Colombia con “P” mayúscula de Politeinment
Más allá del entretenimiento, lo que está en juego sigue siendo real: el rumbo del país.
03:39 p. m.
La política en Colombia dejó hace rato de ser un ejercicio de poder y responsabilidad. Aquí ya no se gobierna: todo se reduce a un performance. El Congreso es un set de grabación, la Casa de Nariño un reality show mal producido, y las entrevistas políticas una mezcla entre confesionario y consultorio sentimental. Hemos llegado al clímax de lo que podríamos llamar, sin pudor, el Politeinment criollo: política con "P" mayúscula, pero de "Parodia".
La semana arrancó con la inscripción de precandidatos presidenciales. No nos dejaron llegar del lunes festivo cuando ya tenían una auténtica alfombra roja electoral en la Registraduría. Claudia López, Juan Daniel Oviedo, Camilo Romero y David Luna (este último con la sobriedad de lo virtual) oficializaron sus comités de recolección de firmas. A ellos se sumó, con algo de ventaja en el calendario, Leonardo Huertas, un exdefensor del Pueblo. Todos llegaron con discurso bajo el brazo, confianza desbordada y, cómo no, un mensaje de mesianismo para el país.
Esto no sería tan llamativo si no fuera porque el desfile de nombres parece más una convocatoria a un programa de talentos que una contienda por la Presidencia. El entusiasmo es legítimo, pero el número de aspirantes empieza a rozar lo absurdo. En Colombia, cualquiera tiene derecho a ser presidente, y últimamente pareciera que también cualquiera tiene la convicción de que puede serlo.
Mientras tanto, en el foro de ASOBANCARIA, se reunieron varios de estos precandidatos en una suerte de debate anticipado. Allí aparecieron nombres conocidos y otros que causaron algo de desconcierto. ¿Felipe Córdoba? ¿Santiago Botero? ¿Ricardo Arias? El criterio de “presidenciables” parece estar en revisión. No por excluir, sino por clarificar si este nuevo grupo está aquí por vocación política o porque había un espacio libre en el panel.
Y entre esta lluvia de candidaturas y proyecciones, el gobierno tampoco quiso quedarse sin escena. El presidente Gustavo Petro, junto con su compinche Armando Benedetti, confirmó que la prometida Consulta Popular —anunciada como un gran momento de participación ciudadana— llegará vía decreto. Lo curioso es que este giro, tan criticado en otras administraciones, ahora se defiende con naturalidad. Al final, los extremos suelen coincidir más de lo que admiten.
Y como buen programa nacional, no podían faltar los expresidentes en escena. Álvaro Uribe sigue recorriendo los pasillos del juzgado de Paloquemao y conectándose juiciosamente a sus audiencias virtuales, no tanto por amor al proceso, sino para asegurarse de que todo avance según su propio libreto. Mientras tanto, Iván Duque, ya lejos del ruido político, explora su faceta más artística: es, con toda propiedad un “dreamer and maker”, el único DJ del país con pensión vitalicia.
Colombia vive una coyuntura donde la política se parece cada vez más a una producción escénica: muchos actores, cámaras en cada ángulo, y un público que ya no distingue si está frente a una elección o frente a una sátira. Pero más allá del entretenimiento, lo que está en juego sigue siendo real: el rumbo del país. Por eso, más que pedirle solemnidad a la política, habría que exigirle seriedad al guion.