La soledad de Nicaragua

Desde que ganó las últimas elecciones, si es que así se le pueden llamar, Daniel Ortega intensificó su ofensiva contra todo aquel que le signifique un obstáculo en la consolidación de su aberrante dictadura. La Iglesia católica parece ser su más reciente objetivo.

"Cuando celebraba la misa tenía policías sentados en las bancas escuchando qué decía", así describe el diácono Marcos Herrera, exiliado en España, en entrevista con Johana Amaya en Noticias RCN la despiadada persecución del régimen sandinista contra sus opositores, incluida la Iglesia Católica.

Este es solo uno de los muchos casos de acoso que a diario reporta la prensa internacional. Sin descanso las agencias registran dramas como el del diácono Herrera que no tuvo más opción que vender las pocas cosas que tenía para comprar un tiquete hacia el exterior y escapar de una inminente captura. Hoy como muchos, está lejos de su casa, de su iglesia y se siente invisible, porque tiene la sensación de que a nadie le importa lo que está pasando en su país. Y si vamos a los hechos, así parece. 

¿Por qué a la comunidad internacional le cuesta tanto reconocer la gravedad de lo que hace Ortega en su país?. ¿Por qué sin pudor dejan pasar los días mientras siguen las capturas, el cierre de medios de comunicación, la expulsión de extranjeros y hasta la clausura de universidades que considera peligrosas para su doctrina?.  

Ya en esta columna habíamos denunciado el acoso infame contra políticos, periodistas, estudiantes y académicos, por el solo hecho de pensar distinto a Ortega y su corte de aduladores. 

El dictador ha logrado cooptar los poderes del Estado poniendo a su disposición el legislativo, la justicia y por supuesto a las Fuerzas Armadas. 

Al momento de escribir estas líneas se conoce de la captura de Monseñor Rolando Álvarez, Obispo de Matagalpa, acusado de desestabilizar al gobierno. Ya Monseñor cumplía una especie de "curia por cárcel", porque llevaba 15 días sin poder salir de su casa presionado por agentes de seguridad. 

En la mañana del día 16 se lo llevaron sin explicación alguna. El propio Álvarez había denunciado el cierre de cinco emisoras católicas sin contar con la prohibición de las procesiones y misas relacionadas con el Congreso Mariano y la peregrinación de la Virgen de Fátima.

Desde que comenzó el año el acoso era evidente. En marzo el representante del Vaticano en Managua, Monseñor Waldemar Sommertag abandonó el país de forma intempestiva; en julio las monjas Misioneras de la Caridad, la orden de Santa Teresa de Calcuta, se fueron de Nicaragua después de que el Congreso cerrará sus oficinas alegando que no tenían autorización para realizar asistencia social.

Y así decenas de diáconos, sacerdotes y hasta feligreses están en la mira del régimen que no tiene contemplación con nadie que no apoye su causa. Los mismos religiosos dicen que Ortega les está cobrando el apoyo a las protestas del 2018. Por esos días, muchos abrieron las puertas de sus iglesias para refugiar a decenas de manifestantes que huían de los uniformados antimotines. 

Ortega ha dicho que en ese momento se intentó un golpe de estado con apoyo de Washington y considera a la iglesia cómplice de ese plan.

Está claro que es inaceptable la violación a la libertad de credo, que se suma a la violación sistemática de otras libertades como la de expresión, bastante golpeada por Ortega cuando ha ordenado la detención de opositores y el cierre de medios de comunicación críticos a su gobierno. 

Pero no se sabe qué puede ser más grave, si el atropello descarado de Ortega a los ciudadanos que lo contradicen o el silencio abrumador de la inmensa mayoría de líderes mundiales, incluido el Papa Francisco que apenas el domingo, después de meses de agresiones, hizo un lánguido pronunciamiento sobre lo que padece su iglesia en el país centroamericano.

Días antes, 25 exjefes de Estado y de Gobierno de Latinoamérica y España le habían pedido al jerarca católico fijar una posición frente a semejante persecución. 

Nada significan los salones repletos de arte o las pomposas escalinatas que rodean El Vaticano si desde adentro de sus infranqueables muros no sale una voz potente y decidida que acompañe a sus más humildes pastores que se sacrifican en lugares hostiles para llevar el evangelio. Imposible no escuchar el clamor de la feligresía nicaragüense que suplica por apoyo ante la arremetida del dictador.

La prensa recuerda que en muchos municipios hay sacerdotes encerrados en sus parroquias acosados por fuerzas gubernamentales. Cada uno representa una trinchera desde la que se resiste el asedio impune del sandinismo, que por estos días nos hace recordar lo peor del somocismo.

Desde una de esas trincheras salió una voz, esa sí potente y decidida, que se ha convertido en símbolo de la soledad de los perseguidos, la del Padre Uriel Vallejo, párroco del municipio de Sébaco. El religioso encerrado y dejado a su suerte en medio de la vigilancia policial lanzó un dramático pedido: "No me dejen solo".

Padre Vallejo lo peor es que nadie le puede asegurar que no esté solo, que Nicaragua no esté sola, el silencio parece condenar a los llamados a acompañarla.  Un silencio que seguro ya empezó a retumbar en sus conciencias.