Ángeles y demonios

Por Gustavo Nieto

Las imágenes no pueden ser más perturbadoras, en medio de un partido de fútbol, las tribunas estallan como si estuviéramos presenciando el más bárbaro de los espectáculos. Como poseídos, decenas de jóvenes "hinchas" desatan una descomunal gresca que saca a relucir lo más malvado de cada quien. Las cámaras se concentran en un hombre que cae en medio de las sillas y varios "rivales" se le abalanzan como depredadores tras su presa. Iracundo uno de ellos se ensaña con su víctima y frenéticamente se concentra en golpearle la cabeza a patadas.

Semanas atrás en una calle de Medellín, un joven encapuchado atacó brutalmente por la espalda a una mujer policía. El cobarde huyó del lugar corriendo, como solo los cobardes saben hacerlo, mientras la uniformada convulsionaba tirada en el piso.

En sus redes sociales el goleador de Millonarios Fernando Uribe, denunció que un joven aficionado de un equipo rival amenazó a sus pequeñas hijas.

En una calle de Bogotá un policía que intentó requisar a un joven fue acribillado sin contemplación. El patrullero mortalmente herido se derrumbó sobre el pavimento, dejó dos huérfanos y una viuda.

Alguien podría decir que se trata de casos aislados, podríamos disculparnos en que en otros países, incluso menores de edad, han masacrado a decenas de personas; otro asegurará que son "barras bravas" que hay en todas partes, no hay duda, también sabemos que hablamos de actuaciones individuales que en ningún caso reflejan lo que representa la juventud para el país, por eso es tan valioso lo que sucedía al otro lado del mundo, al tiempo que conocíamos estas indignantes noticias.

En Japón, jóvenes también humildes, seguro; llenos de dificultades, sin duda, nos recordaban que palabras como honor, gallardía, respeto,

sacrificio, aún tienen cabida en el diccionario de las nuevas generaciones.

A pesar de que crecieron sin conocer de privilegios, decidieron con esfuerzo y disciplina, conseguir lo que la suerte o este país, a veces tan ingrato, les negaron por años.

Juzgar qué puso a unos y a otros en orillas distintas, es al menos simplista, la condición humana es tan misteriosa que a veces nos enorgullece y otras tantas nos avergüenza.

El hombre ha celebrado la llegada a la luna o el descubrimiento de la penicilina, pero también ha visto horrorizado el holocausto nazi o el ataque a las Torres Gemelas.

Está claro que, en una sociedad sin tantas opciones, las oportunidades terminan perdiéndose en el tiempo y dan paso a la supervivencia a toda costa. Pero también está claro que nada justifica el "a toda costa".

Entonces qué hace que un joven que ni siquiera tenía zapatillas para correr, termine siendo medallista olímpico, o que la hija de una pareja separada por la violencia en Urabá se convierta en la más grande atleta del país. Y ni hablar del niño de Zipaquirá que pedía ayuda por internet para correr en su bicicleta y ya ha ganado dos de las grandes vueltas del mundo. O por ejemplo el "paisita" de Urrao que perdió a su papá asesinado, vendió chance en las calles y hoy puede decir que ha ganado en las carreteras lo que el odio quiso quitarle de niño. Y así, por fortuna, podríamos seguir una interminable lista.

Nos maravillamos viendo las zancadas de Zambrano, los saltos de Catherine, los pedalazos de Egan o Rigo, pero nos horrorizamos con los encapuchados que se toman las calles para obligarnos a ver un espectáculo de destrucción y anarquía.

Hay que decirlo y decirlo claro, el uno no habría tenido que sufrir por la falta de zapatos, ni el otro ver asesinar a su papá y nadie tendría que pedir ayuda por las redes para correr tras sus sueños. Esas cosas no deberían pasarle a nadie y el país siempre estará en deuda con ellos y con todos los que tuvieron que padecer el abandono del Estado, pero eso también hace más grande su ejemplo, ejemplo que no solo se replica en el deporte.

En la ciencia y el arte vemos jóvenes sacando lo mejor de su espíritu, una de las nuestras dirigió el vuelo del "Perseverance" a Marte y la voz de tenor de un "pelao" de 22 años ya empieza a escucharse en los teatros más prestigiosos de Europa, solo por mencionar algunos.

Basta con revisar archivos de prensa para descubrir que son muchos, muchísimos, quienes en distintos campos sobresalen más allá y por encima de quienes los quieren manejar como carne de cañón.

Hace tan solo unos días en Bogotá se reunieron dos de los más influyentes jóvenes en las redes, su mensaje: Creer en el emprendimiento, apoyar al empresario, impulsar el trabajo honesto. Y son de orígenes distintos, pero creen que ese es el camino para una sociedad mejor y con más oportunidades.

Pero también cunde el discurso oportunista que nos quiere hacer creer que como son jóvenes los que atacan, agreden, destruyen y amenazan pues tienen derecho a hacerlo, solo por eso, porque son jóvenes. "Es que los jóvenes se cansaron y por fin hicieron lo que la generación anterior no hizo", dijo alguien en los días de paro.

¿Cuáles jóvenes?, los universitarios que desde los salones piden una mejor educación, o los que desde el campo reclaman mejores condiciones para trabajar la tierra o los que tienen inquietudes políticas y creen, con razón, que pueden ayudar a hacer mejor el futuro, ¿esos?

O los que llenos de ira y amparados en escudos y capuchas decidieron abusar de su condición y actuar con tanta intransigencia, que llenaron de miedo y soledad las calles, esos que nos quieren hacer creer que están protestando, caemos fácilmente en la justificación del delito y la violencia. "Los jóvenes se enorgullecen de su juventud, como si no fuera privilegio que tuvo hasta el más bobo". Dijo alguna vez el maestro Nicolás Gómez Dávila.