El fantasma de la Constituyente| Por: Fernando Rojas

Por: Fernando Rojas*

@ferrojasparra en Twitter

Luego del anuncio de detención domiciliaria preventiva para el senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez, por los posibles riesgos de obstrucción a la justicia, su partido, el Centro Democrático, lanzó la propuesta de convocar una Asamblea Constituyente, principalmente, para reformar la justicia.

No es la primera vez que el uribismo habla de esta posibilidad. Lo propuso en 2012, 2015, 2016, 2019 y 2020. ¿Realmente necesitamos una Asamblea Constituyente o es una jugada política más?

En medio de una profunda crisis institucional y de un gran malestar social, un movimiento ciudadano, el de la Séptima Papeleta, logró visibilizar la necesidad de reformar la constitución de 1886. Esto coincidió con la negociación del gobierno nacional con grupos guerrilleros para que, como parte de su desmovilización, tuvieran participación política. De esta forma, la Constitución de 1991 se convirtió en símbolo de la modernización del país, de un nuevo acuerdo social, del reconocimiento de derechos y garantías, entre muchas otras intenciones.

Desafortunadamente, las normas que debían hacer realidad esas esperanzas quedaron en manos de “los mismos con las mismas.” Desde su promulgación hasta hoy, han sido años difíciles, pero también de ciertos avances. No hay duda de que la constitución del 91 tiene problemas y vacíos. Sin embargo, ha sido objeto de más de cuarenta modificaciones. El problema parece ser más de fondo.

Volvamos a hoy. La justicia en Colombia tiene grandes problemas y no genera confianza. Ahora, una asamblea para reformarla puede representar un esfuerzo excesivo sino inapropiado porque quienes lideran la propuesta no lo hacen por garantizar una justicia más justa, efectiva y eficiente para millones de colombianas y colombianos. Lo hacen para darle forma a un sistema que los proteja, que garantice impunidad y que incline el tablero político en su beneficio.

No se puede desconocer que desde la oposición también se oyen voces reformistas, pero las motivaciones son igualmente interesadas. Más que cambios de fondo, buscan reglas de juego que allanen el camino al poder y a sus privilegios.

Mientras la política y la justicia sean vistas como negocios; mientras los políticos sigan pensando que los recursos públicos son de su propiedad; mientras los jueces usen la justicia como una herramienta de ascenso social y un mecanismo de chantaje; mientras exista entre políticos y jueces una alianza “de hoy por ti, mañana por mí” Colombia seguirá siendo la tierra de la impunidad y de la corrupción. Y no habrá una constituyente que la salve.

Una Asamblea Constituyente puede ser un espacio clave para promover el cambio profundo que Colombia requiere para romper la inequidad y la desigualdad. Sin embargo, la falta de credibilidad en los políticos y en la política, así como la ausencia de liderazgos renovadores ahogados por caudillismos, no augura un buen resultado. Por ahora, los cantos de reforma son solamente cantos de sirena.

* Politólogo. Doctor en Historia con maestrías en Gestión Urbana e Historia