¿Realmente amas… o solo amas lo que esperas del otro?
¿Realmente amamos a quienes decimos amar… o amamos las expectativas que ponemos sobre ellos?
04:30 p. m.
¿Amamos a las personas tal como son hoy, o amamos la versión idealizada que tenemos en nuestra mente cuando al fin hagan esos cambios que tanto les pedimos?
Seamos sinceros: pasamos gran parte de nuestros días condicionando el amor que damos y recibimos según nuestras creencias. Vivimos con un checklist mental para “evaluar” si el otro está siendo un buen papá, mamá, hermano, amigo, pareja, compañero de trabajo o jefe. Nos fijamos obsesivamente en lo que hacen o dejan de hacer por nosotros, en cómo actúan, en si sus señales coinciden con lo que consideramos correcto, sincero, leal o “propio de una buena persona”.
Y sí, a veces también hacemos cosas por los demás con la esperanza de recibir lo mismo cuando nos toque. Pensamos: “Yo te doy regalo para que tú también me des… y si no, el próximo año no te doy nada”. Y muchas veces esto lo hacemos sin darnos cuenta, de manera inconsciente.
Claro que debe existir reciprocidad para que una relación funcione, pero no podemos vivir esperando que el otro haga las cosas exactamente como nosotros lo imaginamos. Cada persona demuestra amor como sabe, como puede, como aprendió. Y soltar esa expectativa no solo es necesario, es un acto de humildad. No podemos catalogar a alguien como “mala persona” o “indigno” de nosotros solo porque no se ajusta a nuestro manual interno. Sería tan injusto como que nos midieran a nosotros con las expectativas ajenas.
Ahora piénsalo en carne propia: ¿Te gustaría estar en una relación (de pareja, amistad, trabajo o familia) donde si no actúas como el otro quiere te castigan, te critican, te juzgan o te retiran su cariño? No suena justo, ¿cierto? Entonces… ¿por qué lo hacemos nosotros?
Llevamos en la mente (y a veces hasta escrito) un listado interminable de lo que “una buena pareja debería hacer”. Y si la persona falla en una sola cosa, ya pensamos que es una red flag andante, que “merecemos algo mejor”, que necesitamos a alguien que cumpla nuestras exigencias al 100%. Como si existiera un ser humano que nunca se equivoca y que está dispuesto a vivir bajo nuestras instrucciones y lista perfecta. Podemos ser selectivos, sí, pero no caer en la trampa de creer que el amor viene en un checklist que se ajusta exactamente a lo que esperas. La persona perfecta no existe… y nosotros tampoco lo somos. Entonces, ¿por qué el otro sí debería serlo?
Somos extremadamente exigentes con los demás, mucho más de lo que somos con nosotros mismos. Pero… ¿por qué hacemos esto? La respuesta está en el cerebro.
Nuestro cerebro ama la certeza. Está diseñado para predecir, para ahorrar energía, para aferrarse a lo que conoce, a lo que le es familiar. Por eso salir de la zona de confort cuesta tanto. Cuando alguien no actúa según nuestras expectativas, la amígdala (la parte del cerebro que detecta peligro y activa la respuesta de lucha o huida) enciende la alarma. Y cuando esa alarma suena, juzgamos, condenamos y reaccionamos desde la defensa, no desde la comprensión.
Para sentir control, tendemos a crear listados mentales de “cómo debe comportarse un buen amigo”, “qué hace una buena pareja”, “qué es lo correcto o normal”. Cuando alguien actúa según ese listado, sentimos tranquilidad. Cuando no, aparece el “peligro o error” y con él, la frustración.
Un estudio sobre la decepción encontró que cuando recibimos menos de lo que esperábamos, nuestro cerebro ajusta cómo toma decisiones para evitar volver a sentir esa decepción. Por eso nos volvemos más controladores, más rígidos y más desconfiados de los demás. Es una forma de protegernos. Y todos hemos pasado por eso, ¿verdad?
Además, cuando estamos heridos, la mente automáticamente tiende a interpretar lo que el otro hace desde lo negativo. Si no me llamó, “no me quiere”. Si no hizo lo que esperaba, “no le importo”. Si no actuó como quería, “algo está mal”. Pero no siempre es así. A veces, simplemente, el otro está haciendo lo mejor que puede con lo que tiene. Pero claro, entender y aceptar esto no es una tarea fácil. Te lo digo por experiencia. Me cuesta mucho lidiar con las expectativas y aún sigo trabajando mucho en no generar expectativas ni condenar a los demás con lo que para mi es un buen amigo, una buena pareja, un buen familiar, etc.
Soltar expectativas no significa conformarse: significa ver desde otra perspectiva. Significa entender que el amor no es un premio por hacer las cosas como los demás esperan o que los demás se ganan por actuar como tu esperas, ni mucho menos es un contrato lleno términos y condiciones. Es presencia, coherencia y libertad. Si queremos relaciones sanas, debemos dejar de amar desde el control y amar desde la libertad. Desde lo que es, desde lo que nos muestran los demás que son y no de lo que nosotros queremos que sean, por ahí los estamos condicionando, no amando. El amor que exige perfección, en el fondo, no está amando… está negociando. Y eso… no es amor. Pregúntate: ¿Cómo estás amando hoy?
Así que para finalizar, la próxima vez que estés a punto de juzgar a alguien porque “no hizo lo que tú esperabas”, pregúntate primero: ¿Estoy viendo a la persona… o estoy viendo mi manual mental de lo que “debería hacer” para que yo me sienta tranquilo? Tal vez esa persona no te falló. Tal vez solo dejó de actuar como tú querías. Y entre esos dos escenarios hay un universo completo que vale la pena que podamos comprender antes de juzgar.
Dejemos de vivir condenando a los demás con nuestras expectativas. Cuando liberas a los demás, también te liberas a ti. Porque cada vez que renuncias a tu esencia, a lo que eres de verdad, pensando que complaciendo a otros vas a recibir amor, una parte de ti se apaga y se hace más pequeña.
En cambio, cuando te permites ofrecer lo que eres (sin máscaras y sin miedo) y aceptas a los demás tal como son, el amor deja de limitarse y comienza a expandirse. Crece. Se vuelve infinito.
Te dejo una herramienta que te puede ayudar cuando sientas que estás juzgando a otro por como actuó contigo y puedas distinguir si realmente es algo que no resuena contigo o es una historia que tu mente está imaginando para protegerte de un antiguo dolor. Cuando te encuentres pensando: “Debería haber hecho…”, “Si me quisiera habría hecho…”, “Es que es obvio que no le importo porque…” haz un alto y pregúntate: ¿Esto que estoy pensando es un hecho o una historia que mi mente creó? ¿Tengo pruebas de que lo que estoy pensando es verdad?, ¿Esto es algo que hablamos, o sólo yo lo esperaba?, ¿Estoy juzgando el acto o inventando la intención?