¿Cuánto nos costaron esos 2.7 millones de votos?
A las maquinarias políticas, aunque se vistan de progresismo y se autodenominen de izquierda, jamás hay que subestimarlas.
09:28 p. m.
La plata de los impuestos, el poder del Estado y el hambre insaciable de políticos corruptos —que no distinguen colores ideológicos— conforman un sistema macabro, un enemigo formidable en cualquier contienda electoral. Esto es una verdad incuestionable.
Vi a muchos opositores salir con rostros preocupados, proclamando que el Pacto Histórico había logrado una victoria rotunda en su consulta popular de octubre. ¡Por favor! Aunque el resultado no es despreciable, merece un análisis profundo. Sobre todo, debemos preguntarnos: ¿Cuánto nos costó? ¿De dónde salieron esos votos? ¿A cambio de qué?
¿Somos tan ingenuos como para creer que un proyecto político acusado de recibir fondos del narco, de saquear el Estado sin pudor, de superar topes de campaña, de pactar con mafias por apoyo electoral, de manejar montañas de efectivo para comprar votos y, recientemente, de figurar en la "exclusiva" Lista Clinton, jugó limpio esta vez? No estoy lanzando acusaciones nuevas; solo rescato antecedentes públicos e irrefutables del régimen que nos gobierna. Pensar que, en estos tres años, los expertos politiqueros del santismo no le enseñaron a los petristas a explotar las estructuras que tanto criticaban, es pura ilusión.
Lo irónico es que muchos opinadores —amigos del régimen— aprovechan esta coyuntura para vender el relato de que solo los "moderados", financiados por el establecimiento, representan la opción viable para las elecciones. Esta semana, oí varios análisis radiales dando por hecho que Petro es el gran elector invencible. ¡Hágame el favor!
En realidad, Petro se redujo a su mínima expresión electoral histórica, a pesar del mérito de movilizar 2.7 millones de votos en una "época fría", como la llaman los expertos. Pero lo logró abusando del Estado colombiano: sus recursos, su poder y su maquinaria. No es menor el dato de los 700.000 contratos OPS (de prestación de servicios), ni los billones en propaganda para RTVC, ni los billones en contratos para el CRIC y asociaciones minoritarias aliadas al "cambio". A eso súmenle miles de funcionarios obligados a cumplir cuotas electorales, a marchar bajo amenaza de despido, y quién sabe cuántos miles de millones en contratos para engrasar maquinarias, como he denunciado junto a otros opositores.
Este no es un triunfo orgánico; es un derroche financiado con nuestros impuestos. Mientras el país sufre inflación, desempleo y violencia, el Gobierno invierte en perpetuarse. ¿Cuántos hospitales se pudieron construir con esos recursos? ¿Cuántas escuelas equipar? En lugar de eso, se usaron para inflar una consulta que, en el fondo, revela debilidad: 2.7 millones en un país de 38 millones de personas habilitadas para votar (19 millones si se tiene en cuenta la abstención), con todo el aparato estatal a favor, es un fracaso disfrazado de éxito.
La oposición no debe caer en el desánimo ni en la trampa de los "moderados" que solo perpetúan el statu quo. Hay que desmantelar estas maquinarias con transparencia, denuncias y unidad. Solo así, cuestionando el costo real de cada voto, podremos recuperar la democracia. Porque, al final, esos 2.7 millones no fueron gratis: los pagamos todos los colombianos.
Y como ñapa: Lo verdaderamente alarmante es que quien toda su vida ha defendido y justificado a las FARC ahora es el candidato oficial del gobierno para la Presidencia de la República. Créanme: si piensan que Petro y Maduro son malos, no se imaginan el daño que el cerebro detrás de ambos, Iván Cepeda, podría infligir a Colombia.
No nos engañemos: el electo no es un novato, sino el estratega de siempre, el cerebro que catapultó a la izquierda comunista al poder y que ahora hará lo imposible por aferrarse a él. ¡Menos mal que apareció EEUU! La lentitud e inoperancia de la justicia colombiana casi nos condena a una dictadura perpetua.
No podemos bajar la guardia. Hoy más que nunca debemos trabajar para vencer electoralmente al petrismo en las urnas. Confiarse es un error igual de peligroso a pensar que todo está perdido. ¡Ánimo Colombia!