El poder de las palabras
Nada más falso y peligroso que cuando deciden descalificar al oponente sin medir el poder de las palabras.
10:29 a. m.
En los últimos años el país se ha visto ante la penosa necesidad de acomodarse a nuevas "formas" de hacer las cosas que antes no estaban en las cuentas de nadie. Más allá de la irrupción de las redes sociales y de la inmediatez de sus mensajes, por encima de la banalidad que acompaña a quienes las usan desmedidamente, sin importar lo panditas que puedan ser las ‘verdades’ que allí se cuentan o peor aún la detestable superioridad moral que se pretenden abrogar los internautas, se ha llegado a unos límites inaceptables de agresión e injusticia.
La certeza sobre algo o la importancia de un tema no está medida por la realidad, lo mide el número de interacciones, que en la mayoría de las veces registran cifras irrisorias. Y así y todo pretenden sacar pecho por las verdades a medias o las frases efectistas que intentan catalogar como hechos incontrovertibles. Nada más falso y peligroso. Sobre todo, peligroso, más cuando deciden descalificar al oponente sin medir el poder de las palabras.
Entonces al contradictor lo vuelven paraco o guerrillero, terrorista o fascista, racista u oligarca y últimamente nazi, sí, nazi. Ahora lo más fácil es volver nazi a quien sea que se atraviese, ¿existe acaso una forma más nazi de descalificar a alguien, que llamarlo nazi, sin que evidentemente lo sea?
¿Puede haber una forma más agresiva e irresponsable de banalizar la historia? ¿Acaso quien use esa expresión para señalar a un contendor sabe lo que hicieron los nazis?
La amenaza de los nazis sacudió la humanidad, su líder encabezó una guerra que significó la invasión de la mayoría de Europa y la muerte de al menos 60 millones de personas, sus "cerebros" idearon la llamada "solución final", que no fue otra cosa que el asesinato premeditado de más de 6 millones de judíos en los campos de concentración con el argumento de la supremacía racial. Entre el fanatismo y el odio, sembraron una ideología diabólica que inexplicablemente siguieron como borregos otros millones que mancharon para siempre la hoja de vida del hombre moderno.
Solo el espíritu de las sociedades libres y democráticas logró vencer la oscuridad y salvar al mundo de una de sus peores pesadillas.
Eso pasó hace algo más de 70 años, no está lejos el recuerdo de las "horas más oscuras" de la historia reciente y, así y todo, pareciera que no se tiene la dimensión de lo que eso significó.
Estigmatizan, señalan y sin fórmula de juicio condenan. Dirán que al final "de la mentira algo queda", pero lo delicado es repetir prácticas que en su momento significaron persecuciones que aún hoy dejan heridas abiertas.
Si el nivel de la discusión en el país pasa por esas descalificaciones tan graves, sobre todo si vienen de ciudadanos que tienen una especial relevancia, pues estamos muy cerca de provocar hechos irreparables.
La propaganda nazi logró convencer a millones de lanzarse a una locura desenfrenada que pasó por el hecho de eliminar sistemáticamente a seres humanos, curiosamente radicalizar de semejante manera el debate público en el país termina siendo lo mismo, propaganda mal intencionada que, temo, puede llevarnos a otros tipos de aniquilación, la moral por ejemplo, que de plano anula el principio básico de cualquier democracia, la libre expresión.
Poner al mismo nivel de un criminal de guerra a un ciudadano que su único pecado es ser contradictor, pues es ni más ni menos condenarlo al peligroso señalamiento del fanatismo.
Señalamiento que, por ejemplo, en épocas del gueto de Varsovia, consistía en poner la estrella de los judíos en las puertas de sus negocios o residencias, en las redes también se señala, así no sea con pintura en un edificio, pero si nos descuidamos el resultado podría ser el mismo.
Ese nivel de agresividad es más sectario que lo mismo que supuestamente se quiere criticar, lleva la discusión a un punto de no retorno. Cómo se extraña por estos días la sensatez, cómo quisiéramos que, por difícil que fuera la conversación, lográramos sostenerla con respeto, cómo celebraríamos que nuestros líderes nos convocarán, que no perdiéramos los propósitos comunes; pero no se mide el poder las palabras, nadie logra entender que después del insulto la mayoría de las veces solo queda la aridez de la ofensa y un corazón quebrado que difícilmente se puede volver a pegar. Y temo que nos estamos llenando de corazones quebrados y así de corazón quebrado, en corazón quebrado, estamos destruyendo lo único que no podemos destruir, la ilusión, todo porque no se mide el poder de las palabras.