Reforma Política. ¿Misión imposible?

La semana pasada, el Gobierno radicó un nuevo proyecto de reforma política, que se acumula con otras iniciativas presentadas por varios congresistas de la coalición mayoritaria. Hacen parte del variado menú la eliminación del voto preferente, la paridad en las listas, la democratización de los partidos, el voto obligatorio, la prohibición de ser elegido más de dos veces para el mismo cargo, la restricción a la Procuraduría para sancionar a servidores públicos de elección popular, la transformación del Consejo Nacional Electoral, el transfuguismo, la financiación de las campañas a través de los partidos, entre otros. ¡Hay de todo!

Yo tengo historia con este tema: no solo me ha apasionado desde mis tiempos de investigador de Congreso Visible; sino que fui el último que intentó una reforma política en el Congreso, durante el segundo semestre de 2020… Con el sinsabor de que fuera hundida en su segundo debate con mayorías aplastantes en contra.

¿Por qué es tan difícil modernizar las reglas de juego de las elecciones? Primero, por simple lógica: fue con las reglas de juego vigentes que los congresistas en ejercicio se eligieron. Un sistema sin voto preferente y con listas paritarias, por ejemplo, habría producido un Congreso muy distinto.

Pero eso no es todo: el fantasma del transfuguismo (la posibilidad de que un congresista, diputado, concejal o edil se cambie de partido sin abandonar el cargo) siempre aparece en estas reformas; y eso genera resistencias enormes en muchas colectividades, que pueden salir trasquiladas… Y si es el propio Gobierno el que lo promueve, pues imaginarán las preocupaciones. Pero además, colgarle demasiadas cosas a un mismo proyecto puede enredar más su trámite, cosa que le puede pasar a la variopinta reforma que acabamos de conocer.

En mi opinión, lo fundamental de la reforma política es la eliminación del voto preferente. En la medida que los miembros del mismo partido compiten en cada elección, éstos tienen dificultades enormes para lograr cohesión ideológica y para contar con nuevos liderazgos. Pero lo más grave es el tema de la financiación de las campañas: tener a miles de candidatos en todo el país compitiendo por acceso a dinero que les permita hacer campañas viables termina siendo un incentivo brutal para la corrupción y el ingreso de dineros del narcotráfico y la minería ilegal en la competencia electoral. Si esta reforma solo lograra avanzar en eso, ya habría valido la pena.

Hay objetivos adicionales que deberían buscarse con entusiasmo: la paridad de las listas, para que más mujeres sean elegidas; la democratización de los partidos, para que las listas cerradas no signifiquen dictadura del bolígrafo; y ojalá se protegiera el sistema de umbrales para la obtención y conservación de la personería jurídica de los partidos, pues nada serio sale de una democracia con 80 o 90 partidos, como ocurrió en los años 90’ del siglo XX.

Las anteriores reformas políticas han parecido misión imposible. La última gran reforma se hizo en 2003 y mucho ha cambiado desde entonces. Ojalá este nuevo intento delimite su alcance, establezca prioridades claras y logre convertir ese capital congresional del Gobierno en un acto concreto de modernización de la política colombiana.

@lopezjosedaniel
Director ejecutivo de Alianza In