El regreso del miedo
Durante años, Colombia aprendió a respirar sin miedo.
07:10 p. m.
Aprendimos a viajar sin mirar el retrovisor cada cinco minutos y a trabajar sin pagar extorsiones. Sabíamos que el Estado había recuperado el control del territorio. Hoy, ese aire de tranquilidad se ha esfumado, se está evaporando y, lo más grave, es que lo estamos normalizando.
El miedo regresó. Hoy está en las carreteras, en los municipios, en los campos y hasta en las capitales de los departamentos. Regresaron el secuestro, la extorsión, los carros bombas y la sensación de que los criminales actúan con impunidad, mientras el Gobierno parece más preocupado por negociar con ellos que por enfrentarlos y judicializarlos.
La seguridad democrática no fue una etapa de la historia reciente: fue una política de Estado que devolvió la dignidad y el futuro al país.
No se trató de militarizar la vida civil, sino de recuperar la autoridad del Estado y garantizar la libertad de quien trabaja, produce y educa a sus hijos.
La verdadera paz no se decreta desde un escritorio en Bogotá ni se garantiza o establece con acuerdos de paz con delincuentes. Se construye todos los días: cuando el Estado está presente, cuando la ley se cumple, cuando el ciudadano puede trabajar, caminar por su barrio o dormir sin sobresaltos, y cuando el delincuente sabe que sus actos tendrán consecuencias.
La paz no es ausencia de conflicto: es el sometimiento de los delincuentes a la justicia.
El discurso que pretende justificar el crimen como una forma de resistencia social solo perpetúa la violencia y profundiza los problemas.
El Estado que duda en ejercer autoridad termina condenado a la irrelevancia. Y un país que deja de proteger a sus habitantes los condena al imperio de los delincuentes y se condena, irremediablemente, a retroceder.
Colombia necesita un nuevo pacto por la seguridad. Uno que reconozca que la ley debe cumplirse y que las fuerzas del Estado deben someter a la justicia a quienes no la acaten. Porque si no se cumple con la ley, no hay justicia; y si no hay justicia, no hay paz ni desarrollo. Por eso, sin seguridad, no hay futuro.
Volver a proteger al ciudadano de bien —al campesino, al empresario, al maestro, al estudiante, al ciudadano de a pie— no es una nostalgia: es una urgencia.