Sí, quiero dar papaya | Por: Maritza Aristizábal

Por: Maritza Aristizábal*

@Maryaristizabal en Twitter

Para que no se desvíen del tema en esta columna voy a hablarles sobre la seguridad. Y es que me opongo rotundamente a eso, que ya muchos dicen es el onceavo mandamiento: “no dar papaya”.

Y ¿qué es no dar papaya? En una ciudad cómo Bogotá significa que usted no puede ser un ciudadano común y corriente, nos quitaron ese derecho. Acá usted tiene que vivir con la paranoia de que cualquiera lo puede atracar y que le van a echar un polvo para robarlo. Porque escuchen esto, Colombia es el único país del mundo donde existe el término “escopolaminar”.

Si alguien de otro país me escucha, también le parecerá extraño que acá las personas se quitan el reloj o los aretes antes de salir de la casa, las mujeres guardan la plata en la pretina del pantalón o en el brasier. Y si van en carro ni se le ocurra poner la cartera en la silla del copiloto y está prohibido socialmente que usted hable o chatee por teléfono en la calle. Porque ahí sí, ¡quién lo manda! Si lo roban no es culpa de los ladrones, no, sino suya. Para qué dio papaya.

¿Es en serio? ¿Es mi culpa por ser un ciudadano normal? ¿No es culpa de los ladrones que son los que comenten el delito? ¿O de la Policía que tiene la obligación de garantizar la seguridad ciudadana? ¿O de las autoridades que deben generar estrategias para protegernos a todos?

No, no, de ellos no es la culpa. Es nuestra porque se inventaron ese nuevo mandamiento: “no dar papaya” y lo aceptamos socialmente. Algo que no está en ningún código de Policía, en ningún código penal, no está ni siquiera en la urbanidad de Carreño ni existe un código ciudadano que diga que usted tiene que ser un paranoico por su propia seguridad.

Y esta es la peor parte, si no lo hace le puede costar la vida. Y es que cuando el sistema nos hace indiferentes frente a lo que hace el delincuente y en cambio permite que la carga se le pase a la víctima, le estamos quitando valor a nuestras vidas y le damos pase libre a los criminales para que, en su oficio de quitarnos cualquier objeto, se nos lleven la vida, sin más ni más.

Ojo: Bogotá es la Capital Mundial de la Cicla y la única donde a usted lo asesinan por robársela. Y nadie se sonroja, acá asesinan por robarle el celular como le pasó a Osvaldo Muñoz. Asesinan por quitarle una gorra, ¡una gorra, que costaría 15 mil pesos!!!

Y en el robo no termina el drama y la victimización. Después de eso -si es que al delincuente lo detienen- quedará a los pocos días libre porque se trata de delitos de menor cuantía, y pues claro, salen y siguen robando.

Si no los capturan, a los pocos días le llegará a usted un correo diciéndole que el caso se cierra por falta de elementos probatorios. Eso termina en otra escena, que no tiene justificación, pero es fruto del desespero de los ciudadanos: quienes se arman con bates para defenderse del hampa en las ciclorrutas.

Y esta es la tercera victimización. Las autoridades que están como Alicia en el país de las maravillas, para ellos nada pasa. Al contrario, los índices de seguridad siguen mejorando y si se trata de buscar responsables ellos rápidamente los encuentran en el gobierno nacional.

Allí dicen que están los culpables. ¿Por qué? porque no les han dado más policías o porque migración no deporta a los extranjeros que delinquen.

¿Y entonces quién podrá defendernos? Porque la justicia por mano propia tampoco es el camino. Y yo les repito: ¡me resisto a eso de no dar papaya, que no es más que renunciar a mi derecho de ser una ciudadana del común y del corriente!

*Periodista y presentadora de Noticias RCN