Perder para encontrarnos
¿Cuántas veces hemos maldecido, nos hemos enojado, hemos cerrado nuestro corazón o buen actuar por lo malo que nos ha pasado, porque algo no ha salido como esperamos, porque eso que queríamos y anhelábamos tanto no se dio?
06:19 p. m.
¿Cuánto tiempo duramos dándonos palo pensando en “qué hubiera pasado si hubiera hecho esto, si hubiera actuado de otra forma, si hubiera dicho las cosas de otra manera”? ¿Cuánto nos martirizamos y nos encaprichamos en que, si no es eso que queríamos, entonces la vida no tiene sentido, entonces la vida no vale la pena vivirla? ¿Cuánto tiempo de nuestro presente perdemos viviendo en el pasado, recreando situaciones dolorosas una y otra vez, o viviendo en el futuro, imaginándonos lo que nos va a suceder?
Recuerda que nada pasa por accidente
Hoy quiero hablarte del perder. De cuando las cosas no salen como esperamos, de cuando lo que anhelamos no se da, ya sea por algo material, un trabajo, un sueño o una relación. Hoy quiero hablarte desde lo más profundo de mi corazón, desde un lugar de completa vulnerabilidad. Prácticamente me voy a destapar contigo, para contarte cómo me sentí hace unos meses y qué he estado haciendo, para cambiar mi forma de pensar y esa vocecita interna saboteadora.
En un episodio de un pódcast que escuché hace poco decían: “tu historia es tu poder, tus cicatrices son las curitas que pones en la vida de otra persona”. Me encantó esa frase. Pensé: ¡claro, eso es! Lo que estaba intentando esconder a los demás, tal vez sea lo que alguien necesita leer en este momento.
La mayoría de las veces estamos contando las cosas buenas a los demás: lo que debería ser, lo correcto, lo que se supone que es la vida ideal. Pero ¿sabes cuál es el problema? Que la vida no es perfecta. La vida no son solo momentos buenos, no son solo momentos de alegría y gozo. También hay altibajos, malas noticias, momentos en los que no nos sentimos bien, en los que lloramos, en los que nos sentimos sin ganas de seguir, en los que no nos sentimos valiosos, días en los que sentimos que somos un fraude, que dudamos de nuestros talentos, de lo que sabemos, de lo que hacemos, días en los que nos sentimos agotados, en los que no queremos salir de la cama, en los que suena el despertador y decimos: “Dios, ¿por qué?”.
Pero eso casi nunca, o nunca, lo mostramos, ni a los demás ni, mucho menos, en redes sociales. Y es por eso que siento que estamos constantemente comparándonos con las supuestas vidas perfectas que vemos en redes sociales y que muchas veces nos cuentan los demás. Nos comparamos con lo que suben y nos dicen. Vemos al que se compra el carro, al que se casa, al que tiene la relación perfecta, al que tiene el trabajo de sus sueños, o aparentemente eso vemos, y nos comparamos, nos sentimos mal con nosotros mismos, con lo que tenemos, con nuestras decisiones, con todo.
Hay algo que debemos entender de las redes sociales, y es que ahí siempre vamos a tender a mostrar todo como un ideal. Siempre vamos a mostrar lo lindo: los días que nos vemos y sentimos bellos, los días en los que nuestro cuerpo está fuerte y se ve lindo, los días que cenamos rico, los días que nos pasan cosas buenas, lo bueno de nuestros trabajos, cuando comemos saludable, cuando nos cuidamos, cuando tenemos un buen día y damos mensajes de inspiración desde ese sentimiento de alegría y motivación.
¿Por qué pasa esto? Porque solemos identificarnos con el hacer y el tener, no con el ser. Creemos que, si nos mostramos realmente como somos, como realmente luce el día a día de nuestra vida, entonces la gente nos va a rechazar, va a pensar que no somos tan valiosos, que no somos suficientes o que no somos tan interesantes. ¿Te imaginas subiendo a tus redes todo lo que pasa en tu vida 24/7? ¿Qué pensarías? ¿Serías capaz de mostrar las cosas malas o no tan bonitas de tu día a día?
Nos da pánico la desaprobación, nos da pánico el rechazo, nos da miedo que nos puedan abandonar porque la gente piense que somos un fraude, que nada de lo que mostramos es la realidad. Y es por esa razón que es tan importante no identificarnos con el hacer ni el tener, sino con el ser. Tú no eres tu trabajo, no eres tu profesión, no eres tu casa, ni tu carro, ni tu ropa. Tú eres tú: eres lo que crees, tus valores, tus creencias, tu esencia.
