Iris Marín Ortiz
Llegó a la Defensoría con el rótulo de ser la primera mujer en ese cargo, pero también con el INRI de "ser de Petro".
06:00 a. m.
Han pasado más de dos semanas desde que se conoció la dimensión de la tragedia humanitaria en el Catatumbo. Tragedia que no solo ha servido para constatar una vez más la crueldad del ELN y su desinterés total en la paz, también ha servido para, de nuevo, observar la desesperante inacción del Gobierno, pero esta vez acompañada de una muy triste dosis de indolencia y una, no menor, de improvisación.
Que el ELN es cruel y despiadado, lo sabemos y por supuesto no nos sorprende, no esperamos menos de unos terroristas acostumbrados a moverse entre la ilegalidad y una torpe estrategia política de buscar acercamientos con el gobierno de turno, para después, cuando menos se espera, dar un portazo representado siempre en un terrorífico atentado que deja más muertos y dolor.
Que este Gobierno tiene salidas destempladas y erráticas en los momentos más decisivos, también es verdad. Basta con hacer un pequeño resumen de algunos acontecimientos para comprobarlo. Los más cercanos: la decisión de reconocer al dictador Maduro a pesar de que la inmensa mayoría del mundo democrático se abstuvo de hacerlo ante el evidente fraude y el otro, sin duda, el desastroso manejo que a punta de redes se le dio a la crisis diplomática con Estados Unidos, que de no haberse resuelto tendría al país sumido en la peor de las catástrofes, con miles empleos perdidos y sectores de la economía literalmente "borrados del mapa".
Pero lo que ocurre en este triste episodio del Catatumbo nos deja perplejos. En medio del peor desplazamiento por la violencia registrado en nuestra historia, (más de 40.000 personas), con más de 80 muertos, entre ellos varios civiles, y con las autoridades locales desbordadas y huérfanas de apoyo, Petro decidió irse para Haití, acompañado de su ministro de Defensa que, entre otras cosas, no había ido a la zona de la emergencia porque tenía gripa.
Mientras tanto, se conocía que el ELN había movilizado miles de hombres desde otras regiones sin que nadie se diera cuenta y algo más indignante aún, la Defensoría del Pueblo en noviembre, léase bien, noviembre, lanzó varias alertas a las autoridades, incluido el Gobierno, sobre la grave situación que se avecinaba y nadie las atendió.
Las consecuencias ya las sabemos: guerra, muertos, desplazados, hambre y un estado de conmoción interior, que de seguro se habría podido evitar si alguien le hubiera parado bolas a la Defensoría.
Pero paradójicamente aquí es donde aparece una figura resuelta, sin aspavientos, pero eficiente, moderada pero firme y sobre todo desprovista de egos y cálculos políticos. Se trata de una menuda abogada constitucionalista que, de a pocos, se ha convertido en la gran figura que cualquier sociedad reclamaría en momentos de crisis.
Se llama Iris Marín Ortiz, reconocida feminista y defensora de derechos humanos, que tuvo un paso importante por la Corte Constitucional, además de la docencia universitaria. Llegó a la Defensoría con el rótulo de ser la primera mujer en ese cargo, pero también con el INRI de "ser de Petro".
Cuando los detractores del mandatario y por lo tanto de todos los que de alguna manera se le asocian, han intentado desprestigiar a la doctora Marín, ella ha contestado con hechos. Un trabajo silencioso, pero consistente y juicioso le ha devuelto a esa entidad el prestigio y protagonismo que le entregó la Carta del 91.
No ha dudado en llamar las cosas por su nombre. Con la crisis del Catatumbo ha denunciado clarito las veces que lanzó alertas y también cuántas veces fueron ignoradas por las autoridades, amparada en el hecho de que sus funcionarios están en la zona de guerra, ha podido decirle al país, con cifras y testimonios, lo que otros muy hábilmente pretenden vender como "rumores" o utilizar para hacer política.
Pero no solo con el Catatumbo, sin titubeos rechazó el nombramiento de Daniel Mendoza como embajador en Tailandia. Sin dudarlo recordó sus mensajes en X en los que expresaba su satisfacción con relaciones sexuales con niñas o con mujeres drogadas, "son modalidades de violencia contra la mujer y, peor aún, contra niñas", dijo la defensora y le pidió al Gobierno desistir de semejante despropósito.
Y no fue menor su reacción ante la posibilidad de que Armando Benedetti ocupara un alto cargo público tras su regreso de Europa. Tras referirse a los desobligantes términos usados por el exembajador contra una alta funcionaria durante una llamada telefónica, le dijo: "Señor Benedetti, debería asumir su responsabilidad por comportamientos pasados y renunciar a la posibilidad de ocupar altos cargos públicos".
Y no tuvo reparo en recriminar al presidente Petro cuando calificó de "muñecas de la mafia" a algunas periodistas. "No hay espacio para estigmatizaciones o agravios contra periodistas. Nada lo justifica", sentenció.
No aspira a ser "mediática", como llaman los asesores a una de las supuestas cualidades que deben tener los funcionarios, solo hace su trabajo de la mano de la tarea que le encomendó la Constitución: "Defender, promocionar, proteger y divulgar los Derechos Humanos, las garantías y libertades de los ciudadanos". Inmensa y vital tarea en tiempos en los que reinan el odio y la venganza como formas de expresión.
Transitamos una época muy incierta, nuestros dirigentes se debaten entre insultos y mezquinas estrategias para lograr ‘clics’, los escándalos sacuden los cimientos del Gobierno y las dudas sobre el futuro nos agobian.
Por eso cobran más valor aquellas personas que sobresalen por su conocimiento y compromiso con el servicio público, tal vez allí se ubican personajes como Iris Marín Ortiz, que por los hechos de los últimos meses merecen un pequeño reconocimiento y de quien muchos deberían tomar ejemplo.