Póker de ases de las Farc. El triunfo de los victimarios

La paz, fracasada en Colombia y sobreestimada en el exterior, deja a los cabecillas de las Farc como ganadores y en el olvido a las víctimas.


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José Fernando Torres

noviembre 30 de 2021
06:00 a. m.
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Por: José Fernando Torres

@josetorresf en Twitter

“Como un tsunami, Santos arrolló la ética, la moral, la justicia, la vida y la lucha de tantos años de los colombianos” dijo en días pasados el General Jorge Mora a la Revista Semana (27/11/21) con ocasión del lanzamiento de su libro sobre el acuerdo de paz. 

Se cumplieron cinco años de la firma del acuerdo y con esta ocasión el Secretario General de la ONU, António Guterres, vino a Colombia y su primera declaración fue para indicar que “desafortunadamente hay enemigos de la paz”, expresión calcada de lo que en su momento dijo Santos, quien no dudó en calificar de enemigo de la paz a todo aquel que pensara distinto a él o tuviera reparos, no a la paz, sino al texto que se sometió a consideración de la ciudadanía. La ONU le brindó su respaldo a lo que denominó el “sistema integral para la paz”, que calificó, al igual que el nobel, de innovador y digno de extenderse a otros países. 

Hay que empezar por reconocer que las Farc ganaron por mucho y jugaron extraordinariamente su partida de póker. Sus cartas ganadoras son numerosas y no tienen una sola carta perdedora. 

Hoy poco importa que el acuerdo no haya tenido aprobación popular. Los reparos del presidente Duque al acuerdo quedaron como cosa del pasado. De su famosa frase “ni trizas ni risas”, solo quedaron las risas pues no hubo ni trizas ni modificaciones al acuerdo y, por el contrario, hubo una vigorosa implementación con inversiones gubernamentales por más de 32 billones de pesos en las zonas de conflicto y los beneficios recibidos por los excombatientes de las Farc superan con creces los recibidos por militares y policías. 

La mira diplomática del presidente Duque, que sin duda le producirá grandes réditos ante la comunidad internacional, lo condujo a acoger a la Corte Penal Internacional, a comprometerse a no tocar la JEP, a prorrogar el acompañamiento de la ONU a la implementación del acuerdo de paz y a olvidarse de los reclamos que inicialmente hizo a Cuba, país sede y garante del acuerdo, en este último caso por no atender su requerimiento de extraditar a los guerrilleros del ELN con ocasión del vil atentado a la Escuela General Santander. Todo ello mientras el jefe de su partido, que lo llevó al poder, pregonaba en carta a la ONU no haber acuerdo de paz.

La comunidad internacional, como en Fuenteovejuna, todos a una, se felicita por el acuerdo. El nobel de paz se pasea orondo por todas las latitudes, da cuanta entrevista le solicitan y divide la historia de Colombia en antes del acuerdo y después de él o, lo que es lo mismo, antes de Santos y después de Santos. 

Estados Unidos anuncia que sacará a las Farc de la lista de terroristas. La Corte Penal Internacional le da un voto de confianza a la JEP respecto del juzgamiento a los autores de crímenes de lesa humanidad y mientras este organismo se demora en la toma de decisiones, miembros de las Farc ocupan diez curules en el Congreso, bien remuneradas, sintiéndose con autoridad moral y ética para opinar sobre lo divino y lo humano. 

El acuerdo le dio a las Farc legitimidad política y hasta social: hay fotos de Santos, Guterres y Duque con Timochenko y de Santos con Losada, contra quien pesan graves cargos por comisión de crímenes de lesa humanidad. Lo que en el exterior merece penas privativas de la libertad y rechazo social en Colombia merece curules e invitaciones sociales. Nadie de la ONU ni ningún nobel ha posado con Thomas Lubanga, Germain Katanga, Ahmad Al Mahdi Al Faqi, Jean Pierre Bemba o con Bosco Ntaganda, todos ellos condenados por la Corte Penal Internacional por la comisión de crímenes de guerra y de delitos de lesa humanidad, incluidos los de violencia sexual. 

Las Farc lograron su objetivo de conseguir 16 curules en zonas de conflicto, las cuales, pese a los anuncios gubernamentales, seguramente serán ocupadas no por las víctimas de las Farc sino por los victimarios, como lo han expresado ya varios analistas. Lograron también su objetivo de que los cultivos de coca no fueran asperjados con glifosato y cada vez se aprecia una menor voluntad del gobierno para usarlo, tanto que Duque, en entrevista a El Tiempo (28/11/21), eludió dar respuesta concreta cuando fue preguntado sobre el particular. Ha tenido tres años para fumigar y no lo ha hecho.

Cuentan en la presidencia de la Comisión de la Verdad con un sacerdote que no ha ocultado sus simpatías hacia los movimientos guerrilleros y cuyo sesgo ideológico es más que evidente. Poca ilusión tenemos de que no salga de allí una verdad distorsionada. El experto en seguridad, John Marulanda, refiere en reciente artículo la profunda molestia de ese sacerdote por haberse puesto en entredicho la buena fe de Timochenko, a cuya defensa acudió De Roux expresando que este ya había reconocido crímenes y pedido perdón. Todo parece indicar que las Farc, con el amparo de esa Comisión, están reconstruyendo la verdad del conflicto, para que quede la suya.

La JEP hasta ahora no ha impartido condenas a cabecillas de las Farc y no tiene realizaciones que mostrar salvo la muy censurable decisión adoptada en el caso Santrich. No sorprendería que en el futuro no imponga penas a esos cabecillas con el argumento de que ejercer de congresista equivale a prestar servicio a la comunidad, que es una de las sanciones previstas en el acuerdo. Hay que resaltar que Guterres en su visita expresó que “Colombia y el mundo están pendientes del cumplimiento de los excombatientes con los compromisos de verdad, justicia y reparación y señaló que “la cárcel” debe ser el destino para quienes le hagan conejo a la paz.”

Frente a esta realidad ampliamente favorable a los cabecillas de las Farc, las víctimas no estuvieron jamás en el centro de la solución, cuando han debido estarlo, y esperan llenas de paciencia y de frustración que les cuenten la verdad y se aplique verdadera justicia a esos cabecillas, como victimarios que son, justicia que muy lejana se ve. 

El compromiso de verdad, justicia y reparación que asumieron las Farc se quedó escrito en el acuerdo. Los bienes dados por esa organización para reparar no superan, monetizados, los 44 mil millones (dato de Claudia Gurisatti, Twitter, 24/11/21) y poco o nada se investigó sobre lo que el entonces Procurador Ordóñez calificó como la mayor operación de lavado de activos en la historia de la humanidad. 

El reclutamiento de menores y los crímenes de violencia sexual pasaron tristemente a un segundo plano y el apoyo a las víctimas es cada vez más precario. Las disidencias de las Farc -si es que verdaderamente son disidencias y no estrategia para llegar al poder- son numerosas, la fuerza del narcotráfico que las alimenta es cada vez más creciente y la presencia del Estado en las zonas de conflicto es muy débil. Los asesinatos de soldados y policías continúan y fueron ellos, junto con algunos voluntarios y con pérdida de vidas, quienes erradicaron las minas antipersonales sembradas por las Farc, que esta no se atrevió a erradicar.

Definitivamente los victimarios tienen mucho que mostrar en su favor y, en cambio, las víctimas muy poco o nada y por ello, en verdad, utilizando esas mismas expresiones, muy poco o nada hay que celebrar. Un país que dice luchar por los derechos de los niños y de las mujeres se olvida completamente de ellos cuando son cometidos por acusados de crímenes de lesa humanidad.

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