Huérfanos del feminicidio: los niños que viven entre el trauma y el olvido

Cada día en Colombia se registran en promedio dos feminicidios. Eso, sin contar el alto subregistro y las cifras que demuestran por otras violencias basadas en género, que demuestran el problema estructural que aqueja al país y que somete a las mujeres a riesgos y revictimizaciones constantes. 

Diferente es lo que pasa con los hijos de las mujeres asesinadas, los huérfanos del feminicidio. En este momento nadie sabe cuántos son, dónde están, quién los cuida y en qué condiciones viven.

Por esa razón, una de las caras más duras del feminicidio es la de los niños que fueron testigos del asesinato de su madre, pues las afectaciones emocionales a las que se enfrentan son impensables.

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La historia de Liceth y su hermanito

Esta es la historia de Liceth, una pequeña que habita en las sombras junto a miles de niños a los que también les quitaron lo que más querían. Su tragedia está oculta para el sistema, es una huérfana del feminicidio y ni siquiera forma parte de una estadística oficial. 

La falta de un sistema de información en Colombia con estos datos ha hecho imposible la tarea de comparar los subregistros. 

A la fecha, en Colombia no se sabe cuántos son los huérfanos por feminicidio, quién está a cargo de su cuidado, cómo están, o cuántos afrontan la doble orfandad, como Liceth y su hermano menor: hijos de un duelo que se multiplica por dos, pues su mamá está muerta y su papá en prisión por asesinarla.

El 23 de agosto del 2017, Giovanny asesinó a Lorena Flórez Manrique, su expareja y la madre de sus dos hijos. El hijo menor de Lorena, un pequeño de 3 años, fue uno de los testigos del momento en que Giovanny decidió acabar con su vida a puñaladas.

El niño permanece bajo control psicológico y debe estar así hasta la adolescencia, pues el trauma de haber presenciado el asesinato de su madre le generó un bloqueo y un rechazo evidente hacia su padre.

“Como vio la muerte de la mamá, que fue violenta y él presenció eso, él a veces se porta muy agresivo con la hermana”, cuenta la señora Hermelina, abuela de ambos niños.

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Desde la psicología, esto se explica como un choque psicológico, producido por un desbalance químico en la forma en la que se recibe la información.

Esta lucha de los huérfanos de feminicidio parece ser solitaria, pues aparte de perder a su mamá, las huellas del trauma los persiguen muchas veces con estigmas sociales y secuelas en el relacionamiento con otros niños en el colegio.

Giovanny Ortiz Anaya paga una condena de 47 años por el feminicidio de Lorena; la máxima condena que aplica la ley colombiana. Con media vida en prisión no podrá reparar a sus cuatro víctimas: su esposa, sus hijos con la vida a retazos y la abuela que ahora los intenta levantar.

Un adiós en el silencio

Es una ironía pues, aunque los niños pueden hablar, enterraron lo que sucedió para siempre en un extraño silencio.

Hermelina trata de ser fuerte por sus nietos, pues los médicos constantemente le recuerdan que “si ella está mal, los niños también lo estarán”. Sin apoyo del Estado, logra sacar adelante a sus dos nietos vendiendo churros en la calle, pero no es fácil.

La hija mayor de Lorena asegura que siempre que intenta hablar del tema, hay algo que la detiene. Los daños colaterales del feminicidio de su madre los ha visto reflejados en un duro trauma emocional que ahora solo la mantiene triste.

A la casa de Hermelina y sus nietos no ha llegado el Estado, la ayuda psicológica, los subsidios o el apoyo emocional que deberían estar dispuestos para atender estos casos. Y como ellos, cada huérfano del feminicidio arrastra por instinto sus cadenas para intentar crecer.

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