Un tinto, así sea amargo
El país está a media marcha y el tiempo se acaba, las excusas también y la radicalización de las partes es agotadora.

Conocidas las últimas cifras de crecimiento económico y visto el despiporre que se le está armando al Gobierno en el Congreso de la República con sus polémicas reformas, no puede uno menos que preguntarse, ¿Para dónde vamos?
Ya nos habíamos acostumbrado a sobrellevar los escándalos protagonizados por algunas de las personas más cercanas al presidente, incluso convertimos en chiste su impuntualidad, es más, hemos hecho un esfuerzo para acostumbrarnos a su Twitter o "X" cargado de mensajes de todos los calibres, pero saber que la economía del país decrece es algo que debe alarmarnos.
Los expertos en el tema han entregado sus análisis y, en general, las expectativas son preocupantes, dicen que la economía se mueve por las expectativas así que no es difícil imaginar cómo va la cosa.
Ya está bueno del espejo retrovisor para todo. Qué curioso que cuando a Duque las cosas no le salían, quienes ahora están del lado del Gobierno, no tenían ningún problema en descalificarlo incluso con los peores adjetivos y por cuenta de eso algunos incendiaron el país. Resulta que ahora se volvieron expertos en echarles la culpa a otros. Según su versión, nada de lo que estamos viviendo es responsabilidad de ellos, de quienes hoy pueden tomar decisiones.
Fácil escudarse en el sector privado de las cifras en rojo, pero que no se nos olvide que llevamos 15 meses escuchando descalificaciones injustas contra quienes pagan impuestos y generan empleo. En esas condiciones es muy fácil perder la confianza en el Estado y más, cuando en esos mismos 15 meses la ejecución de los presupuestos públicos es mínima, por no decir nula. La inacción es desesperante. El propio presidente lo ha reconocido.
Basta ya de ver complots, teorías de la conspiración o golpes blandos por todas partes. Oponerse a los proyectos del Gobierno no es bloquear el cambio, existe la posibilidad de que ese cambio, en algunos temas, no sea tan conveniente. Hay que recordarles que en las democracias se puede estar en desacuerdo.
El país necesita "menos política y más administración". Tal vez por eso me atrevo a recoger algo que escribí en esta columna hace unos días en la que hablo del valor de un encuentro entre el alcalde electo de Bogotá y uno de sus rivales políticos. Me preguntaba si a lo mejor muchos de los problemas que tenemos podrían solucionarse al calor de un tinto. Bueno, pues cerramos la semana con una invitación que por lo menos alivia un poco la tensión. El presidente Petro convocó al expresidente Uribe a tomarse un tinto y a hablar de la reforma a la salud.
No sabemos si de esa reunión salgan soluciones, pero la sola intención es valiosa. Hablar no significa claudicar, pero sí puede servir para corregir.
Más temprano que tarde vamos a tener que convertir el tinto en un ritual medicinal que nos ayude a sanar las heridas, rescatar la conversación, soltar el celular, acoger la palabra y, quién sabe, si así recuperemos algo del sosiego que nos adeudan nuestros dirigentes.
Lo cierto es que el país está a media marcha y el tiempo se acaba, las excusas también y la radicalización de las partes es agotadora. En cualquier caso, un tinto, así sea amargo, es mejor que 100 trinos atacando de lado y lado, de esto no tengo la menor duda.

Gustavo Nieto