistas, pero yo muy atrevidamente la respaldo, porque creo que Germán sí tuvo un manejo especial del lenguaje y además porque sus extensos reportajes, todos basados en hechos reales, superaban de lejos la ficción.

Precisamente en una conversación sobre este tema Germán soltó una frase que en este momento tiene todo el significado y resume con dolor, pero también con dignidad este doloroso trance:

“Suelto amarras, subo áncoras y me voy a todo trapo”.

Buen viaje Germán y gracias infinitas.

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