La microempresa es una palanca de movilidad social y progreso para Colombia

La microempresa es mucho más que una unidad económica. Es, en esencia, un motor de desarrollo y, sobre todo, un camino real hacia la movilidad social.


Lina María Montoya Madrigal
septiembre 27 de 2025
01:46 p. m.
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Detrás de cada pequeño negocio hay una historia de vida, de esfuerzo y de sueños compartidos, que no se miden únicamente en ingresos, sino en la capacidad de abrir oportunidades a las familias y de sembrar progreso generación tras generación.

Pensemos en nuestras propias raíces. Muchos de nuestros bisabuelos fueron campesinos, artesanos, comerciantes o negociantes que, con ingenio y sacrificio, encontraron en el trueque o en un pequeño oficio la forma de sustentar a sus familias. Ese esfuerzo inicial, aunque limitado en recursos, sembró la semilla de la movilidad social: permitió que sus hijos —nuestros abuelos— tuvieran, en algunos casos, acceso a la educación básica, a oficios más estables o a negocios propios que consolidaron el legado familiar.

Con el paso del tiempo, esa historia se fue transformando. Nuestros padres enfrentaron un país en transición, con más acceso a educación, servicios y oportunidades. Y nosotros, hoy, recogemos esa historia con el desafío de construir un futuro distinto para nuestros hijos. Así, cuando hablamos de microempresa hablamos de progreso real, de un motor silencioso que impulsa sueños y que, sin hacer ruido, ha sostenido buena parte del ascenso social en Colombia.

Para entender mejor lo que significa la microempresa como motor de movilidad social, pensemos en la historia de Marta, una emprendedora de cremas caseras en Salamina, Caldas. Hace quince años, Marta comenzó vendiendo sus cremas en la puerta de su casa para sostener a sus dos hijos pequeños. No tenía capital, apenas una pequeña nevera y la receta heredada de su madre.

Con el tiempo, su disciplina y constancia le permitieron ahorrar lo suficiente para comprar una máquina mezcladora sencilla con la que aumentó la producción. Ese pequeño paso transformó su negocio: ya no solo vendía en su barrio, sino que inició un punto de distribución para que otras madres, como ella, tuvieran un sustento mientras se hacían cargo de sus hijos. En el caso de Marta, sus hijos, que en un inicio ayudaban después del colegio, terminaron sus estudios y uno de ellos incluso ingresó a la universidad, algo que en su familia nunca había ocurrido.

Hoy, Marta no solo genera empleo para veinte personas de su familia, sino que, además, genera empleo indirecto a más de 50 mujeres cabeza de familia de su comunidad, tiene un punto de venta propio y lo más valioso de su historia no son las cifras de ventas, sino el cambio en las posibilidades de vida de toda una familia: el salto de la subsistencia a un futuro con educación, estabilidad y sueños cumplidos.

Desafíos urgentes para la movilidad social

Este panorama plantea retos que no podemos seguir postergando. El primero es la alta vulnerabilidad financiera: sin ahorros ni seguros, los empresarios de la micro están expuestos a retrocesos drásticos ante cualquier crisis.

El segundo es la baja educación empresarial: solo el 15% accede a programas de formación que les ayuden a administrar y proyectar sus negocios. La productividad se ve limitada no por falta de talento, sino por falta de herramientas.

A esto se suman la sobrecarga laboral y el escaso autocuidado, que agotan física y emocionalmente a los emprendedores; la informalidad persistente, que reduce oportunidades de crecer y confunde los gastos del hogar con los del negocio; y la soledad empresarial, donde cada emprendedor enfrenta el mercado sin redes de apoyo ni participación en cadenas de valor que podrían multiplicar su impacto.

Una hoja de ruta posible

El país no puede seguir sosteniendo el motor de la microempresa sobre el sacrificio individual. Desde Interactuar los estamos afrontando con una mirada de posibilidad desde el acceso al crédito productivo más consciente y responsable, acompañado del conocimiento para la gestión empresarial que necesita el empresario para su sostenibilidad en el tiempo. Sin embargo, el universo de cerca de 6 millones de micronegocios necesita más articulación, mejores políticas y oportunidades de inclusión. Necesitamos un acompañamiento más integral:

  • Créditos conscientes, que vayan de la mano con formación práctica en costos, mercadeo, digitalización y administración.
  • Programas de educación empresarial diseñados a la medida de las microempresas: útiles, accesibles y adaptados a su realidad.
  • Un cambio de mentalidad que lleve al empresario de la micro a reconocerse como gerente de su negocio, capaz de tomar decisiones estratégicas, negociar, liderar equipos y proyectarse con ambición.

De igual manera, se hace urgente repensar la política pública hacia la microempresa: simplificar trámites de formalización, diseñar incentivos reales para la cotización en salud y pensión, y crear mecanismos de protección social adaptados a la realidad de los pequeños negocios. No se trata de replicar modelos pensados para grandes empresas, sino de construir esquemas que respondan a quienes trabajan desde sus casas, en pequeños talleres o actividades por cuenta propia.

Finalmente, necesitamos fortalecer la asociatividad y la cooperación empresarial. La soledad del emprendedor debe transformarse en redes de apoyo, en cadenas de valor compartidas, en integración con empresas más grandes. Solo así se podrá romper la barrera de la subsistencia y dar un salto hacia la competitividad.

Una oportunidad histórica

La tarea pendiente es grande, pero también lo es la oportunidad. Promover una verdadera cultura del ahorro y la inversión inteligente puede marcar la diferencia: separar los recursos del hogar de los del negocio, costear con rigor, tomar decisiones informadas y multiplicar cada peso en el tiempo. Ahorrar no para sobrevivir, sino para crecer; invertir no para apagar incendios, sino para fortalecer capacidades.

La movilidad social no se mide solo en pesos, sino en la capacidad de los hogares de vivir con seguridad, bienestar y sueños cumplidos. Apostarle a la microempresa es apostar por el futuro de Colombia: por más de 20 millones de personas que dependen directamente de este sector.

Entender y acompañar el tránsito de los empresarios micro hacia condiciones sociales más sólidas es, en últimas, la manera más justa de construir un país incluyente, competitivo y sostenible. Porque detrás de cada pequeño negocio hay un legado que comenzó con nuestros bisabuelos y que hoy sigue escribiendo la historia del progreso colombiano.

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