Supongamos que un día lo perdiste todo, te quedaste sin tu trabajo, perdiste todos tus bienes materiales. ¿Qué te queda? Queda lo que eres tú. Y si te identificas siempre por lo que haces o tienes, podríamos decir que quedarías completamente desnudo, sin máscaras ni nada en lo que pudieras refugiarte. Tu sabrás si eso te asusta o te motiva. No podemos seguir identificando nuestra valía y lo que merecemos con lo que tenemos o lo que hacemos.
Identificarnos con lo que somos implica ser autocompasivos y entender que todos somos humanos, somos luz y sombra. Que habrá personas que nos amarán y habrá otras personas a las que de pronto no les vamos a caer bien, que no puedan con nosotros, y eso está perfecto. Es válido. Así como nosotros tenemos personas que no nos caen tan bien. Lo importante es cómo tú te sientas contigo mismo. A veces cambiamos nuestra esencia, nuestra forma de ser por encajar.. A veces callamos, a veces tomamos una postura no porque queramos ni estemos convencidos, sino porque creemos que, haciendo eso, recibiremos aprobación y validación de los demás.
Si tuviste una relación tóxica, piensa cuánto te perdiste a ti mismo por intentar ser alguien más para gustarle más a tu pareja. O si tuviste una amistad que no te daba tranquilidad, piensa cuánto tuviste que aparentar para ganarte la aprobación de ese “amigo”. O si has sentido que tienes que cambiar quién eres para agradar a tu familia. ¡Cuánto perdemos de nuestra vida para agradar a los demás! Nos negamos la grandiosa oportunidad de ser nosotros mismos, con todo lo que eso trae. Sí, habrá muchas personas que no estén de acuerdo, que no nos quieran, pero eso no lo controlamos, y eso tampoco quiere decir que no valgamos o seamos insuficientes.
Aquí quiero contarte algo súper personal. Yo estaba centrada en esa energía hace unos meses: no quería que nadie me viera mal, y mucho menos por mi proceso de crecimiento personal, porque hice mi curso de coaching y ahora trabajo para que las personas se sientan mejor, entonces pensaba: “¿cómo voy a dar consejos?, ¿cómo voy a decir algo a los demás que no me estoy pudiendo dar a mí misma?, ¿cómo voy a decirle a otros que vayan a entrenar si yo no lo estoy haciendo?, ¿cómo le voy a decir a los demás que reprogramen esa vocecita interna si las últimas semanas no ha hecho más sino sabotearme y hacerme sentir que no soy suficiente?”. ¡Prácticamente me sentía un fraude! Pero ¿qué pasa? Me estaba identificando con el hacer. Me estaba identificando como la Daniela que es coach, que da consejos, que supuestamente sabe manejar todo porque lleva ya dos años aprendiendo herramientas, leyendo un montón de libros, pagando mentorías, terapias, etc. Pero es que yo soy más que una coach, más que una comunicadora social, ¡soy Daniela!
Y qué increíble es Daniela, así como es. Sí, qué linda es la Daniela alegre, la que se ríe por todo, la que saca chistes todo el tiempo, la que está diciendo cada cinco minutos una frase de una película que le gusta, la que está siempre para los demás, la que dice que sí a todos los planes, la que está dispuesta siempre a escuchar y a tener una palabra de aliento. Pero, oigan, es que esa Daniela no es sostenible todo el tiempo. También necesita recargarse, también necesita momentos a solas, necesita escucharse a sí misma, necesita prestarse atención y estar para ella. Y lo más importante: Daniela es humana. Daniela también tiene momentos de profunda tristeza, también tiene momentos en los que siente que no puede, en los que se siente frustrada porque las cosas no están saliendo como espera. Tiene días en los que siente mucha pereza de ir a entrenar, vuelve a tener un atracón de comida, vuelve a tener pensamientos negativos. Las dos Danielas están bien, pero yo me estaba dando látigo, me estaba culpando por sentirme mal, por no poder cumplir con todo, por no querer salir con mis amigos, por no querer muchas veces pararme de la cama. Me sentía mal porque mi salud, en este momento, no es la mejor. Estaba tendida totalmente en la queja, en la victimización, hasta que dije: “bueno, ¡necesito ayuda o yo me voy a enloquecer!”. Y aquí estoy contándote todo en esta columna de opinión.
