Los muertos no hablan, en Pedro Páramo hablan los vivos

Queda claro, Pedro Páramo no quiso conocer la palabra arrepentimiento, prefirió morir en su ley y en sus dolosos caprichos, víctima de su arrogancia, por esto estaba muerto en vida.


Hernán Estupiñán
febrero 20 de 2025
06:00 a. m.
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“Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus antepasados.
Por tanto, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos,
pues para Dios todos ellos están vivos”.
Mateo 22:32

Así sucede en Pedro Páramo, los muertos no hablan, hablan los vivos, contrario a lo que siempre se ha dicho de la estelar obra de Juan Rulfo. Y Aunque la cultura mexicana es muy dada a elogiar la muerte, la novela no le rinde culto a la muerte sino que denuncia el horror y la viveza de los vivos. Si algo deja claro la producción de Netflix es que Pedro Páramo era, entre los vivos, el más avivado.

Resulta ser una certeza y un acierto que, contrario a la “fábula”, popular entre los millones de lectores del autor mexicano, el mérito de la novela no es que los que ya se fueron vuelvan como zombis a atormentar al que todavía no se ha ido. No, los que hablan son los fantasmas del que está vivo y busca el origen y la compensación de su pasado, el hijo de “un tal Pedro Páramo” que recibe la encomienda de su madre para ir a buscar a su padre, este sí un vivo más que vivo, porque de lo que sí habla el relato rulfiano es de las raíces de la injusticia y la ilícita tenencia de la tierra en aquel México rural y violento del siglo pasado. La verdad es que Pedro Páramo era un avivado, pero muerto. Vayamos por partes: Juan Preciado, el hijo “oculto” de Pedro Páramo promete a su madre Dolores Preciado que buscará a su padre para cobrar venganza por su abandono; Juan emprende la aventura por el mágico territorio de Comala y en el camino se cruza con muchos de los antiguos habitantes que conocieron y trataron a su progenitor, pero la clave del relato está, sin duda alguna, en las mujeres: Eduviges Dyada, amiga de Dolores y quien también compartió cama con Pedro Páramo; Susana San Juan, el idílico amor del malvado Pedro, jamás correspondido; Damiana Cisneros, poseedora de secretos; y Dorotea, la demente proxeneta que deambula por las calles de Comala y que siempre soñó con tener un hijo. En cada una de estas mujeres se refleja la conciencia de Pedro y de Juan; de Pedro, porque el eco de su crímenes: asesinatos, matrimonios ficticios, robo de tierras y amores obligados, salta a la vista.

El propio Rulfo dijo en alguna de las pocas entrevistas que su timidez le permitió conceder: «El amor hacia Susana San Juan era lo único limpio en aquella existencia tan trafagueada. Susana pesaba más en su conciencia que sus crímenes, los cuales sólo habían sido un instrumento para alcanzar el poder».

Cité a Mateo el evangelista para hablar del Dios de vivos y no de muertos, porque la torcida conducta de Pedro Páramo es su propia condena; vale decir es un hombre que estaba muerto en vida, porque prefirió su propio final trágico antes que el arrepentimiento. Y voy a ser más explícito: el mismo Mateo nos relata el banquete al que invita Jesús en su parábola. Aquí los invitados que llegaron no eran los que Él había invitado inicialmente, porque todos estaban ocupados en sus negocios y sus crímenes; en cambio llegaron los necesitados. Pedro Páramo jamás quiso asistir al banquete de la vida, sino al de la muerte; en ese sentido fue un muerto en vida. Todavía mejor nos ilustra Lucas, el médico evangelista, en otro pasaje, el del rico y el pobre Lázaro: los dos murieron, el pobre fue al seno de Abraham y el rico al Hades, cuando el rico se percata de su padecimiento pide a Abraham que envíe a Lázaro a que le dé agua, como si este fuera su sirviente, y Abraham le responde que hay un abismo entre los dos que no es posible franquear, entonces el hombre que había sido rico le dijo: “Te ruego, pues, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. El rico entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos”.

Queda claro, Pedro Páramo no quiso conocer la palabra arrepentimiento, prefirió morir en su ley y en sus dolosos caprichos, víctima de su arrogancia, por esto estaba muerto en vida. Pedro Páramo era un terrateniente arrogante y despiadado, ansiaba cada vez más propiedades y al costo que fuera; el personaje refleja no solo el México rural de hace tantos años sino una Latinoamérica violenta en donde siempre se ha querido imponer la ley del más fuerte, incluso para contrarrestar otras formas de violencia. Sólo hay que mirarnos al espejo: en la Colombia de hace pocos años, se impuso el trror del paramilitarismo para contrarrestar el de las guerrillas con métodos todavía más crueles que los que habían impuesto estas últimos y hoy todos ellos, con el narcotráfico campante como combustible de sus finanzas, ya no se distinguen, todos resultan iguales en sus fechorías. Pero tampoco podemos desdeñar advertencias como la que hace el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, Jorge Enrique Bedoya, en reciente entrevista de Yamid Amat en El Tiempo: “lo que están haciendo (en el proyecto agrario del gobierno desde el Congreso) es quitar la fase judicial a la expropiación”. ¿Acaso otra forma de violencia, esta con disfraz de legalidad, que pretenden imponer desde el mismo Estado frente a la posesión de las tierras? Hay diferentes formas de extorsión, la que desatan los grupos ilegales por vía de sus armas y la que podrían imponer las autoridades, sin armas, pero por la vía de la presión oficial.

Volvamos a Pedro Páramo y a Rulfo. Aunque el autor no habla de Dios en su novela, la obra muestra que la justicia verdaderamente justa debe ser la divina, pero el hombre es libre para elegir. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, vivos para corregir y enmendar, porque los muertos no hablan, y aquel que está muerto como el rico de la parábola, ya no tendrá tiempo para llorar.

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