Carta para los futuros Consejeros de Juventud
Que la juventud le apueste a la política, tan desprestigiada y desgastada, es un acto de esperanza
10:03 a. m.
Siempre he sido escéptico de las bondades de la política, pero también consciente de su importancia en la sociedad. Desde niño entendí que este cuento de “lo político” era más relevante de lo que parecía. Tal vez por eso las clases de sociales y filosofía me resultaban fascinantes: allí descubrí qué era una democracia, por qué somos colombianos, qué nos trajo hasta aquí después de tantas guerras internas y cómo, a pesar de todo, seguimos intentando convivir bajo un mismo país.
Sin embargo, en medio de esa fascinación prematura por el país y su política, entendí pronto algo más: este cuento no le interesa a mucha gente. La mayoría no tiene como prioridad seguir el ajetreo político nacional. Y con justa razón. La política, tal como la conocemos, nos da todos los incentivos para alejarnos de ella. Entender esa distancia me ha ahorrado muchos dolores de cabeza.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las elecciones de Consejeros de Juventud? Mucho. Porque cada joven que hoy decide participar en política, de alguna manera, se enfrenta a ese mismo dilema: involucrarse en algo que la mayoría rechaza. Aun así, miles de jóvenes en todo el país se están jugando este fin de semana la posibilidad de ser elegidos como Consejeros de Juventud en sus municipios, localidades o departamentos.
El liderazgo político cuando nace de los jóvenes —y está bien encaminado— vale doble. Que la juventud le apueste a la política, tan desprestigiada y desgastada, es un acto de esperanza. Es un rechazo frontal a la resignación de creer que estamos condenados a los mismos políticos de siempre.
Los jóvenes en política son una minoría, y decir lo contrario sería mentirse. Hay que ser conscientes de eso para conectar mejor con quienes no les interesa o no confían en el sistema. Nuestro país ofrece una oportunidad de participación juvenil que pocos tienen en el mundo. Por supuesto que es imperfecta, desigual y llena de limitantes, pero también es una oportunidad real de incidir y de aprender a mejorarla desde adentro.
En estas elecciones, probablemente más colombianos saldrán a votar que en la primera vez que se realizaron los Consejos de Juventud. La Registraduría ha hecho una gran labor de divulgación, y el contexto también ayuda: hoy hay más conocimiento sobre esta figura y, por fortuna, ya no estamos en medio de una pandemia.
Ser Consejero de Juventud es, en buena medida, un acto de amor al arte. No hay salario, hay obstáculos de sobra y muchas veces falta apoyo institucional. Pero a pesar de eso, quienes asumen ese reto lo hacen movidos por una convicción: la de transformar, desde lo local, la manera en que los jóvenes dialogan con el Estado. Es cierto, algunos desertarán, como consecuencia natural de las falencias del sistema. Pero también habrá quienes permanezcan, quienes insistan y siembren semillas que otros continuarán.
Porque al final, la política —aunque nos canse, aunque nos duela— solo cambiará si seguimos participando en ella. No para imitar lo viejo, sino para abrir caminos nuevos. Cada joven que hoy decide dar ese paso no busca un título, sino el sentido más noble del servicio: desafiar la indiferencia, reinventar la política y reafirmar que la esperanza también tiene voto.