Consejos de Juventud: Lo bueno, lo malo y lo feo

Esta elección deja muchos interrogantes, varios aprendizajes y una gran tarea pendiente para repensar los mecanismos de participación juvenil.


Juan Carlos Bolívar
octubre 20 de 2025
10:20 a. m.
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Las elecciones de los Consejos de Juventud pasaron casi inadvertidas, como si el país no se hubiera enterado de que más de once millones de jóvenes estaban habilitados para votar. Solo participó el 12,8%, un leve aumento del 18,4% frente a 2021, pero insuficiente para celebrar. Una vez más, quedó en evidencia que a la mayoría de los jóvenes les interesa poco —o nada— la política. Es un tema recurrente: la política no es prioridad para la mayoría de las personas, y mucho menos para las nuevas generaciones.

Esta elección deja muchos interrogantes, varios aprendizajes y una gran tarea pendiente para repensar los mecanismos de participación juvenil. También deja alertas sobre la necesidad de revisar si este modelo, tal como está, merece continuar.

Lo bueno

En medio de un panorama de abstención que no invita al optimismo, hubo señales alentadoras. En varios territorios, las listas independientes y las prácticas organizativas demostraron que sí es posible competir sin depender de las estructuras partidistas. En Bogotá, el 56% de la votación fue para listas independientes, frente al 44% de los partidos políticos. Fenómenos similares se repitieron en Norte de Santander, Nariño, Meta y Magdalena. Más allá de los números, miles de jóvenes demostraron que, sin maquinarias ni grandes presupuestos, también se puede competir.

En cifras absolutas, Antioquia, Valle del Cauca, Cundinamarca, Bogotá y Atlántico concentraron más del 45% de los votos nacionales. Los departamentos con mayor votación respecto a su potencial electoral fueron Chocó, Sucre, Boyacá, San Andrés y Córdoba, donde los partidos políticos jugaron un rol determinante. Un compromiso más fuerte de las regiones con sus juventudes.

Lo malo

La pedagogía electoral volvió a fallar, pese a los recursos invertidos y la visibilidad institucional. Cantidad no es sinónimo de calidad ni eficiencia. Hubo más publicidad, sí, pero mal dirigida. La comunicación política en estas elecciones padeció el mal de las “cámaras de eco” en redes sociales: candidatos y activistas hablándole únicamente a quienes ya estaban convencidos. En otras palabras, los mismos hablándole a los mismos.

Esa dinámica derrumba dos mitos frecuentes: primero, que los jóvenes están en redes esperando contenidos políticos (cuando en realidad consumen de todo menos política); y segundo, que las redes sociales son una fórmula mágica para ganar elecciones. No lo son.

A esto se suma la confusión sobre el verdadero rol de los Consejos de Juventud. El domingo, mientras votaba, vi a un policía —muy enredado— tratando de explicarle a una señora “qué eran esos consejos…” sin poder hacerlo. Por otra parte, ver candidatos prometiendo mejorar la seguridad era surreal, un deja vú del típico personero de colegio prometiendo piscina y jean-day, muchos como si fueran alcaldes en miniatura. La responsabilidad es institucional: ni la Registraduría ni las plataformas juveniles lograron comunicar con claridad cuál es la función real de un consejero. Una señal más de que el modelo necesita ser reformado, simplificado y mejor explicado.

Lo feo

Las denuncias por compra de votos y entrega de publicidad el mismo día de la elección demostraron que los vicios de la política no están lejos de contaminar los procesos juveniles. Un baño de realidad. Ser joven no hace mejor a nadie, y estas elecciones lo confirmaron. La corrupción no tiene edad, género o estrato. Es un mal relacionado con la cultura política de nuestro país. Es un asunto estructural.

Y está la abstención: más de diez millones de jóvenes decidieron no votar. Algunos por apatía, otros por desconfianza, la mayoría por falta de información. Ese nivel de abstención pone en duda la pertinencia de un mecanismo que demanda tanto despliegue institucional y tan pocos resultados. Reestructurar esta figura será fundamental si se quiere que, en el mediano plazo, los Consejos de Juventud sean algo más que un trámite simbólico para la democracia.

El espejo

las elecciones de Consejos de Juventud resultaron siendo un espejo incómodo. El reflejo más sincero del país que somos. En lo bueno, lo malo y lo feo. Hay brotes de esperanza, sí, pero también señales claras de que seguimos fallando en conectar la política con la ciudadanía.

Los jóvenes no necesitan más discursos motivacionales ni fotos en redes para sentirse parte de la política. Necesitan espacios reales para aprender antes de organizarse, organizarse antes de incidir, e incidir de tal forma que devuelvan algo de confianza a la política colombiana.

Cabe aclarar que esta columna no es una crítica a la juventud, sino al diseño de los mecanismos de participación juvenil: poco claros, ineficientes y desalineados con las verdaderas motivaciones de quienes quieren transformar.

A mis amigos y colegas que participaron: felicitaciones. Que su liderazgo no se quede en un acta ni en una curul simbólica. Hagan que esto valga la pena. Hagamos que Colombia valga la pena.

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