Ese combustible ya entró al Bajo Atrato y se acerca al Darién. Hasta 2017 solo unas pocas parcelas tenían pequeños cultivos de coca, lo que llaman un cuarterón. Pero llegó. Al Truandó en marzo, cuando los grupos armados autorizaron la siembra de coca, y para finales de año se replicó en todas las comunidades.
Aún no hay reportes de 2018, pero el último censo hecho por la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (Unodc) mostró que Chocó tenía 2.611 hectáreas de coca sembradas a finales de 2017 , una cifra que apenas representa el 5% del área sembrada en Nariño (el departamento con más coca del país), pero un alarmante 44% más que en 2016. Eso muestra cómo viene creciendo rápidamente.
Cálculos de las organizaciones de derechos humanos que trabajan en la zona indican que el 80% de la población ya tiene alguna siembra de coca, la mayoría obligada.
(EN EL BAJO ATRATO CHOCOANO, PARALELO AL RÍO SALAQUÍ SE ESTÁ CONSTRUYENDO UNA CARRETERA ILEGAL. LOS ANALISTAS DEL IDEAM LA LOCALIZARON CON LAS IMÁGENES SATELITALES CON QUE DETECTAN LOS FOCOS DE DEFORESTACIÓN Y DIERON LA ALERTA. . LAS GRÁFICAS MUESTRAN TRES MOMENTOS: 2017 CUANDO LA OBRA NO HABÍA COMENZADO, NOVIEMBRE DE 2018 CUANDO SE INICIÓ Y ENERO DE 2019 CUANDO YA HABÍA AVANZADO 14 KILÓMETROS).
La vía en medio de la selva
Una línea amarilla, de color más claro que la que representa un río, llamó la atención de los analistas del Sistema de Monitoreo de Bosques y Carbono del Ideam.
La identificaron durante el procesamiento de imágenes del satélite PlanetLabs la convirtieron en coordenadas y la monitorearon durante varias semanas. El diagnóstico: ya existe una vía ilegal adyacente al río Salaquí, en el margen occidental del río Atrato, que se adentra en el bosque.
Entre el 1 de noviembre de 2018 y el 2 de enero de este año avanzó 14 kilómetros, algo así como un kilómetro cada cuatro días. A ese ritmo, en un año podría ser una vía de 90 kilómetros.
La alerta fue inmediata porque así comenzó la construcción de la Marginal de la Selva, una vía largamente anticipada por el Gobierno para unir Guaviare con Caquetá que ilegales se les adelantaron en abrir en medio de la selva amazónica. Hoy ya corre peligrosamente cerca del Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, uno de los mayores tesoros naturales de Colombia y recién declarado patrimonio de la humanidad.
La zona de Riosucio donde corre la vía es selvática y, aunque no es una reserva natural ni está en la zona de amortiguamiento de un parque nacional, es poco probable que alguna autoridad ambiental otorgue permisos para una construcción de este tipo.
Los cálculos de los analistas indican que se trata de una vía que bien podría ocupar entre tres y cuatro metros de ancho, lo que permitiría el paso de un vehículo 4x4 y, si siguiera las rutas que hoy utilizan los traficantes de personas y droga, podría convertirse en la apertura del Tapón del Darién.
Aunque hoy está archivado, el proyecto para construir una vía que una a Centro con Suramérica fue bautizado hace décadas con el nombre de Transversal de las Américas e incluye un trazado de 62 kilómetros que no toca directamente Los Katíos, pero sí “incluye obras en las zonas aledañas al Parque generando presión sobre los territorios vecinos y el área protegida”, según el Atlas.
El problema es que el Darién es muy rico en diversidad biológica pero también muy frágil. “Ese camino, como cualquier otro legal o ilegal, lleva colonización y genera deforestación”, dice el ex ministro Manuel Rodríguez Becerra, añadiendo que lo único que lo ha conservado es que los panameños no tienen interés en esa obra.
Los estudios del Ideam parecen darle la razón: el 72% de la deforestación del país está ubicada a menos de ocho kilómetros de una vía.
Hay un acelerado proceso de construcción de vías ilegales, cuyo origen “es la ocupación de los espacios abandonados por las Farc que termina convertida en proyectos para mover armas, coca, madera, migrantes, oro, tropas o cualquier otra mercancía”, dice Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), que ha venido siguiendo el tema en la Amazonia.
Las consecuencias sobre la biodiversidad, las comunidades locales y en general el patrimonio colectivo, explica Botero, son enormes porque “los corredores de movilidad hoy se instalan con mano de obra local, muchas veces a la fuerza, otras con la reivindicación política y otras simplemente pagada”.