¿Por qué? Porque quiero que comencemos a normalizar las vidas de los “mortales”, a normalizar lo normal, por decirlo de alguna forma. A dejar de idealizar la vida de los demás. A mostrarte que, así como tú, tengo días, semanas y hasta meses malos, que no soy tan fuerte, que las herramientas que he aprendido siento que no son suficientes, que reacciono mal a muchas situaciones, que a veces no comunico de forma asertiva, que a veces dejo que mi mente reactiva me controle completamente, que a veces me siento perdida, que a veces me siento muy mal y paso días llorando, preguntándome qué estoy haciendo mal. En fin, quiero mostrarte también mi parte humana, no solo en la que doy consejos y aparento que sé manejar y resolver absolutamente todo lo que sucede en mi vida. Quiero mostrarte este maravilloso camino del crecimiento personal desde una perspectiva real, con los altibajos que eso tiene.
Y retomando el tema de cómo nos identificamos, cuando nos aferramos tanto al hacer o al tener es cuando nos da miedo soltar, perder. Cuando nos aferramos a lo que tenemos (pueden ser cosas materiales o incluso personas), es cuando nos da miedo perder, y a veces ese miedo a perder también es el que nos hace terminar perdiendo las cosas. La necesidad ahuyenta.
En ese miedo a perder nos alejamos de nuestra esencia, de lo que somos, porque precisamente el miedo a perder nos hace alejarnos de quienes somos verdaderamente. A veces, cuando estamos en una relación, nos da tanto miedo perder a la otra persona, ser rechazados o abandonados, que dejamos de lado quiénes somos porque creemos que actuando de esta u otra manera entonces le vamos a gustar más o vamos a ser más valiosos ante sus ojos, cuando la verdad es que no hay nada más poderoso y atractivo que vibrar con la energía de ser nosotros mismos, de estar bien con quienes estamos siendo en el presente. Y eso no quiere decir que no podamos mejorar o cambiar algunas cosas que queramos para ser mejores, pero esas máscaras que muchas veces nos ponemos para sostener relaciones —y no solo te hablo de relaciones amorosas, sino también familiares, con amigos, etc.— se vuelven tan pesadas de sostener que es inevitable que, en algún momento, se te caiga la máscara o te canses tanto de usar una máscara tan pesada, y ahí es cuando vienen los problemas.
¿Qué tal si empezamos hoy a identificar esas máscaras que usamos con los demás por necesidad de aprobación y validación? ¿Qué tal si empezamos a amarnos más, a aceptarnos más, a respetar quiénes somos o queremos ser más? Recuerda que todo lo que nos damos a nosotros mismos es lo que vamos a recibir de los demás. Nos da tanto miedo perder, pero es que perder también es ganar. ¿De qué te sirve sostener relaciones en las que no puedes o sientes que no puedes ser tú mismo, en las que sientes que tienes que cambiar para que te acepten y te amen, en las que sientes miedo por decir o hacer algo? Una relación que valga la pena sostener es una en la que te sientas bien siendo tú mismo, que no sientas la necesidad de cambiar. Y ojo, aquí debemos tener cuidado: debes identificar cuándo realmente el rechazo y el juicio son reales y cuándo están siendo fruto de nuestra imaginación.
Pero, como te escribí al inicio de esta columna: nada pasa por accidente. Todo, absolutamente todo, en nuestra vida tiene un para qué. Piensa en algo malo que te haya pasado hace 5 o 10 años, que en ese momento tú decías: “jumm, es lo peor que me pasó en la vida, no voy a poder seguir, no voy a poder superar esto, bla, bla”. ¿Sigues aquí, verdad? O sea, finalmente no fue tan grave; lograste salir. A veces maximizamos mucho lo que vemos como fracasos. Pero te invito a que pienses también en eso malo que viviste: ¿qué enseñanzas te dejó? ¿Qué pudiste aprender de esa experiencia? ¿Sientes que eso te ayudó a ganar experiencia en una situación específica? Pensar esto nos ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva, no desde el sufrimiento ni desde la victimización, sino desde la oportunidad.
Hoy te invito a que comencemos a identificarnos con quienes realmente somos, con nuestra esencia, no con el ego, no con lo que queremos aparentar o intentar proyectar a los demás. Soltemos para poder atraer desde la abundancia, para poder atraer desde nuestra esencia y no desde lo que hacemos. Porque, el día de mañana, supongamos que lo pierdes todo, solo te tienes a ti. Haz que ese sea tu mayor tesoro y tu bien más preciado.
En el fondo, cada uno de nosotros anhela ser visto, comprendido y amado tal como es. Este viaje de autodescubrimiento y aceptación es continuo, lleno de caídas y victorias. ¿Y si nos diéramos el permiso de ser menos “perfectos” y más humanos, confiando en que nuestra autenticidad es suficiente.