¿Nos descuadernamos?
Acaso existe otra forma de afrontar los retos que nos impone este país, si no es con un profundo amor a esta tierra.
06:00 a. m.
Yo genuinamente creo que en Colombia la gran mayoría elegimos creer. No se entiende de qué otra manera empresarios, artistas, trabajadores, campesinos, comerciantes, emprendedores, deportistas, todos, seguimos sin descanso apostándole al futuro. Acaso existe otra forma de afrontar los retos que nos impone este país, si no es con un profundo amor a esta tierra y la convicción de que hemos hecho suficientes méritos para ganarnos la paz y el respeto que tanto extrañamos.
Miles de víctimas merecen como homenaje que algún día podamos convivir pensando en cómo crecer y no en cómo nos podemos matar.
Por eso duele hasta el alma, saber de la muerte de otros 9 jóvenes soldados, miserablemente acribillados por unos asesinos que con la disculpa de la "justicia social" se sienten con derecho a decidir quién vive y quién no. Cuanta arrogancia junta, cuanta maldad resumida en unos pocos.
Indigna la actitud de mafiosos envalentonados que aprovechando la corrupción de las cárceles desafían la ley.
No puede ser ignorado el temor de conductores de buses y tractomulas en el Bajo Cauca, donde se completan más de 20 días de un paro que se volvió paisaje. Y aún falta, sí, falta hablar de los miles de ciudadanos varados en los aeropuertos tratando salir o llegar, pero sobre todo tratando de saber por qué se quiebran las aerolíneas y por qué ninguna autoridad supo lo que se venía.
Y volvimos a los tiempos de hombres armados, amedrentando periodistas y exigiendo entrevistas para sus jefes hampones. Y eso suena aún más desalentador si semejante agresión no mereció el rechazo de nadie del alto gobierno.
Duele, claro, este resumen de hechos de los últimos días y es inevitable pensar si es que el país se está descuadernando. Es imposible no pensarlo ante semejante avalancha de cosas.
Podríamos hacer memoria y acordarnos de las bombas del narcotráfico o las tomas guerrilleras y las pescas milagrosas y sería fácil decir que hubo tiempos peores, pero eso es como el dicho, "consuelo de muchos, consuelo de tontos".
Estos tiempos están difíciles, cómo negarlo, pero también hay sobradas razones para creer en lo que viene porque hemos ganado en cosas que hace décadas no teníamos: La fuerza de nuestra institucionalidad, por ejemplo, más allá de la opinión que cada uno tenga sobre el Gobierno de turno.
Los últimos acontecimientos nos revelan unos contrapesos indispensables para la buena salud de cualquier democracia; un Congreso que, en principio, se ha plantado ante reformas polémicas, es reconfortante. Esperemos, eso sí, que no se trate de la ausencia de la vil mermelada.
Unas Cortes con buen juicio han hecho lo suyo recordándole al presidente los límites de su poder. Un fiscal que, aunque ha correspondido a la "Paz Total" levantando órdenes de captura, también ha encendido las alarmas sobre el proyecto de sometimiento.
Y por qué no darles a los empresarios su lugar. En diciembre acompañaron al presidente y a los sindicatos para anunciar el incremento del salario mínimo, pero hoy advierten sobre las consecuencias negativas de la reforma laboral. Disentir, ni más ni menos, como debe suceder en las sociedades modernas.
Y cómo no referirse a los gobernadores que encontraron en el más simple de los símbolos, el mensaje más poderoso de los últimos años, Libertad y Orden. El lema de nuestro escudo se convirtió en un respetuoso pero contundente llamado de atención a todos, desde el Gobierno hasta el más humilde ciudadano: Solo el respeto a la ley nos permitirá ser libres.
Por estas y otras muchas razones es que cualquiera podría pensar que se puede creer, porque mientras existan Instituciones hay futuro, porque la independencia de poderes genera confianza, porque aquí no hay una dictadura, porque el presidente no es un rey que hace y deshace, porque hay una prensa libre y sobre todo hay gente buena que hace rato eligió creer y esa gente le da respuesta al título de esta columna:
Tranquilos, el país no se está descuadernando, no se va a descuadernar y habrá que echar mano de la historia, del ejemplo de los vecinos, de las malas experiencias de la guerra para impedir lo que algunos quisieran, que el país se descuaderne.