Mi generación no se escapó de la violencia
El miedo espanta a las nuevas generaciones de líderes, empobrece la democracia y deja el terreno libre a quienes prefieren imponer su voluntad con intimidación.
11:58 a. m.
La noticia de la muerte de Miguel Uribe Turbay nos golpea como país. No solo porque se trataba de un líder en ejercicio, senador y precandidato presidencial, sino porque su asesinato revive un fantasma que creíamos haber dejado atrás: el de la violencia como herramienta política.
Colombia ha recorrido, con dolor, un camino marcado por nombres que quedaron grabados en la memoria colectiva: Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal… y cientos de líderes sociales, concejales, alcaldes y defensores de derechos humanos que, lejos de la primera plana, también pagaron con su vida el atreverse a participar en lo público. Cada muerte no es solo la pérdida de una persona, es el asesinato de ideas, de debates que nunca se darán y de decisiones que nunca se tomarán.
Y es que, desde la firma del acuerdo de paz en 2016, según datos de Indepaz, más de 1.500 líderes sociales y comunitarios han sido asesinados. La violencia política no distingue ideologías, regiones o niveles de gobierno: castiga por igual al que piensa diferente y al que propone caminos alternativos. Lo más grave es que, con el paso del tiempo, hemos normalizado estas noticias. Nos duele, pero seguimos adelante sin preguntarnos qué estamos haciendo para detener este ciclo.
Callar ante estos hechos tiene un costo enorme. El miedo espanta a las nuevas generaciones de líderes, empobrece la democracia y deja el terreno libre a quienes prefieren imponer su voluntad con intimidación. El silencio, en este contexto, se convierte en cómplice.
La política necesita recuperar el valor del argumento sobre el ataque, de la discrepancia sobre el odio, del respeto sobre la estigmatización. Esto no se logra con discursos cada vez que ocurre una tragedia, sino con compromisos reales: proteger a quienes hacen oposición, garantizar que las instituciones respondan rápido ante las amenazas y promover un pacto ciudadano que entienda que en una democracia robusta nadie debería temer por su vida por opinar distinto.
Hoy, más que nunca, debemos decidir qué país queremos. Si uno donde la política siga escrita con sangre, o uno en el que las ideas sobrevivan a las pasiones y en el que la palabra siga siendo más fuerte que la bala.
Miguel Uribe no volverá, como tampoco volvieron tantos otros, pero si de esta tragedia surge una voluntad colectiva para que ninguna otra familia viva este dolor, entonces su muerte no habrá sido en vano. La historia nos lo exige y la democracia nos lo pide a gritos.