Lo magnífico de tener hijos

Por: Miguel de Zubiría*

@migueldezubiria en Twitter

No descubro otra fuente psicológica más completa de bien-estares, logros, satisfacciones, auto realización, auto valoración y sentido de la vida que ser padre. Lo bueno de la paternidad es inmenso. Lo resumo en cuatro puntos:

1. Sentido de vida o trans-cendencia
2. Darle forma a un ser humano
3. Retribuirles a nuestros padres
4. Vivir mediante ellos más que una y solitaria existencia

Siendo así nadie debería dejar de convertirse en madre o padre. Pero está lo malo: las inversiones y condiciones enormes que cada padre requiere para que en lugar de ser la mayor fuente de autorrealización humana acabe por obtener lo contrario, un infierno para los padres e igual para el hijo.

Se requiere extrema madurez psicológica. Si alguien tiene dificultades con él mismo ni siquiera debería intentar asumir la responsabilidad total por otro ser por nacer. Supone contar con generosas cualidades y competencias paternas, al menos con diez de ellas. Tener a disposición tiempos y recursos económicos enormes.

Y para completar, la escena, traer hijos al mundo tiene aspectos que podemos denominar feos. Entre ellos la posible soledad, por la complejidad de mantener durante décadas una buena pareja. La enorme responsabilidad de formar un ser humano, casi desde cero.

Y realizarlo en la peor época de la historia humana, donde el papel decisivo de los abuelos, tíos, primos desapareció para siempre.

Nada supera ser padre o madre

Lo único cercano es construir una relación de pareja de siete roles, de larga duración. Me refiero a los roles simultáneos: compañero, amigo, socio, amante, novio, pareja y padres. Por supuesto, óptimo para traer hijos al mundo con responsabilidad.

Para cualquier adulto sus hijos son maravillosos portadores de sentido de vida. Todas las culturas incluyen en el concepto adultez la paternidad, a excepción de la nuestra actual.

La respuesta de demasiados ante la pregunta: ¿Para qué vivir?, carente de respuesta en los suicidas, responderíamos de inmediato: ¡Por mis hijos!, para ayudarles a crecer y hacerse humanos de bien. Nosotros los trajimos a este mundo sin consultarles, nuestra mínima obligación ética es darles nuestra mano y tiempos inmensos para que algún lejano día vuelen por sí mismos. Todos los mamíferos lo hacen.

Al instante de nacer, si no antes, se graba en el corazón humano mamífero ese gran compromiso hasta el último día… sin remedio. Le aporta al padre o a la madre un gran sentido de trascendencia, un regio motivo para vivir, del que tanto carecen los suicidas que atiendo a diario.

En su genética, tu hijo lleva la mitad de tus genes, pero sobre todo lleva en su mente y corazón tus enseñanzas y las de su madre. En el pasado de sus hermanos, primos, tíos, abuelos. Lograrlo requiere convertirte en el mayor profesor que existe. Quien no solo enseña, matemática o ciencias o historia, sino a hablar, pensar, querer, soñar, a ser responsable, cuidadoso, generoso, íntegro y las restantes cincuenta cualidades esenciales para llevar una vida grata y constructiva. ¡Tú se las enseñaste! Qué maravillosa y satisfactoria labor.

Tus hijos son la mejor retribución a tus padres por miles de horas que generosísimamente te enseñaron a volar como un hombre o una mujer integral cuando ya ninguno de ellos estuviese a tu lado. Y posiblemente lo mejor: al ejercer la paternidad enriqueces la soledad y pequeñez de tu existencia al vivir otras vidas, ahora guiadas con la sabiduría de los años.

¿Existe algo más satisfactorio que ser padre? No lo creo.

*Psicólogo afectivo, profesor de auto conocimiento y Premio Nacional de Psicología 2021