Opiniónoctubre 06, 2022hace un año

Blinken, un socio inesperado

El principal aliado de Colombia empieza a ser de nuevo EE.UU. y para sorpresa de muchos no necesariamente los gobiernos progresistas de la zona.

Mauricio Jaramillo JassirMauricio Jaramillo Jassir, profesor de la Universidad del Rosario. Foto:NoticiasRCN.com

La visita de Anthony Blinken dejó varios mensajes sobre el estado de la relación entre Estados Unidos y Colombia, así como sobre los desafíos en el corto y mediano plazo. Su llegada a Bogotá confirma que el vínculo pasa por uno de sus mejores momentos y deshace las proyecciones acerca de que en caso de ganar la izquierda, una de las damnificadas sería precisamente esa relación. 

Resultó llamativo la ausencia del ministro de defensa Iván Velásquez en el encuentro, una posible confirmación de que la administración de Gustavo Petro y Francia Márquez apunta a sacar la relación del terreno de la seguridad y la defensa para trasladarlo al de lo social. La presencia de Francia Márquez en el encuentro también confirma que tendrá una preponderancia en la política exterior hacia Estados Unidos despejando dudas sobre su tan especulada intrascendencia. La vicepresidenta y Luis Gilberto Murillo serán actores centrales de la estrategia, pues ha sido evidente la receptividad de la que gozan entre los varios actores del Departamento de Estado que ven con buenos el enfoque en tema sociales y reconocen un liderazgo genuino y legitimo. No debe pasar desapercibió que EE.UU. se convertirá en el primer acompañante internacional del capítulo étnico de los Acuerdos de Paz de 2016, corroborando el apoyo a ese proceso. Sorpresivamente este punto pasó “de agache” en los informes de los medios sobre la visita de Blinken.  

El consenso Bogotá Washington también se da por en torno a la urgente desnarcotización de la agenda, objetivo de campaña de Petro y que no será fácil de concretar.  Si bien tanto Joe Biden como Blinken se han mostrado en disposición de apoyar la reivindicación colombiana sobre cambio en el paradigma de la guerra contra las drogas -cuyo fracaso es cada vez más reconocido-, las partes saben que, a partir de las elecciones de medio término en Estados Unidos, cambiará el correlato de fuerzas demócratas y republicanas que, hasta ahora le permitía a la actual administración márgenes más amplios en la toma de decisiones.

A partir de noviembre, se cree que los republicanos recuperarán la mayoría en la Cámara de Representantes con lo cual habrá menos receptividad en el Congreso para el cambio en el enfoque frente a las drogas. El desafío es mayor pues el Gobierno colombiano no solo pretende cambiar el esquema para que los llamados Estados consumidores asuman una responsabilidad proporcional a esos niveles, sino para vincular el tema a la defensa del medio ambiente. Colombia no solo evoca la responsabilidad compartida, sino que se entienda que el cultivo de la coca desgasta los suelos, afecta los ríos por el vertimiento de químicos que participan en el proceso y desestimula otras actividades legales. Si bien son cada vez más numerosos los sectores progresistas y liberales que en EE.UU. piden un cambio en dicho enfoque, la resistencia es aún representativa y se cree que cualquier modificación sustancial puede enviar una señal de debilidad frente a las organizaciones criminales que hoy se lucran no solo del narcotráfico, sino del entramado de economías ilegales. Además, Petro ha sugerido además un rol activo en la defensa de la Amazonía con una vigilancia constante (militar, policial y civil) para evitar la deforestación, la tala indiscriminada y atacar los incendios, anuncio que fue torpemente interpretado por un sector de la izquierda colombiana que todavía insiste en una versión trasnochada de la soberanía. Tal narrativa reivindicada por Jair Bolsonaro fue en buena medida causante de la perdida de más de 1,5 millones de hectáreas de selva en la Amazonía brasileña. 

Y como resulta obvio, el compromiso con la “paz total” anunciado por Blinken será clave y aunque el gobierno colombiano aún esté decantándolo (en especial con la reforma a la ley 418 de 1997 de orden público), sobresale un apoyo al proceso con el ELN, que podría ser análogo al que ya se dio para el de las Farc. Desde la época de Andrés Pastrana, Washington ha apoyado las negociaciones y en el pasado reciente, nombró como enviado a Bernard Aronson, una señal de respaldo sin antecedentes. 

Todo parece indicar que el principal aliado de Colombia empieza a ser de nuevo EE.UU. y para sorpresa de muchos no necesariamente los gobiernos progresistas de la zona. Con estos ha habido contactos y señales de empatía, en particular con Chile (aunque arecen mas bien personales entre Petro y Márquez y Boric), pero por las necesidades de este gobierno en materia de paz, cambio de enfoque frente a las drogas, transición ecológica y defensa de la Amazonía, Washington empieza a convertirse en un socio inesperado.    
 

 

@mauricio181212
Profesor de la Universidad del Rosario

por:Mauricio Jaramillo Jassir

Mauricio Jaramillo Jassir

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