Subdesarrollo que mata

El subdesarrollo no está solo en lo económico, también se puede reflejar sin compasión en cada acto que involucre la condición humana.


Gustavo Nieto
diciembre 10 de 2023
05:00 a. m.
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Podría decirse que son hechos inevitables, que así es la vida, que la suerte a veces nos hace malas pasadas, que estaría de Dios. Podríamos llenarnos de mil argumentos para justificar la muerte de un niño de 5 años que cayó por una alcantarilla o de la de otros dos pequeños, de 2 y 8, en un incendio que consumió su casa en minutos.  

Parecería que estos hechos son cosas del destino, pero yo creo que no del todo. Basta con buscar un poco más allá lo que era la vida de estos menores para deducir con facilidad que nacieron en una sociedad que desde su primer segundo de existencia les puso en entredicho la posibilidad de morir de viejos.  

Miguel Ángel, el bebé de 5 años que se fue en un hueco cuando iba de la mano de su abuela, vivía en el barrio El Jazmín, cerca de Bosa; un sector con altísimos niveles de pobreza es común encontrar en lotes vecinos cadáveres de víctimas de bandas de microtráfico. La mayoría de sus habitantes sobrevive del reciclaje.  

El abuelo de Miguel Ángel, un hombre de 70 años, trata de sostener a la familia con un bicitaxi y la mamá de 23 años, tiene otra hija de tres.  

Miguel Ángel cometió el error de caminar por un lote lleno de basura, basura que nadie recoge, lote que al fin de cuentas era su parque para jugar, lote en el que estaba la alcantarilla sin tapa porque se la habían robado hace más de un año y, según la comunidad, todo ese tiempo les pidieron a las autoridades que la repusieran, pero nadie escuchó; ni los ladrones que se la llevaron, ni los encargados de reponerla. Al final, todo se confabuló para que Miguel Ángel cayera inevitablemente por el hueco y muriera mientras llamaba a gritos a su mamá. Nadie pudo ayudarlo, pero la verdad es que nadie lo ayudó desde que nació.  

Casi al mismo tiempo en Manizales, Maximiliano y Yeison, de 2 y 8 años respectivamente, morían quemados en su casa de madera y tela asfáltica, al lado de la mamá de uno de ellos. Las causas del incendio aún no se establecen, que una veladora, que una conexión mal hecha, son muchas hipótesis, pero sí hay algo cierto, ellos hacían parte del asentamiento de El Guamo, una invasión gigantesca sin servicios públicos, con más de 400 chozas en las que viven familias de hasta seis personas. Las posibilidades de morir en medio de una tragedia aquí son mucho mayores que en cualquier otro lugar.  

Los niños quisieron celebrar la Navidad y parece que en su casita hecha de tríplex las llamas corrieron tan rápido que no alcanzaron a escapar, tal vez, digo tal vez, si su casa fuera de concreto y los vecinos hubiesen tenido agua cerca, solo tal vez, se hubieran salvado.  

La administración municipal lleva meses tratando de hacer una caracterización de los invasores para legalizar el barrio, pero es imposible por la cantidad de personas que llegan cada día, muchos de ellos huyendo de zonas donde la violencia los acosa. 

¿Cierto que es inevitable pensar que todo confabuló desde antes de que nacieran para que su suerte fuera distinta? Son una serie de eventos desafortunados que sin atenuantes fuerzan a que su destino no pudiera ser diferente.  

Y cuando no son los entornos hostiles e injustos los que conducen a estos desenlaces fatales, es la falta de educación mezclada con la irresponsabilidad. Entonces llevamos décadas y décadas esperando a diciembre para empezar un conteo impresentable de quemados por pólvora. ¿Cómo puede ser posible que aún existan adultos que permitan que sus niños manipulen estos elementos? Al momento de escribir estas líneas, las autoridades reportan 74 quemados, 28 de ellos menores que van a llevar toda su vida, larga o corta, las consecuencias de una inexplicable costumbre que en la mayoría del planeta está extinta.  

El subdesarrollo no está solo en lo económico, también se puede reflejar sin compasión en cada acto que involucre la condición humana.  

Este mal puede venir de muchos lados, de pésimas decisiones políticas, del mal manejo de la economía, de la corrupción, las causas son infinitas, pero hay una que es innegable: la falta de educación. Basta mirar los resultados de las últimas pruebas Pisa de la Ocde para entender muchas cosas. 

Nuestros estudiantes se rajan en la mayoría de las categorías: lectura, matemáticas, ciencias y así sucesivamente. Si no nos educamos será difícil superar estas barreras que terminan llevando a nuestros niños a destinos fatales. Y hay un resultado que estas pruebas nos dejan para reflexionar, los estudiantes tuvieron que responder una pregunta que va más allá de las cifras: ¿Están satisfechos con su vida? el 19 por ciento dijo que no.  

Y es tal la injusticia que Miguel Ángel, Maximiliano y Yeison ni siquiera pudieron crecer para responder este interrogante, aunque temo, para vergüenza de todos, cuál sería su respuesta. 

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