Informe final de Comisión de la Verdad: relatos del conflicto

Este martes fue presentado el informe final de la Comisión de la Verdad y se dieron a conocer algunos relatos lamentables.


Comisión de la Verdad
Foto: @ComisionVerdadC

Noticias RCN

junio 28 de 2022
11:33 a. m.
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La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad entregó este martes al país el informe final acerca de los principales hechos del conflicto armado que se han vivido en Colombia y las recomendaciones para que esto no se vuelva a repetir.

En el informe trabajado durante tres años, seis meses y 28 días, se presentaron 515 páginas y fue titulado como ‘Cuando los pájaros no cantaban’.

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En este trabajo se llevaron a cabo más de 23.000 horas de investigación y deliberación, 14.928 entrevistas individuales y colectivas (en las que fueron escuchadas 28.562 personas en Colombia y otros 23 países), la revisión y contrastación de 1.195 informes sobre la violencia en el país, la indagación en profundidad sobre 730 casos, entre otros insumos.

En dicho informe se presentaron algunos relatos de la lamentable guerra que vivió Colombia y en el capítulo de las voces y testimonios se tuvo como propósito exponer las vivencias de los afectados. A continuación uno de los relatos del conflicto armado en el país. 

Papi, no te lleves esa bicicleta

Este relato corresponde al drama de una familia víctima de las Autodefensas.

"Acá en el municipio hay un sitio que se llama El Cerrito. Eso tiene una cruz, ahí los sacerdotes oficiaban misa. Yo estaba embarazada. Esa tarde unas vecinas me dijeron “¿deja ir a Javier con nosotras a la misa?”. “Llévenselo”, les dije.

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Con mi esposo teníamos un negocio, un caspete en el parque del hospital. Mi esposo se había ido para el parque. Cuando se devolvió al negocio, se bajó muy rápido de su bicicleta y me dijo '¡cerremos, cerremos, es que viene un grupo armado muy grande! No se sabe si es el Ejército o los paramilitares. Se cree que es el Ejército. Podrían ser los paramilitares. Es que mirá toda esa gente que viene allá'.

Cuando miramos, eso estaba plagado de esa gente, de los paramilitares. Yo estaba embarazada. Cerramos el negocio y nos fuimos para la casa. Vivíamos muy cerca del parque. Pero... pues yo me quedé muy intranquila porque Javier, mi hijo mayor, estaba en El Cerrito. Salí a buscarlo. En la esquina de mi casa, en un transformador de energía, había un paramilitar que me preguntó '¿para dónde va?'. 'A buscar mi hijo'. '¿Él cuántos años tiene?'

'Once'. '¿Usted sí sabe que no puede salir?'. 'Pues usted verá si me detiene porque yo voy a ir a seguir buscando a mi hijo'. '¡Esta gonorrea qué!'. '¿Quiere que le meta un pepazo?'. 'Haga lo que quiera, usted es el que tiene el arma'. 'Yo voy a ir a buscar mi hijo', le dije. Mi esposo se había quedado con el niño pequeño, que tenía cuatro años. Me devolví a la casa y le dije lo que me había dicho una vecina: 'Se los llevaron al polideportivo'. Y que tenían una lista muy grande, que estaban con cédula en mano llamando a la gente. Esperamos un rato y cuando iban siendo las seis de la tarde, volví a salir por Javier, desesperada.

Un paramilitar de esos me confirmó que fuera al polideportivo. '¿Qué necesito llevar?'. 'La cédula', me dijo. 'Entonces

me tengo que devolver a la casa porque no la tengo'. 'Vaya pues tráigala'. Otra vez me fui para la casa, yo qué me iba a poner a ir al polideportivo. Preferí esperar, mirar por un hueco de la terraza a ver si Javier aparecía. Y sí, como a las siete de la noche: estaba muy golpeado. Resulta que a ellos se los trajeron de allá, de El Cerrito, y los entraron al templo.

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Ahí les dijeron 'niños y mujeres se abren de aquí'. Entonces mi hijo pensó 'yo tengo once años, yo soy un niño', y arrancó a correr para la casa. Él se había llevado su bicicleta; no sabe en dónde la dejó. Me contó que corría con los ojos cerrados porque sentía que le iban a disparar. Se golpeaba con las ventanas de las casas, se daba con lo que fuera. Llegó a la casa muy golpeado. Llegó como casi a las siete de la noche. Cuando él llegó, yo empecé a sentir un dolor acá en el bajo abdomen, un dolor y un dolor y un dolor.

Esa gente se quedó en el municipio. Nosotros convivíamos con ellos. A las cinco de la tarde teníamos ventanas cerradas, puertas cerradas. Nos daba miedo ir al baño, nos daba miedo toser. Un perro ladraba y ellos le disparaban o lo encendían a culatazos para que se callara. Mi hijo de cuatro años volvió a orinarse en la cama.

