Nos está dando miedo hablar de paz
Soy un convencido de que la paz es la herramienta más potente de la transformación territorial, económica y de calidad de vida de las personas. Y, también, que en la guerra todos pierden: solo los que han vivido los horrores del conflicto saben el nivel de degradación al que llega el ser humano. Tanto el ganador como el perdedor.
04:18 p. m.
Por suerte histórica comencé a entender los procesos de paz a muy temprana edad, cuando tenía menos de 15 años. La organización donde hacía trabajo social, la YMCA, me pidió representarlos en la Asamblea Nacional de Jóvenes por la Paz en el proceso de San Vicente del Caguán entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc. Debo confesar que ese fue mi primer paso para conocer qué era lo público y lo político. Mi rol no fue fundamental, fue netamente logístico y operativo. Llevaba las camisetas, las antorchas, los libros y los refrigerios de toda la movilización que hubo en el proceso.
A esa temprana edad no entendía muy bien qué era lo que tanto discutían. Solo hacía presencia y escuchaba. No participaba, pero algo sí tenía claro, y es que la gente veía la importancia de impulsar ese proceso. Participé por el voto por la paz, un ejercicio simbólico que buscaba que se manifestara la ciudadanía que creía que ese esfuerzo era importante. Después que se cayó el proceso de paz con Andrés Pastrana, esos esfuerzos dejaron la semilla de una articulación de la sociedad civil y diversas organizaciones en la vigilancia de la garantía de los derechos de la gente. Pero la paz no llegó.
Henry David Thoreau, cuya filosofía fue la base de la desobediencia civil y el pacifismo —aspectos adoptados por grandes figuras como Mahatma Gandhi—, decía: “Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación”. Y siento que, para quienes creemos que la paz es un camino seguro para la sociedad, es lo que estamos sintiendo hoy en Colombia. En la actual conversación colombiana hay algunos políticos que, para tener más audiencias y likes, construyen conversaciones más radicales y polarizadoras, y un gobierno nacional que no tiene sustento técnico para argumentar un proceso de “paz total” al que no se le ven ni pies ni cabeza. Uno que no tiene sentido, que no posee solidez jurídica.
Y sí, ningún proceso de paz en el mundo es perfecto. Ningún gobernante o ser humano es perfecto, porque negociar con bandidos no es fácil y los procesos de paz son el mecanismo menos agresivo que puede existir entre dos partes: los violentos y los violentados. Por ejemplo, cuando uno ve que Justicia y Paz, impulsado por Álvaro Uribe Vélez, ayudó a que cabezas paramilitares no den más órdenes, es un paso hacia la paz. O que en el proceso de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc se dejaron de disparar más de 15.000 armas, es un paso hacia la paz.
La historia de los procesos de paz ha demostrado que la implementación es la parte más difícil. Porque mientras la ciudadanía construye un imaginario de un mejor país, las violencias se disminuyen o terminan y otras se transforman. Y eso es lo que nos está pasando ahora. Desde la falta de contundencia en la implementación del proceso de paz por parte de los gobiernos de Duque y Petro, tenemos el desastre perfecto para no seguir luchando por la paz. El activismo se siente escondido y tenemos miedo de decir que sí creemos en ese camino.
Soy pacifista de corazón porque soy un convencido de que ese es el camino de una mejor sociedad. Creo que muchas personas de mi generación se han preparado técnica y académicamente para enfrentar el camino de la paz con resultado tangibles, y activistas como yo creemos que el cuento podemos cambiarlo por esta vía. Mi reflexión va más allá de que podamos superar ese miedo: que quienes creemos en la paz como camino, le demos el merecido valor poniéndolo en la conversación de nuestra vida diaria.