Colombia: la degradación, la farsa y el algoritmo
Estamos viviendo un proceso de degradación pública que ya raya en la tragedia nacional.
09:43 a. m.
Todos los días, cuando uno cree que la política colombiana no puede caer más bajo, aparece un nuevo absurdo que demuestra lo contrario. Como si no bastaran los ochenta desprestigiados precandidatos presidenciales que hoy hacen fila para figurar en titulares, ahora se suman influencers sin sentido que, con más likes que ideas, anuncian su candidatura al Congreso de la República. La política no puede reducirse a esto. Ni a la farsa de quienes buscan micrófonos para improvisar populismo barato, ni al espectáculo grotesco de quienes confunden un cargo público con una puesta en escena.
Estamos viviendo un proceso de degradación pública que ya raya en la tragedia nacional. Todo se caricaturiza, todo se vuelve una broma, y lo más grave es que ya no parece sorprender a nadie. Lo que debería indignarnos apenas provoca bostezos. Entre tantos nombres y slogans sin sustancia, ya no sabemos quién es un candidato presidencial serio, ni cómo podremos salir de uno de los peores Congresos de nuestra historia para elegir uno mejor. Y mientras tanto, la corrupción y el descaro de este Gobierno siguen ahí, intactos, casi inmunes a la crítica porque el ruido de la farsa política los protege.
Ahora, como si fuera poco, debemos aceptar que una curul pueda convertirse en un premio de popularidad en redes, un trofeo para el que mejor sabe manejar TikTok o inventar polémicas vacías. Gobernar no es hacer contenido. Representar a la ciudadanía no es acumular comentarios y “me gusta”. Pero esa confusión se expande, se legitima, y termina convenciendo a algunos incautos de que la política no necesita preparación, conocimiento ni vocación de servicio. Basta con ser popular, basta con hacer ruido.
Lo grave es que este vaciamiento de la política nos condena a un círculo vicioso. ¿Acaso vamos a repetir un Congreso nefasto como el actual? ¿Cómo pensar que un país puede renovarse si reduce la representación a un espectáculo? La gente se decepciona aún más, se abstiene de votar, se retira del debate público. Y en ese vacío se fortalece el clientelismo, se enquistan los mismos de siempre, se perpetúa la corrupción.
Quizás lo más doloroso es que, en medio de tanta farsa, se invisibilizan los pocos intentos serios que existen. Hay candidatos que estudian, que se preparan, que conocen el país y que tienen propuestas viables, pero quedan opacados por el ruido del espectáculo. El algoritmo, no la deliberación, decide quién merece atención. Y cuando la política se rige por la lógica del algoritmo, la democracia deja de ser un proyecto ciudadano y se convierte en un reality.
Colombia merece más que esto. Merece un debate político serio, candidatos con visión de país, representantes con sentido de republicano y no con ansias de figurar. Merece una ciudadanía que no trague entero, que no se deje seducir por la moda del momento, que entienda que el voto no es un “me gusta” sino la decisión más seria que puede tomar en democracia.
Resulta indignante tener que escribir estas palabras, pero sería todavía peor acostumbrarnos a la resignación. La política no puede seguir degradándose hasta convertirse en un circo. Y nosotros, los ciudadanos, no podemos aceptar que la democracia sea un espectáculo para influencers mediocres y convenientes.