La derecha negacionista
La derecha convirtió a Petro no en un adversario, sino en su única narrativa.
11:32 a. m.
La derecha colombiana vive en un estado de comodidad peligrosa: habla mucho, escucha poco y entiende menos. Se comporta como una fuerza política que todo lo sabe, cuando en realidad poco se cuestiona. Es ciega ante los cambios sociales, sorda a las señales del país y escandalosa cada vez que siente que el debate se le va de las manos. Esa mezcla de arrogancia e inseguridad la tiene atrapada en un ciclo que no la deja evolucionar.
En unos meses, Gustavo Petro completará cuatro años de gobierno. Cuatro años marcados por improvisaciones, confrontaciones innecesarias y decisiones que han profundizado el desgaste institucional. No es un secreto para nadie que ha sido un mal gobierno. Pero paradójicamente, la oposición —sobre todo la derecha— ha sido incapaz de capitalizar ese desgaste. No han sabido exponer las fallas de Petro sin caer en la trampa de los lugares comunes; sin repetir una y otra vez la letanía de denuncias y frases gastadas que solo convencen a los ya convencidos.
El problema es más profundo: la derecha convirtió a Petro no en un adversario, sino en su única narrativa. Y cuando una fuerza política reduce todo a un solo antagonista, se minimiza. Se empobrece. Pierde imaginación. Hoy, para buena parte de la derecha, todo el que no piense como ellos es un “petrista” o ahora un “petro-santista”. Es su manera de invalidar cualquier matiz, cualquier desacuerdo interno, cualquier intento de autocrítica. Es un sello que les ahorra el esfuerzo de pensar y, de paso, les impide crecer.
No se han dado cuenta de lo absurdo que resulta. En vez de construir una alternativa creíble, se han dedicado a convertirse en un espejo invertido del Gobierno: igual de ruidosos, igual de impulsivos, igual de superficiales. No entienden que, si todo se reduce a Petro, ellos también terminan reducidos.
La derecha tiene pendiente un ajuste mayor, uno que no se resuelve con videos en redes sociales ni con indignación selectiva. Tienen que aceptar que Colombia cambió. Que aunque hayan retrocesos y crisis explícitas generadas por el actual gobierno, el país de ninguna manera es el mismo de Uribe en el 2002 o en el 2006.
Este ya no es el país donde bastaba con decir “castrochavismo” para ganar elecciones. Que la nueva clase media es frágil, impaciente y cada vez menos ideológica. Que los jóvenes desconfían por igual de los extremos, y que la ciudadanía quiere menos gritos y más competencia para gobernar. No es un país “anti-petro” es un país cansado de todos.
Y aquí está la parte que más les cuesta aceptar: sin el centro político, no hay victoria posible. Ese electorado —pragmático, indeciso, alérgico al radicalismo— no vota por incendiarios disfrazados de salvadores. No vota por políticos que confunden el show con la estrategia. No vota por figuras que pasan más tiempo alimentando la polarización que ofreciendo soluciones. El centro quiere un país viable, no un campo de batalla.
Por eso resulta tan desconcertante que la derecha siga inflando candidaturas extremistas, sensacionalistas y ruidosas, mientras deja de lado la tarea más difícil pero más necesaria: articular una propuesta seria de centroderecha. Una que pueda unir al país, no dividirlo más. Una que reconozca los avances sociales sin verlos como amenazas. Una que haga autocrítica, que revise sus errores, que deje de pelearse con el presente para recuperar algo del futuro.
Que Petro haya gobernado mal no exime a la derecha de su propia mediocridad estratégica. Seguir usándolo como coartada para no transformarse es un autoengaño que les costará otra derrota. Si no entienden que su fragilidad es interna —no externa—, volverán a estrellarse. No será Petro quien los derrote, será su propia incapacidad de cambiar.