No hablemos de política

Ignorar la política es como ignorar un dolor persistente


Juan Carlos Bolívar
junio 12 de 2024
10:18 a. m.
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No hablemos de política para evitarnos discusiones (in)necesarias. Pero la realidad es que, no hablar de política nos tiene donde estamos hoy. Ignorar la política es como ignorar un dolor persistente; eventualmente, se convierte en un problema mayor, que cada día cuesta más encontrarle la cura. En nuestra sociedad, la importancia de hablar de política se subestima profundamente. Hablar de política es tan crucial como hablar, por ejemplo, sobre salud mental, educación sexual, inteligencia emocional y educación financiera. Sin embargo, sigue siendo un tema tabú, relegado al olvido por temor a las discusiones y al conflicto. Nos han inculcado que en la mesa no se habla de fútbol, religión y política, como si estas fueran bombas listas para explotar en cualquier momento.

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Pero, ¿quiénes son los verdaderos beneficiados de este silencio? No es la ciudadanía común, sino aquellos politiqueros que se aprovechan del desinterés y la apatía para perpetuar hechos de corrupción. Cada vez que decidimos no hablar de política, le damos más poder a quienes se aprovechan de la dinámica política. Les permitimos operar sin vigilancia, sin cuestionamientos, sin responsabilidad. Y cuando menos pensamos, hunden un Proyecto de Ley que busca bajarle el sueldo a los congresistas, y posteriormente, anuncian un aumento salarial que supera los 40 millones de pesos (Sólo por dar un ejemplo).

La política, en su esencia, es una herramienta que si se usa responsablemente puede servir para mejorar el bienestar común. Hablar de política debería ser una práctica cotidiana y responsable, un ejercicio de ciudadanía activa. No se trata de imponer opiniones o de generar conflictos innecesarios, sino de fomentar un diálogo constructivo, informado y crítico. Es imperativo que dejemos de ver la política como un campo exclusivo de los políticos de oficio. La mejora en la política no depende únicamente de ellos; depende, en mayor medida, de nosotros, los ciudadanos. Somos nosotros quienes elegimos a nuestros representantes, quienes debemos exigirles transparencia, coherencia y resultados.

La responsabilidad política no es solo votar cada cuatro años. Es informarse, participar, cuestionar y, sobre todo, no callar. Es un deber cívico que trasciende las urnas y se manifiesta en nuestro día a día, en nuestras conversaciones, en nuestras acciones.

Para que la política mejore, es crucial que como ciudadanía tomemos un rol activo. Esto no significa convertir cada interacción social en un debate político acalorado, sino integrar la política en nuestras conversaciones diarias de manera natural y respetuosa. Es comprender que la política nos afecta a todos y en todos los aspectos de nuestra vida: en la educación de nuestros hijos, en la calidad de los servicios de salud, en la seguridad de nuestras calles, en las oportunidades laborales y en nuestra calidad de vida en general.

Es hora de romper con el tabú de que no se habla de política. Hablemos de política con responsabilidad, con información, con respeto. Dejemos de lado la idea de que es un tema prohibido y comprendamos que el verdadero poder reside en una ciudadanía activa y comprometida. El silencio y la indiferencia solo benefician a quienes desean mantener el status quo, las malas prácticas políticas. Hablemos de política para construir, para exigir transparencia. La política no es un terreno ajeno a nosotros; es nuestro campo de acción, nuestra herramienta para transformar la realidad.

Dejemos de ser espectadores pasivos y convirtámonos en los actores principales de nuestra propia historia. Solo entonces veremos una verdadera mejora en la política, una que refleje los intereses y necesidades de todos, no solo de unos pocos. No hablemos de política y veremos cómo otros se aprovechan de ese tabú. Yo digo: hablemos de política y veremos cómo nos va mejor. Porque la verdadera democracia no es el silencio, sino la participación activa y consciente de todos sus ciudadanos.

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