“Polarización afectiva” en Colombia

La consultora Edelman publicó un informe en el que sitúa a Colombia como el segundo país más polarizado de América Latina.


Mauricio Jaramillo Jassir

Mauricio Jaramillo Jassir

enero 26 de 2023
08:11 a. m.
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La consultora Edelman acaba de publicar un informe en el que sitúa a Colombia como el segundo país más polarizado de América Latina ubicándola entre los primeros seis lugares en el plano mundial. Los resultados que fueron presentado en el Foro Económico Mundial o de Davos, invitan a una reflexión sobre el origen e impacto de un fenómeno que se menciona con frecuencia, pero sobre la cual se discute poco. 

En el último tiempo, se ha evocado con frecuencia el término “polarización” para describir la cada vez más pronunciada división que vive Colombia, como ha ocurrido ciertamente con varios Estados del planeta.

En estos años, se han visto movilizaciones en regímenes autoritarios como China (Hong Kong), Bielorrusia o Birmania, o en las democracias más desarrolladas como Francia (Chalecos Amarillos) o Estados Unidos (“Black Lives Matter”).

América Latina y el Caribe no se han quedado atrás. En Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Haití y Perú la protesta social puso en evidencia una fragmentación que refleja posiciones irreconciliables. A esta división tajante se le puede denominar polarización y vale aclarar que, no en todos los casos resulta negativa. Menos aún en el colombiano donde durante décadas y por miedo a la estigmatización, se han esquivado las reivindicaciones en términos político-ideológicos o de otro tipo (identidad sexual, de género o religiosa). 

En la última elección presidencial y en lo que va corrido del actual gobierno, la polarización se ha agudizado llegando a niveles que, en las actuales circunstancias, hacen que el fenómeno sea a todas luces negativo para la democracia. 

La Ciencia Política (Jennifer McCoy, Mariano Torcal y Yanina Welp) distingue “polarización política” de “afectiva”, entendiendo por la primera una división de percepciones basada en posiciones irreconciliables que se confrontan constantemente y derivan en una agrupación categórica generalmente en dos bandos que se va tomando el panorama político debilitando terceras opciones que suelen estar asociadas con el centro. 

En la afectiva, esas posiciones no solo son irreconciliables, sino que además no se confrontan, simplemente se busca deslegitimar al contradictor expresando no solo desacuerdo o disenso, sino además pretendiendo anular, eliminar o inviabilizar posiciones contrarias. Por un lado, la polarización política genera consciencia sobre la necesidad de confrontar y debatir posiciones encontradas, por más irreconciliables que sean y estimula la tolerancia y el pluralismo, necesarios en una democracia; y de otro, la afectiva degrada en exceso y simplifica el debate haciendo cada vez menos probable aceptar posiciones distintas.  

¿Cómo saber que en Colombia estamos transitando de una polarización ideológica a una afectiva? El primer indicador fácilmente rastreable es la violencia que va en aumento en las redes sociales y que políticos, periodistas, líderes o influenciadores propagan. Se ha vuelto costumbre, atacar personalmente con descalificativos en lugar de debatir sobre el fondo de las cuestiones, tanto a la izquierda como a la derecha. 

Así como en algún momento Gustavo Bolívar llamó “malditos cerdos” a los policías, la actual oposición suele tolerar y premiar a miembros del Congreso que tildan a Petro de “guerrillero” o la lluvia de insultos de obvio contenido racista contra Francia Márquez, sin asomo de remordimiento, por parte de María Fernanda Cabal. En las ultimas horas, usuarios de las redes testimonian aterrados las justificaciones misóginas y machistas del brutal asesinato de Valentina Trespalacios. La oda a la violencia parece incontrolable, todo con tal de anular a quien piense distinto.   

En segundo lugar, Colombia se ha acostumbrado a no debatir y a evitar la confrontación. Valga recordar que entre primera y segunda vuelta de la elección no hubo debates y quien obtuvo más de diez millones de votos y estaba llamado a ser cabeza de la oposición, llegó a ese balotaje evitando discusiones de fondo, a través de videos con mensajes simples y cuyo mérito más visible fue la extravagancia que le adjudicó visibilidad. 

El país se ha venido acostumbrando a que no se haga control político o se debata, sino a que se descalifique. En las redes sociales los círculos de seguidores y los grupos suelen asociarse por afinidades ideológicas y la posibilidad de escuchar, leer o informarse según posiciones contrarias es anulada de acuerdo con los algoritmos de las redes. 

En definitiva, “solamente veo las posiciones que me son afines y si llego a leer una postura que me rete intelectualmente o ponga en tela de juicio alguna creencia, bloqueo”, circunstancia lamentable para el pluralismo y la tolerancia. La anulación del debate allana el camino para la intransigencia.  

Por último, se ha vuelto costumbre que a los rivales políticos se les tilde de antidemocráticos.  De manera irresponsable, la actual oposición se encargó de advertir sobre la forma en que la elección de Petro significaría el fin de la democracia. Se hablaba de la derogación de la Constitución del 91, la eliminación de la economía de mercado y del régimen de inversión extranjera actual y, en el paroxismo del absurdo, el candidato del Centro Democrático anunció que, de ganar la izquierda “Rusia invadiría Colombia”.  

En lugar de proponer un debate de fondo sobre los desaciertos del gobierno, se apela a todo tipo de teorías conspirativas para atentar contra su legitimidad, desde el pasado del actual mandatario, como la hipótesis de que Moscú habría incidido definitivamente en el resultado de la elección. El gobierno ha respondido de forma errada convocando una manifestación de respaldo el mismo día que la oposición tiene pensado movilizarse. 

La idea de proponer un diálogo sobre las iniciativas de gobierno en plaza pública es acertada, necesaria y coherente con el talante progresista de la actual administración. No obstante, llama la atención que se haya escogido la misma fecha de las protestas de la oposición, una invitación a ahondar la polarización afectiva que hasta ahora parece iniciativa de sectores que no han reconocido el resultado en las urnas de 2022.

@mauricio181212
Mauricio Jaramillo Jassir (Profesor de la Universidad del Rosario)

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