Prioridades dispersas

La prioridad de Petro no ha sido Colombia, sino las naciones ajenas, los discursos falaces sostenidos en verdades a medias y el negacionismo de su propio fracaso como gobernante.


Juan Carlos Bolívar
septiembre 24 de 2025
11:50 a. m.
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Las prioridades de un gobierno se miden en los momentos de mayor exposición. El discurso de Gustavo Petro en la Asamblea General de Naciones Unidas lo confirmó: cuando el mundo lo escuchaba, el presidente eligió hablar de todo menos de Colombia. Acusó a Estados Unidos de genocida, pidió abrir procesos penales contra Trump, defendió al régimen de Maduro y se proclamó voz de Palestina. La delegación estadounidense abandonó el recinto, y con ella también se fue la posibilidad de que Colombia apareciera como un país con agenda seria y clara.

No es la primera vez que Petro dispersa prioridades. Su gobierno navega entre reformas mediáticas que ocupan titulares, pero no solucionan problemas estructurales. La salud sigue en crisis, las finanzas públicas se deterioran y el control territorial se pierde frente a estructuras criminales que ya no se esconden.

Aun así, cuando tiene la oportunidad de hablarle al mundo, prefiere negar que el Tren de Aragua sea terrorista antes que explicar cómo piensa proteger a los colombianos de esa amenaza. Ese contraste entre lo que dice y lo que calla desnuda un vacío más preocupante que cualquier retórica incendiaria: el vacío de un presidente que renunció a ser vocero de su propio país.

El problema no es solo diplomático. Es político y profundo. Un mandatario que gasta capital internacional en causas lejanas mientras descuida lo urgente termina desdibujando el rol mismo de la presidencia. Petro se muestra como activista global, pero se ausenta como jefe de Estado. Y ese desorden de prioridades no solo erosiona la credibilidad externa; también alimenta el desencanto interno. Para millones de ciudadanos, la política dejó de importar porque ya no encuentran conexión entre los discursos y su vida cotidiana.

Inevitablemente, cuando un presidente usa el escenario global para hablar de todo menos de Colombia, el país termina reducido a un silencio incómodo. Lo urgente —salud, seguridad, economía— se diluye frente a batallas que no son las nuestras. Y ese desorden de prioridades no solo es un error político: es la señal de un gobierno desconectado, disperso y sin interés de atender las necesidades del país.

La prioridad de Petro no ha sido Colombia, sino las naciones ajenas, los discursos falaces sostenidos en verdades a medias y el negacionismo de su propio fracaso como gobernante. Prefirió “radicalizar el discurso”, producir documentales de culto a su personalidad y lanzar acusaciones sin fundamento contra cualquiera que lo contradiga. Así, las prioridades se diluyen en un mar de polémicas efímeras que se suceden una tras otra. Lo preocupante es que ya nada sorprende: el delirio presidencial se volvió paisaje, mientras el país carga con las consecuencias de la retórica de Petro y su fallido intento de Gobierno.

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