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“Pareciera que un día decidimos todos y cada uno encerrarnos en nuestro pequeño mundo y sálvese quien pueda”.


Gustavo Nieto

Gustavo Nieto

febrero 17 de 2024
07:57 a. m.
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Son un poco más de las cinco de la mañana, apenas amanece en Bogotá y el típico frío sabanero acompaña a un grupo de personas que sin prevenciones salen en su bicicleta para hacer un poco de ejercicio.

Transitan por un exclusivo sector de la ciudad, pero lo que en cualquier parte del mundo sería una sesión tranquila de ejercicio, aquí se convierte en una pesadilla.
De la nada varios hombres armados de cuchillos y pistolas saltan encima de los desprevenidos deportistas y en segundos, después de recibir varios golpes y amenazas, quedan tendidos en el asfalto, humillados, heridos y sin bicicletas, celulares y dinero.

Apenas unas horas antes, en otra zona del norte, al menos 20 personas que departían en una reconocida panadería fueron asaltadas en segundos por dos hombres que iban en una moto, de nuevo humilladas y sin sus pertenencias. Así podría describir otros tantos asaltos masivos en los últimos días en los que ciudadanos desprotegidos se duelen mientras tratan de sobrevivir en una ciudad que parece no tener Dios ni ley. 

Las autoridades nos invitan a diario a disfrutar los 608 kilómetros de ciclorrutas que tiene la capital sin contar con los asaltos y agresiones tan comunes en ese largo trayecto.

Y si de disfrutar los cerros orientales, de los que tanto nos ufanamos, pues mejor ni hablar, sí se puede ir, pero a ciertas horas y no por cualquier ruta, de hecho, varias están cerradas porque nadie garantiza que alguien que camine por ahí pueda salir inmune. 

Los relatos de las víctimas de violentos atracos en los cerros son tan comunes como los de quienes perdieron su carro mientras intentaban parquearlo en su casa o los que tuvieron la "osadía" de contestar una llamada en la calle.  

Y cómo no mencionar en esta lista de actividades castigadas por los delincuentes a los comerciantes formales y hasta informales que ya no soportan más las extorsiones.

Parece exagerado, pero hablamos de personas que tuvieron la "irresponsabilidad" de salir a montar bicicleta, comer en un restaurante, caminar por un bosque o simplemente trabajar.

Pero es fácil hacer este resumen de hechos delictivos; también es fácil descargar toda la responsabilidad en la Policía o el alcalde de turno, más fácil aún, sentarse por horas a maldecir nuestra suerte y soñar con ciudades ideales a miles de kilómetros en donde "sí se puede vivir bien". 

Mientras tanto, delincuentes empoderados hacen de las suyas trabajando con el capital más rentable para su negocio, la apatía de los ciudadanos. 

Tiene razón el secretario de Seguridad, César Restrepo, cuando sugiere que mientras no exista una verdadera unión entre autoridades y ciudadanos le estamos dejando abierto el camino al crimen. 

No solo se trata de tener en cuenta las mínimas medidas de seguridad, que seguro todos de una u otra forma conocemos y que seguimos despreciando, se trata de empatía, de solidaridad. Pareciera que un día decidimos todos y cada uno encerrarnos en nuestro pequeño mundo y sálvese quien pueda. Muchos ni hablamos con los vecinos, ni siquiera los conocemos y menos somos capaces de unirnos en una causa común: protegernos. 

Algunos se metieron en la narrativa de insultar y desprestigiar a los policías, incluso, los gradúan de asesinos, pero esos también los buscan para que los protejan.

Nada más injusto, pero sobre todo ideal para la delincuencia; qué mejor para sus oscuros propósitos que una ciudad dividida, que no cree en sus autoridades. 

Es cierto que faltan policías y que, en ciertos casos, el Código Penal no ayuda mucho para castigar a quien delinque, pero también es probable que se les haya dado a las bandas criminales impronta de invencibles y a sus jefes unos alias terroríficos y amenazantes que les dan más poder. 

Desde hace años suena en las calles la teoría de que Bogotá es de todos y de nadie, que con el paso del tiempo los "cachacos" desaparecieron y con ellos el sentido de pertenencia por la ciudad y pareciera que es cierto, a juzgar por el maltrato, por ejemplo, de algo tan bogotano como Transmilenio.

Es que con la capital los sentimientos pueden ser confusos; se reniega, se disfruta, se admira, a veces se odia, pero siempre, siempre, sin falta, se quiere. Sería imposible dejarla a merced de los malos.

Pasarán indefinidamente alcaldes, comandantes, secretarios, pero el ciudadano que decidió hacer su vida aquí seguirá y sus familias también, por eso vale la pena pensar qué tanto podemos hacer para recuperarla, para que siga siendo la meta de muchos, el puerto de miles. El lugar donde se cumplen los sueños de millones.  

*Gustavo Nieto, subdirector de Noticias RCN. 

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