En el caso de la vía en Salaquí, no se trata de una amenaza sencilla. La posibilidad de la apertura del Tapón del Darien significaría una pérdida irreparable pues cortaría la conectividad de Mesoamérica, lo que sería tan grave como perder la conectividad entre los Andes y la Amazonía.
“Es la tragedia clásica que pasa en el mundo tropical porque llega una carretera y viene la explotación mas básica y burda de la biodiversidad, que es carne y madera”, dice el biólogo Esteban Payán, director en Colombia de la Fundación Panthera que vela por la conservación de la ruta del jaguar en el continente.
“Ya no es un cazador que tiene una pistola, mata una danta y la lleva al hombro o arrastrada. En el momento en que entra una moto o una camioneta, ya pueden echar 20 dantas, pueden tener una nevera que les permite conservar la carne, llevar una motosierra, hacer un campamento, matar una tonelada de carne de monte sin que se pudra y volver a salir”, explica.
Todo esto, explican los expertos, causa la fragmentación de los ecosistemas. Esto significa que no hay una matriz donde los animales puedan moverse libremente por los puntos cardinales, sino que se levanta una barrera y con ello las poblaciones se separan de un lado a otro.
“Los animales no están dispuestos a cruzar la carretera, simplemente porque es abierta. Por ejemplo, una boruga o una guartinaja no se exponen a caminar por cinco metros abiertos porque un jaguar se los puede comer. O los osos perezosos pierden la capacidad de reproducirse porque no van a buscar a las hembras al otro lado de la carretera”, explica Payán.
A largo plazo, se genera una segregación genética de lado y lado.
Los jaguares, objeto principal de estudio de Payán, serían los primeros en desaparecer por la caza generada por miedo o para alimento de otros animales. Pero también hay especies como las mariposas que son más sensibles a los cambios en su entorno y pueden extinguirse.
También afecta a Los Katíos porque podría perderse el efecto de conservación efectiva, que solo se logra con una zona de amortiguamiento donde los animales no tengan contacto alguno con el mundo exterior.
Hay un peligro adicional y poco analizado a primera vista: los coyotes. Se trata de un mamífero controlado en Estados Unidos y que no ha pasado a Suramérica porque son animales que no entran a la selva pero ya están a 20 kilómetros del Tapón del Darién.
Pueden convertirse en una plaga, Como explica Payán, “en el momento que haya un camino se van a venir y va a haber una invasión biológica de coyotes que nos va a cambiar completamente la dinámica de la fauna en América del Sur porque se trata de un animal muy adaptable que anda de noche, de día. Es un animal generalista: es decir, se come lo que sea, entonces va a llegar a comer de todo”.
“Es una cascada de efectos ecológicos”, concluye Payán.
Adicionalmente, según Botero, la fragmentación de ecosistemas claves asociados a zonas de bosque en resguardos indígenas, comunidades negras, reservas forestales o parques nacionales, es cada vez mayor y se asocia con la presencia de actividades ilegales se multiplican los impactos ambientales y sociales en estas poblaciones que son más vulnerables.
Donde esas carreteras coinciden con fronteras internacionales o grandes áreas boscosas generalmente hay un gran atractivo para el desarrollo de actividades ilegales y ese es el mayor temor con la vía del Salaquí. Un analista de seguridad que investiga temas de narcotráfico, que pidió omitir su nombre porque sus análisis son considerados confidenciales, teme que pueda tratarse del inicio de un círculo de producción de cocaína.
Las rutas utilizadas hoy no son tan rentables pues tienen pasos peligrosos que retrasan las entregas hasta una semana o son inaccesibles. Por eso la droga llega a las inmediaciones de Bahía Solano, en el Pacífico chocoano, desde donde se exporta la cocaína.
Esta hipótesis cobra sentido al constatar el aumento en los cultivos ilícitos, que dan pie a una producción de cocaína que necesita un acceso terrestre hacia los puntos de embarque fuera de Colombia. Además, los organismos de inteligencia tienen información sobre el aumento de la cuota de exportación de cocaína en el golfo de Urabá, en el Caribe chocoano, por cuenta del posicionamiento de los mexicanos en Nariño.
“Lo que podría pasar es que estén haciendo su modelo de negocio: ustedes siembran, nosotros operamos unos laboratorios, procesamos la hoja y mientras tanto trabajamos en la vía para tener un camino expedito para sacar la droga”, dice el analista.
Más allá de los desastrosos efectos que esta dinámica ilegal tendría en los ecosistemas vitales del Bajo Atrato y el Darién quedan las consecuencias para la población que desde hace cuarenta años se convirtió en víctima de los intereses económicos de actores ilegales.
Este reportaje hace parte del proyecto colaborativo Tierra de Resistentes que documentó amenazas contra líderes que defienden el medio ambiente y sus territorios ancestrales en siete países de Latinoamérica.
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