Del estallido al silencio: la indignación que sí tenía dueño

Nos vendieron la idea de una ciudadanía despierta, crítica y dispuesta a no tolerar más abusos del poder.


Juan Carlos Bolívar
febrero 25 de 2025
12:18 p. m.
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Hace unos años nos vendieron un espectáculo taquillero: una fórmula efectiva para movilizar a una ciudadanía cansada de los mismos políticos de siempre. Lo llamaron “movimiento social”, un concepto genérico donde muchos expresaban su descontento contra el Gobierno de turno. Y no fue difícil lograrlo, porque nada fortalece más a la oposición que un gobierno nefasto. Además, ese descontento era fácil de alimentar, pues Colombia nunca ha tenido una época dorada; solo periodos menos críticos que otros, pero siempre marcados por la guerra, la pobreza y la corrupción.

Esta columna de opinión no pretende ser condescendiente con ningún Gobierno que haya tenido Colombia. En este país las cosas no están mal desde que llegó Petro y tampoco estaban bien después de Uribe y sus alfiles. Todos los que han pasado tienen una gran responsabilidad del caos, el abandono estatal y las necesidades que sigue pasando gran parte de la población.

Pero hay una diferencia fundamental entre lo que vimos hace unos años y lo que ocurre hoy. Antes, cualquier decisión impopular del Gobierno desataba una ola de indignación en las calles, con marchas multitudinarias que se autodenominaban "movimiento social". Nos vendieron la idea de una ciudadanía despierta, crítica y dispuesta a no tolerar más abusos del poder. Sin embargo, la realidad era otra: no se trataba de una lucha por principios ni por el bienestar común, sino de una simple reacción contra quién estuviera en el poder en ese momento. No era una pelea por ideas, sino por nombres.

El caso más evidente fue el llamado "estallido social" de 2021. Nos dijeron que era una revuelta contra la Reforma Tributaria de Iván Duque, pero la verdad es que esa reforma, comparada con la que impulsó Petro, era incluso más progresista y menos regresiva. Y, sin embargo, hoy nadie protesta. La indignación selectiva dejó claro que no se trataba de justicia social, sino de un impulso de masas guiado por banderas políticas. La ciudadanía que antes se decía inconforme con los atropellos del Gobierno, ahora calla frente a la improvisación, la falta de rigor técnico y jurídico, el irrespeto a la separación de poderes y la irresponsabilidad en el manejo de las relaciones diplomáticas del actual presidente.

Lo que en su momento llamaron "movimiento social" terminó siendo una simple herramienta de instrumentalización política. No se exigía un mejor país, sino un cambio de gobernantes que representaran ciertas preferencias ideológicas. Y aquí está el resultado: un Gobierno que avanza sin rumbo, con decisiones que comprometen la estabilidad del país, mientras la misma ciudadanía que antes marchaba hoy guarda un silencio cómplice.

El estallido fue estruendoso, pero el silencio es aún más revelador. ¿Dónde están los que decían defender la democracia? ¿O es que su indignación sólo era válida cuando el que gobernaba no les simpatizaba? La respuesta es evidente: la protesta tenía dueño, y cuando ese dueño llegó al poder, la indignación desapareció.

Este no es un llamado a marchar por marchar. Es una invitación a reflexionar sobre lo fácil que es manipular a una sociedad que se deja llevar por emociones pasajeras y no por análisis serios de la política. Mientras sigamos peleando por personas y no por ideas, la democracia seguirá debilitándose y el poder seguirá siendo solo un juego de turnos, donde los de siempre ganan y la ciudadanía pierde.

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