Noviembre: el eco de lo que no aprendimos
Cada año noviembre pasa como si el país no quisiera mirarlo a los ojos, como si al ignorarlo intentáramos esquivar la historia.
10:59 a. m.
Por ahí dicen que noviembre suele pasar inadvertido, que no tiene las luces de diciembre ni el bullicio de octubre, que quizás se siente, pero no se celebra. Es un mes que huele a memoria, a duelo, a cosas que el país quiso enterrar, pero que siguen latiendo debajo de la tierra.
Cada año noviembre pasa como si el país no quisiera mirarlo a los ojos, como si al ignorarlo intentáramos esquivar la historia. Pero noviembre insiste. Nos recuerda que la memoria no prescribe, que el dolor no caduca. Que lo que no se aprende, se repite.
El primero de noviembre de 1998, Mitú fue devorada por el fuego. Ciento cincuenta hombres y atrapados en un ataque que convirtió la selva en prisión. 43 policías asesinados, 61 secuestrados, once que nunca regresaron. Entre ellos, el coronel Julián Guevara, y el coronel Edgar Yesid Duarte, cuyos cuerpos volvieron, pero sus vidas se quedaron en la selva.
En noviembre también se apagó la voz del magistrado Alfonso Gómez Echandía entre las llamas del Palacio de Justicia. Sus últimas palabras fueron un llamado a detener el fuego. Nadie lo escuchó. Era el 6 y 7 de noviembre de 1985... Días después, el 13, la tierra rugió en Armero, y más de veinticinco mil almas quedaron sepultadas bajo el lodo. En una misma semana, Colombia perdió parte de su justicia y de su pueblo.
El 2 de noviembre de 1995, asesinaron a Álvaro Gómez Hurtado, el hombre que hablaba de “llegar a un acuerdo sobre lo fundamental”. Lo silenciaron quienes temían a la verdad. Hoy, tres décadas después, seguimos sin ese acuerdo, atrapados en un diálogo que no termina, en una historia que vuelve a escribirse con tinta de sangre: Miguel Uribe.
El 27 de noviembre de 1989, un avión de Avianca explotó en el aire. 107 vidas truncadas por una guerra sin nombre. Y veintisiete años más tarde, otro avión —el del Chapecoense— cayó sobre las montañas de Antioquia, recordándonos que el dolor no distingue fronteras.
Noviembre también se tiñe de juventud interrumpida. El 31 de octubre de 2010, rozando noviembre, Luis Andrés Colmenares fue hallado sin vida en un caño de Bogotá. Un caso que se convirtió en laberinto judicial, en símbolo de una verdad esquiva. Y ahora, en este mismo mes, un nuevo nombre se suma a la lista: Jaime Esteban Moreno, un joven que murió tras una golpiza en una noche de Halloween. Como si la historia buscara siempre otro rostro para repetir su tragedia.
Noviembre es, en sí mismo, una lección. Nos recuerda que la violencia no es solo pasado, que el olvido también mata. Que los nombres cambian, pero los patrones se repiten. Y que la memoria, más que un acto de nostalgia, es una forma de resistencia.
Recordar no es revolcar el dolor: es entenderlo. No para vivir en él, sino para que no vuelva. Para que el eco de lo que no aprendimos deje, al fin, de repetirse.