Todo en exceso se convierte en vicio: Edición política

La política es un arte que, en dosis justas, puede transformar; pero en exceso, enferma.


Juan Carlos Bolívar
octubre 27 de 2025
04:08 p. m.
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Después de una semana de crisis diplomática, judicial, política y la pantomima de las consultas internas, sobran los motivos para opinar. Hay tanto para decir que, paradójicamente, el exceso de opiniones se vuelve un vicio. Lo que empezó siendo un ejercicio de reflexión sobre la política, hoy parece una competencia de gritos y poses morales. En medio de tanto ruido, conviene recordar que hasta las virtudes, cuando se desbordan, se pudren.

La política es un arte que, en cierta medida, puede transformar pero en exceso, enferma. Por eso vale la pena hacer un inventario de sus excesos más comunes —esas virtudes deformadas por el ego, el cálculo o la ingenuidad— que terminan saboteando cualquier propósito colectivo.

  1. La oposición y el fanatismo, cuando se desbordan, dejan de ser convicción y se convierten en ceguera.
  2. Los mecanismos de democracia deliberativa, en exceso, no fortalecen las instituciones: las delatan. Cuando todo se consulta y nada se decide, el consenso se vuelve coartada.
  3. La coherencia, cuando se vuelve obsesión, deja de ser virtud y se transforma en terquedad política; si buscan cerrarse puertas, ese es el camino más corto.
  4. Los opinadores compulsivos inundan el debate con lugares comunes y argumentos que apenas alcanzan la profundidad de un charco.
  5. El discurso excesivo se convierte en el populismo de las promesas vacías.
  6. La estrategia, cuando deja de ser visión y se convierte en cálculo, termina demostrando su propio cinismo.
  7. La tecnocracia, en exceso, se vuelve soberbia ilustrada, incapaz de escuchar.
  8. La autocrítica, cuando se vuelve obsesión, ya no corrige sino paraliza.
  9. La fidelidad partidista, cuando se prolonga demasiado, deja de ser lealtad y se convierte en servilismo.
  10. La rebeldía, desatada se convierte en ruido sin propósito.
  11. La indignación, repetida hasta el cansancio, se vuelve rutina, espectáculo o excusa.
  12. La fe (incluso en política laica) cuando se exagera, se vuelve dogma.
  13. La comunicación, cuando sustituye la gestión, no informa sino encubre.
  14. Las alocuciones presidenciales, cuando se vuelven cotidianas, dejan al descubierto el culto a la personalidad.
  15. Y la lealtad, en exceso, deja de ser virtud para transformarse en complicidad.

La política, como la vida, necesita de justas proporciones. Ni el exceso de cálculo ni el exceso de emoción sirven para gobernar. Los países se hunden tanto por los que improvisan como por los que planifican de espaldas. Quizás por eso, más que buscar pureza, deberíamos recuperar algo de sensatez: entender que no hay virtud que resista el exceso, ni poder que sobreviva al vicio de creerse infalible.

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