Mi casa era muy pequeña y en ese entonces vivía Javier, mi hijo mayor, conmigo. Vivía mi mamá y un sobrino. Como en mi casa las paredes dan a la calle, no teníamos dónde resguardarnos. Nos metíamos en un espaciecito que queda entre el tanque del lavadero y las escalas, ahí nos arrumábamos todos. Todos eran: mi mamá, uno; mi sobrino, dos; mis hijos, cuatro; y mi esposo y yo, seis.

Antes de morir, mi papá me dijo 'no llore por mí que yo no me voy a dar cuenta de todo esto. Lloren por ustedes, por lo que van a vivir sobre todo las mujeres que tienen hijos. Va a ser muy cruel, supremamente cruel. Va a haber momentos en los que ustedes tampoco van a querer estar vivos'. Así fue, completo, como mi papá me lo dijo. Mi papá murió el 1 de julio de 1999. Yo quedé en embarazo el 20 de julio del 1999. Los paramilitares ingresaron el 12 de agosto de 1999. El aborto se produjo el 25 de agosto de 1999.

En esa época ya no estaba en embarazo, no. Después de que me cogieron esos cólicos –ese dolor y ese dolor–, me llevaron al hospital. Estuve ocho días. No pudieron detenerme el aborto. Tenía muy poco, pero la niña estaba formada, Mariana estaba formada. Yo no había sentido ningún malestar de ninguna clase. Yo vislumbraba cosas muy feas. A veces pienso que no puse mucho de mi parte, que de todas maneras ella no iba a nacer. Me llené de rabia, me dije '¿pa qué traer hijos a la guerra?'.

Como que tampoco puse mucho de mi parte y tal vez por eso no me obraron los medicamentos. O así tenía que ser, no sé. Así tenía que ser. Así tenía que ser: menos mal la niña se libró de todo eso. Uno no podía contener el temblor de las manos. Mi esposo se llenó de pánico. Cuando llegaba alguien al negocio, él le servía y se volaba para la casa. Se sentaba en la cama en un solo temblor. No podía ni hablar, la boca se le secaba. Así que yo me tenía que ir para allá, a atender el negocio. Los niños se iban detrás mío. Como Javier ya tenía once años, yo olía que lo podían reclutar. Una tarde vinieron al negocio, lo miraban mucho.

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Él era un niño fornido, muy bien presentado y tenía una capacidad asombrosa de hacer amigos y de llegarle a las personas. Era muy querendón. Yo vi que me lo miraban, que me lo miraban. '¡Dios mío bendito!', pensé, 'estos se están tramando quién sabe qué'. Una tarde que salí con él, con Javier, a hacer una diligencia en la calle, se nos acercó un paraco y me dijo 've, esta gonorreíta ya puede con un fusil'. 'Este perro hijueputa', le respondí, '¿a usted quién le dijo que el hijo mío nació pa cargar un fusil?'.

'¿Qué? ¿Estás muy alzadita, maricona?'. 'Pues venga, hijueputa, habla conmigo, pero con mi hijo no se meta. Es que él es un niño, él no nació pa hacer lo que usted hace. Él no nació para ser una porquería basura como usted». Llega un momento en que el miedo hace que uno no sienta más miedo. Tocaba cuidar mucho a los niños. Los recogíamos en el colegio porque en cualquier momento se prendían esas balaceras, se tiraban cilindros de gas. Nosotros en el medio.

El helicóptero encima toda la noche: tacatacatacatacataca. Pero esa era una buena señal. Uno dormía un poco más tranquilo pensando que nos estaban defendiendo. Lo maluco era que empezaban a caer esas vainillas en los techos de las casas. Aguantábamos tomando aguas aromáticas y charlando durante el día. En la noche nos encerrábamos y en la mañana íbamos a ver cómo habían amanecido todos, a ver quién faltaba.

De pronto muchas de esas cosas calan, se quedan en la cabeza. Luis, el menor de mis hijos, me ha dicho 'por mi lado no esperen nietos; tiene que ser que a mí se me rompa el condón. A mí los niños no me gustan porque no hay nada que ofrecerles. Si no está Mariana con nosotros, ¿pa qué más culicagados?'. Y esta es la hora en que Javier Alejandro, el mayor, todavía se culpa. Él dice que si ese día no se hubiera ido para El Cerrito, yo no hubiera perdido a mi niña.

Esa es una charla que tenemos pendiente y no se ha dado la oportunidad, pero en algún momento habrá que tenerla, porque él le dice a Marcela, su esposa, que él se culpa. Porque, es más: yo ese día le dije: 'Papi, no te lleves esa bicicleta, ¿eso para qué?'. Él le dice a Marcela, su esposa: '¿Yo por qué le desobedecí a mi mamá? ¿Por qué me fui para allá si a mí ni siquiera me gustaba rezar? Algo andaba buscando. Yo tengo la culpa de que Mariana no esté con nosotros'.

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