¿La recta final de un Gobierno saliente?
“No será un gobierno saliente, será un gobierno en campaña. Y en esa campaña, ya empezaron a jugar.”
03:32 p. m.
El 7 de agosto se cumplen tres años del gobierno de Gustavo Petro. Tres años que, en términos futbolísticos, equivalen a un partido que ya entró en su fase final. Y como en el fútbol, lo que ocurra en estos últimos minutos puede cambiarlo todo. El tiempo apremia, no solo para el gobierno que busca prolongarse, sino también para la oposición que, si quiere ser alternativa real en 2026, tendrá que entender que lo que enfrentará no es una contienda tradicional, sino una batalla con un Estado convertido en maquinaria electoral.
Hace un año, cuando analizamos el segundo tiempo del gobierno Petro, la pregunta era cómo se iban a reconfigurar los jugadores y estrategias en esta nueva etapa. Hoy, ya no hay tiempo para ensayos: lo que queda es el tiempo de descuento, y cualquier error, omisión o ingenuidad puede ser definitivo.
A tres años de iniciado el mandato, el gobierno ha pasado de las promesas de cambio a una realidad mucho más conflictuada: reformas rimbombantes pero mediocres, escándalos que se vuelven paisaje, fracturas internas y un liderazgo presidencial precario que cada vez está más alejado del consenso. Sin embargo, sería un error pensar que el proyecto político del petrismo está débil. Todo lo contrario: ha mutado, se ha endurecido y ha perfeccionado su narrativa para presentar cualquier crítica como una amenaza a la "voluntad popular".
Petro y su círculo más cercano saben que no pueden reelegirse, pero también saben que pueden prolongar su poder: la reelección del proyecto político, esa sí es su verdadera apuesta. Tienen el gobierno, tienen el relato, tienen el presupuesto, y, sobre todo, aún no tienen un contrincante fuerte y consolidado que les haga un contrapeso.
Por eso, los sectores que no están con el gobierno no pueden darse el lujo de seguir dormidos o divididos. No es momento para egos, cálculos pequeños ni tibiezas. Las elecciones de 2026 no serán un partido limpio entre ideas: serán una lucha contra un monstruo de varias cabezas que usará toda la maquinaria estatal, toda la emocionalidad, toda la confrontación posible para mantenerse en el poder. No será un gobierno saliente, será un gobierno en campaña. Y en esa campaña, ya empezaron a jugar.
Mientras tanto, en la oposición, algunos aún creen que basta con señalar los errores del presidente y burlarse de sus excesos o adicciones. No han entendido que Petro no juega a defender su gestión, juega a construir un relato épico que lo trascienda. Por eso no le importa perder votaciones de reformas en el Congreso, ni acumular escándalos en su gabinete. Le basta con mantener viva la confrontación, la idea de que el cambio es él, y lo demás es el enemigo.
El tiempo de descuento está corriendo. Y en este tramo final, se necesita algo más que buenos candidatos: se necesita visión estratégica, sentido de urgencia y, sobre todo, una narrativa que le hable al país real. Ese país que aún espera que la política —toda— se ocupe de sus problemas y no de sus trincheras ideológicas.
Porque cuando suene el pitazo final, no habrá espacio para lamentos ni excusas. Solo quedará el marcador. Y este, en política, no se define por los goles hechos, sino por los votos contados.