Reviviendo el pasado
Aquel pasado siniestro regido por Escobar y el narcotráfico, pero desconocido por mi generación que no había nacido, está regresando para que lo vivamos en carne viva.
09:17 a. m.
El virus de la mafia que tantas vidas cobró en el pasado está resucitando de manera acelerada y aterroriza a nuestro pueblo. Mientras que los mayores viven un déjà vu con la situación actual, los jóvenes observan inciertos cómo la historia se vuelve actualidad, y nos presenta una nueva etapa de violencia, de crimen y de intranquilidad.
Desde los años 90 no ocurría un atentado a un precandidato presidencial. Una época turbulenta que mi generación veía superada, pero que no es así. Pues debemos aceptar con tristeza: estamos reviviendo el pasado.
Nunca le tuve miedo a la participación política. A pesar de que es bien sabido que es un mundo peligroso y caótico, nunca creí que algo así tan grave podría en realidad suceder. El amor por la patria y la entrega a Colombia me hacían olvidar los riesgos. Sin embargo, el atentado del 7 de junio a Miguel Uribe me trastornó. Hace unos días me llegó una carta de un grupo grande de jóvenes con una lista de exigencias legítimas y valiosas al presidente de la república.
En un tiempo pasado hubiese firmado al instante sin dubitación; hoy, tengo miedo de ser activo en la manifestación política. Las supuestas garantías de seguridad para quienes participan en el espacio público parecen no existir. Si atentan contra un Senador y precandidato presidencial, ¿quién nos protegerá entonces a los ciudadanos comunes que nos amparamos en el derecho fundamental de la libertad de expresión? ¿Llegamos al punto donde la criminalidad es la dueña de nuestras palabras, controlando de forma indirecta lo que tenemos permitido decir para que no nos maten? Estamos en una caída peligrosa hacia un abismo sin escapatoria.
Es evidente que algunos grupos quieren silenciarnos. En realidad, el ataque puede significar una advertencia a quienes aspiran en algún momento de la vida a ocupar ciertos cargos públicos y para ello exponen sus ideas y propuestas. Pues con el miedo que se siembra, se pretende disuadir la participación política juvenil.
El atentado a Miguel Uribe nos alerta que el país no puede caer en manos de los grupos al margen de la ley. En ninguna circunstancia debe aceptarse el más mínimo acto violento en la política. Pues la única “arma” allí permitida es la argumentación para combatir las ideas (ojo, nunca a las personas).
La criminalidad ha venido tanteando el terreno colombiano y ya encontró un hueco institucional por donde meterse. O tapamos ese agujero, o la patria será consumida por la ilegalidad y no habrá vuelta atrás.
Lo sucedido prende dos luces que debemos atender.
La primera: la violencia está disparada y los criminales construyen un imperio dentro del Estado: ¿19 atentados terroristas en una semana? Es imperativo el fortalecimiento del Estado en la lucha contra la criminalidad.
Segunda luz: estamos en un caos político. Basta a la polarización por medio del odio. Basta a la división sesgada entre los partidos. Basta a la violencia. La continuación de los discursos de odio conducirá al exterminio de opiniones diferentes.
Pero Colombia no es un país estancado en el pasado. Es una nación empoderada que siempre mira hacia adelante. Entre el horror que se vive, se ha de rescatar la unión masiva de miles de colombianos en las calles sin importar el color político, para reclamar el respeto por la vida y la sana política.
Que ese sea nuestro pueblo, aquel que busca la unión permanente para combatir la violencia y alcanzar la paz.
Fuerza, Miguel.
Fuerza, Colombia.