Colombia, potencia mundial del dolor

De todas las masacres que hemos tenido que presenciar, la de esta semana ha sido la más dolorosa. Cuatro niños indígenas fueron fusilados.


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Mateo Cardona Hurtado

mayo 22 de 2023
02:32 p. m.
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De todas las masacres que hemos tenido que presenciar los colombianos, la de esta semana ha sido la más dolorosa. Cuatro niños indígenas, de edades aun por establecer, fueron fusilados por un frente de las Farc entre Caquetá, Amazonas y Putumayo, cuando intentaron fugarse de las filas del frente qué los reclutó en marzo de este año.

La noticia perfectamente podría hacer parte del espantoso paisaje de terror, sangre y fuego en el que convivimos hace varias décadas. Seguramente tendrá un cubrimiento mediático y de redes relevante de cuatro o cinco días, y luego desaparecerá. Algunos pensarán que es solo una más de las 68 masacres -según Indepaz- de los últimos nueve meses; una más de cinco personas desmembradas se registró en La Guajira mientras redactaba esta columna. Pero debemos detenernos a ver la tragedia que rodea esta historia del Putumayo en particular. Quienes leemos esta columna tenemos familia y fuimos pequeños. Por un rato hay que salir de esta pantalla e ir a ese lugar; ser hermanos, padres, o tíos, de los menores asesinados.

Eran cuatro niños, seguramente adolescentes, de la comunidad indígena Murui. Sin conocer su contexto familiar y social, asumo vivían en condiciones de pobreza como la mayoría de comunidades indígenas. No lo tenían todo, pero tenían libertad, y gozaban como miembros de una comunidad. Un horrible día llega un grupo de criminales armados a arrebatarlos de sus hogares para obligarlos a combatir. Inevitable pensar en la transición de felicidad y libertad, a gritos de impotencia. Fueron niños sacados a la fuerza de sus humildes hogares para ponerles un fusil, botas, pesadas mochilas, y adiestrarlos de guerra. A sus cortas edades ya no podrían pensar en jugar, aprender, o salir adelante, sino que contra su voluntad, empezaban un camino que solo podía terminar en cárcel o muerte.

No tuvieron alternativa; sus familias no pudieron resistir que unos canallas armados se los llevaran. El Estado no hizo nada por defenderlos; seguramente ni sabía que su comunidad existía. Sus secuestradores no tuvieron piedad. Se los llevaron en marzo. Ni instituciones, ni la Constitución, ni códigos, ni tratados, ni el DIH, ni la paz total, les sirvieron de algo, nadie los protegió.

Luego de algunas semanas en ese cautiverio -el reclutamiento forzado-, cansados del sufrimiento, aterrados, ingenuos, pero muy valientes, decidieron escapar. Todos los seres humanos buscamos el camino a la libertad y la paz. Ellos huyeron de los criminales endemoniados, y de los fusiles que luego los alcanzarían y los matarían.

No se les puede juzgar bajo ninguna circunstancia. Nunca decidieron el camino del mal. Nunca optaron sumarse a esa organización por ideología. Su única decisión fue volarse de las Farc en busca de poder volver a sonreír; para no tener que disparar un fusil; para crecer junto a sus familias; para tener una vida no violenta, una que ellos eligieran, no una que las Farc les impusiera. Lucharon contra el crimen y por eso huyeron de él hasta su último respiro.

Vendrán decenas de consejos de seguridad, comités, mesas intersectoriales, grupos para investigar, acompañamientos, comunicados de rechazo, llamados a cesar la violencia, fotos en los sepelios, abrazos a los familiares, y demás actos protocolarios del gobierno y de las organizaciones de derechos humanos. Nada de eso les devolverá la vida a los niños, ni la tranquilidad a sus comunidades.

Qué dolor el que tuvieron que padecer desde marzo, quizá desde antes por temor a lo inevitable. Qué dolor el momento en que, satisfechos de haberse volado, descubren que los alcanzaron. Qué dolor los miles de niños reclutados por grupos armados que, aunque no hayan sido asesinados, no viven, no sonríen, no sueñan, no aman, solo disparan porque les toca. Qué dolor por la Organización de Pueblos Indígenas de la Amazonía (OPIAC), la que denunció la tragedia y pide ayuda al gobierno que les prometió detener la violencia, proteger a las minorías, y ser potencia mundial de la vida, y que les incumplió. Qué dolor pensar en la alta posibilidad de que ese crimen quede en la impunidad; o incluso que los autores terminen premiados.

Más doloroso aun es que como esta, vendrán más tragedias en diferentes lugares del país. Los grupos narco terroristas avanzan a una velocidad frenética en control territorial. Nuestra fuerza pública casi frenada. Con o sin cese al fuego, militares y policías están de manos atadas, humillados en muchos casos, y maltratados por los que hoy nos gobiernan, poco pueden hacer. Pareciera que estamos condenados al dolor. Y al terror.

@mateocardonah
Mateo Cardona Hurtado – Activista y analista político.

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