Un día imposible de olvidar

A 20 años de la tragedia de los 21 niños del Colegio Agustiniano que murieron en la avenida Suba en Bogotá.


Gustavo Nieto
abril 27 de 2024
02:37 p. m.
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Aquella mañana del miércoles 28 de abril de 2004 el consejo de redacción de Noticias RCN comenzó con la noticia de la liberación de un niño de 12 años que había sido secuestrado en Neiva y que por fortuna regresaba al lado de sus padres. La versión oficial decía que, gracias a la presión de la tropa, el pequeño había sido abandonado por sus captores y, tras tomar un taxi a las afueras de la ciudad, había logrado regresar a casa después de tres días de cautiverio. Realmente en ese momento del país saber que un secuestrado volvía a la libertad era suficiente motivo para alegrarse más allá de las circunstancias. En este caso no valía la pena preguntar si habían pagado por su rescate, si fue otro exitoso operativo o si de verdad la presión de las autoridades provocó la liberación. Ver a un niño libre, abrazado por sus papás, feliz, ya nos llenaba de genuina emoción.

Así trascurría el día, entre esta buena noticia y los acercamientos del gobierno del entonces presidente Uribe y los partidos políticos para sacar adelante el proyecto de reelección presidencial que ya comenzaba a levantar una polvareda política sin precedentes. La guerra en Irak ese miércoles tenía otra sangrienta jornada.

Un día "normal" en la redacción de cualquier noticiero de Colombia. Las carreras habituales para emitir con éxito la emisión del mediodía terminaron a eso de las dos de la tarde, buen momento para pensar en comer algo y aprovechar para ir pensando qué hacer para el noticiero de las siete de la noche.

Apenas la tarde tomaba la tensión rutinaria cuando una llamada al celular rompió la relativa calma. Era Luis Javier González, por esos días uno de nuestros reporteros encargado de cubrir las noticias de Bogotá. Nos alertaba sobre un accidente de tránsito cerca a Suba en el que estaba involucrado un bus escolar. La instrucción inmediata fue que se dirigiera al lugar para confirmar qué tan grave era la situación.

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Lo que vino en los minutos siguientes convirtió ese miércoles en un día imposible de olvidar. Los reportes daban cuenta de un accidente que poco a poco fue tomando rostro de pesadilla. Entre lo insólito y dramático. Los primeros datos nos pronosticaban que estábamos a punto de enfrentar una tragedia sin precedentes, un hecho que rompía todos los esquemas y para el que francamente era muy difícil estar preparados. Una máquina procesadora de asfalto de 40 toneladas de peso se había soltado del tractocamión que la transportaba y había caído encima de un bus escolar. Exactamente de la Ruta 12 del colegio Agustiniano Norte. Casi imposible imaginar la escena y casi imposible encontrar las palabras para describirla.

21 niños atrapados entre el peso infinito de la poderosa máquina y las latas del bus destruido. 21 niños que fueron muriendo mientras los bomberos intentaban rescatarlos de una situación que los superaba.

Ese miércoles la Avenida Suba se convirtió en el lugar más triste del mundo. Los rostros conmocionados de los papás de los pequeños mártires no lograban reflejar el desgarro que sentían por dentro, entre incrédulos y atormentados trataban de entender cómo el destino les jugó a sus hijos una pasada tan perversa y les quitó la vida cuando apenas comenzaban a disfrutarla.

Es insondable la fatalidad caprichosa que hace que un bus escolar con 40 niños abordo pase por un punto en el momento exacto en el que una gigantesca máquina rueda por un barranco. Es inexplicable que la muerte se ensañe de esa manera con unos seres indefensos, como es de inexplicable la sensación de desasosiego que nos embargó a todos en ese momento.

Solo imaginar los últimos instantes de vida de los estudiantes y el dolor de las familias, fue suficiente para contener la respiración y llorar. Por momentos en la redacción había silencios profundos y nuestros periodistas en el lugar apenas podían hablar. "Somos periodistas y hay que informar", nos repetíamos constantemente tratando de engañar a nuestros sentimientos. Y sí, informamos ese día y los que siguieron, pero jamás pudimos engañar a nuestros sentimientos. Como muchas veces en este trabajo supimos que contar historias no nos exime de sufrirlas y no nos excusa de tomar partido. Esta vez fue imposible no tomar partido por la memoria de los niños muertos, por las familias destrozadas, por los sobrevivientes que desde los hospitales pedían noticias de sus compañeros, por los bomberos y socorristas que atónitos trataban de explicar lo que había pasado. El dolor se multiplicó por todo el país. Podría asegurar que, incluso, llegó a la familia que ese mismo día celebraba la liberación de su hijo. Podría asegurar que las lágrimas de alegría por abrazar de nuevo a su niño se mezclaron con algunas derramadas por la partida de los 21 pequeños.

Los homenajes a los ángeles fueron muchos, tantos como las investigaciones para encontrar culpables. Y los días fueron pasando. Las familias de a poco fueron recogiendo los pedazos de esperanza regados por ahí para tratar de pegarlos y sobrevivir. Mientras tanto, nosotros continuamos informando. Las mañanas como siempre arrancaron con un consejo de redacción. Ese 2004 informamos sobre la captura de Simón Trinidad y la muerte de Carlos Castaño. Y el Once Caldas quedó campeón de la Libertadores. Pasaron muchas cosas más, muchas, pero ese miércoles de abril se quedó para siempre en nuestra memoria. Ese miércoles será para siempre un día imposible de olvidar.

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