Petro va ganando la campaña del 2026

En el fondo, el 2026 podría no ser una elección entre el cambio y la continuidad, sino entre lo conocido y lo predecible.


Juan Carlos Bolívar
marzo 11 de 2025
02:23 p. m.
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Sí, si las elecciones presidenciales y legislativas fueran hoy, el petrismo volvería a ganar la Presidencia y llegaría fortalecido al Congreso. La izquierda colombiana ha dejado de ser un movimiento político, social o ideológico, y se está convirtiendo en una estructura política unificada y reforzada. Si lo planteamos en términos mitológicos, se han convertido en un Hidra, el monstruo de varias cabezas que volvían a crecer a medida que eran cortadas.

Saben que son Gobierno y lo aprovechan para mantenerse en el poder, pese a su incapacidad de gobernar. Los incumplimientos y la mala ejecución han derivado en escándalos como la corrupción de los carrotanques de La Guajira o en la Fiduprevisora. Pero, a pesar de su deficiente gestión, aún pueden reelegirse por tres razones: tienen el poder, la oposición es irrelevante y la ciudadanía carece de alternativas reales.

Primero, tienen el poder, pero como advertían Bourdieu y Foucault, el poder no basta con poseerlo; hay que legitimarlo y saber ejercerlo. Eso es precisamente lo que hace Gustavo Petro con sus más polémicos aliados, Armando Benedetti y Xavier Vendrell: un trío dinámico que ha estirado la línea ética al máximo para instrumentalizar a la ciudadanía y afianzar el dominio del progresismo que representa el Pacto Histórico. Un progresismo que, lejos de ser un modelo de cambio, ha normalizado la corrupción, el clientelismo y el nepotismo, justificándolos con discursos cargados de desinformación para maquillar y legitimar las cuestionadas acciones del Gobierno Nacional.

El Gobierno de Gustavo Petro está estructurando su base política para 2026 a través de alianzas con líderes regionales, juntas de acción comunal y sectores vulnerables, convirtiéndolos en plataformas electorales. Ha impulsado subsidios con un enfoque clientelista y adjudicado contratos a operadores cuestionados, fortaleciendo una red de lealtades donde prima el respaldo electoral sobre la idoneidad. Así, transforma el aparato estatal en una maquinaria de movilización política con miras a las próximas elecciones.

La oposición en Colombia es irrelevante y atraviesa una profunda crisis de identidad. En lugar de una oposición unificada, existen múltiples oposiciones, todas contra el Gobierno de Petro, pero sin coordinación entre sí. Por un lado, están las oposiciones de derecha, representadas por el Centro Democrático, Cambio Radical, los Conservadores y Salvación Nacional, entre otros. Luego, está la oposición independiente, conformada por figuras públicas y movimientos ciudadanos que critican la gestión gubernamental. Finalmente, está la llamada "presunta oposición", integrada por partidos y movimientos que cuestionan al Gobierno con una vehemencia fluctuante según sus propios intereses.

"Divide y reinarás", dijo alguien una vez, y Gustavo Petro lo está logrando. Una oposición fragmentada es el mejor escenario para la izquierda en 2026. Además, han demostrado ser incapaces de liderar la conversación nacional: es el Gobierno quien pone el tema sobre la mesa, mientras la oposición solo reacciona, cae en la trampa y deja que la coyuntura dicte su discurso. Sin estrategia propia, termina siguiendo una agenda que no le pertenece.

Tercero, la ciudadanía enfrenta el 2026 con pocas opciones reales, a pesar de la larga lista de precandidatos que aspiran a la presidencia. Más de 40 nombres circulan como posibles salvadores de Colombia, pero la mayoría, representan las mismas fórmulas de siempre: promesas recicladas, estrategias populistas y alianzas que responden más a cálculos políticos que a soluciones concretas. Entre candidatos tradicionales, outsiders sin estructura y figuras que solo buscan protagonismo, el votante se encuentra atrapado entre el hastío y la resignación.

En este escenario, la ilusión de una renovación política se diluye rápidamente. La fragmentación del espectro electoral y la falta de liderazgos sólidos dejan a la ciudadanía en un dilema: elegir entre opciones desgastadas o aventurarse con figuras sin experiencia real de gobierno. Mientras tanto, el Gobierno de Petro sigue moviendo sus fichas, consolidando su maquinaria electoral y aprovechando la debilidad de una oposición dispersa. En el fondo, el 2026 podría no ser una elección entre el cambio y la continuidad, sino entre lo conocido y lo predecible.

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